OPINIÓN

No nos quebraremos 

por Julio César Arreaza Julio César Arreaza

Perseverar es la orden. Jamás amilanarnos y dejarnos enterrar en el desgarro, en medio de la devastación y el colapso de un ecosistema criminal y un Estado disuelto, que nos ha convertido en muertos vivientes. El único acceso al Estado roto es mediante la corrupción. Por el abandono de la ética dejamos pasar muchas situaciones cuestionables que creímos que personalmente no nos afectarían y sin darnos cuenta nos acomodamos al sistema. Dejamos pasar, irresponsablemente, las cosas que llevaron oscuridad y dolor al otro lado, y ahora nos afectan y atraviesan, como una lanza corroída.

Nadie se rinde. Nadie se cansa. Cada uno de nosotros, en nuestra medida, nos empinamos sobre las dificultades y damos testimonio de nuestra lucha, larga y dura, sin desfallecer, contra la ignominia empoderada.

Enfrentamos a un régimen determinado a privarnos de futuro y de amaneceres que no abatan la negra noche impuesta. Las mafias encumbradas pretenden someternos y confinarnos en el vacío existencial, mientras se dedican a sus criminales negocios, descartando hasta la vida del resto.

La espera pasiva de lo que venga, ya no es esperanza, sino angustia. Si no reaccionamos ante el ocaso de la vida indigna a que nos ha  arrastrado el narcorrégimen, de ello se aprovecharán las fuerzas del mal.

Decidimos renovarnos en la lucha diaria, con la esperanza cierta de ver concretado nuestro anhelo de libertad. Sabemos que la salud depende, en medio de las tribulaciones, de tratar de mantener el alma sosegada, lo que corresponde a la dimensión espiritual que hemos abandonado. Deseamos vivir una existencia digna de ser vivida. Los efectos del largo sufrimiento que va a pasar, será el restablecimiento de la república sobre bases sólidas.

Tuvimos los venezolanos un ejemplo magistral: Simón Bolívar. Hay un recuerdo imborrable, que nos fuera transmitido por el embajador de la Gran Colombia en el Perú, Joaquín Mosquera, quien saliera a su búsqueda y encuentro, hasta dar con él en Pativilca, en las desoladas sierras peruanas, el 7 de enero de 1824, vísperas de la arremetida final en Ayacucho y cuando los nuestros debían enfrentarse a tropas mucho mayores en número y mejor apertrechadas, veteranos y experimentados guerreros españoles curtidos en las guerras napoleónicas, en las alturas de los Andes peruanos.

Relata Joaquín Mosquera: “Encontré al Libertador ya sin riesgo de muerte del tabardillo que había hecho crisis; pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una muy acerba pena. Estaba sentado en una silla de vaqueta recostada contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco. Sus pantalones de ginque me dejaban ver sus dos rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas. Era su voz hueca y débil y su semblante cadavérico. Tuve que hacer un esfuerzo para no largar mis lágrimas y no dejarle conocer mi pena y mi cuidado por su vida. Luego de señalarle la superioridad de las tropas de Canterac, las flaquezas de sus ejércitos y las carencias de sus caballerías, Mosquera se atrevió a preguntarle  al Libertador: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?” En tono decidido y con sus ojos encendidos por la fiebre y la pasión le respondió sin dudar un segundo: “¡Triunfar! ¡Triunfar! ¡Triunfar!”.

El Libertador supo ejercitar en todo tiempo pensamientos estratégicos y una cabal comprensión de la realidad. Esto lo condujo a delinear planes con precisión de actividades. Triunfar, a pesar de las dificultades que se acumulaban amenazantes. Triunfar, a pesar de que la salud estaba en un hilo. Triunfar siempre, sin que el desaliento hiciera flaquear el designio emancipador. Por eso pudo asegurar la independencia y salir de las dificultades más graves y entorpecedoras.

Saber mantener la voluntad indeclinable contra los factores hostiles, es el ejemplo más aleccionador que supo darnos Bolívar como hombre de acción.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!