Lo de las primarias en Argentina pareciera inconcebible, pero realmente no lo es. El que el socialismo del siglo XXI esté de nuevo ad portas de tomar el poder (y esta vez sí lo será con firmeza y arrogancia, y por siempre) en ese país, no es más que producto de la condescendencia de los demócratas con sus enemigos, en particular la extrema izquierda.
Uno de los primeros pecados de condescendencia de los gobernantes demócratas es no hacerle saber a sus ciudadanos el estado calamitoso en que encuentran el país; pecaron en eso Macri, Bolsonaro y Duque. Al no hacer del conocimiento público las ruinas que reciben, al poco tiempo se les achaca a ellos las calamidades sufridas por el pueblo.
Otro grave pecado es el gradualismo, ante el funesto estado en que se encuentra la economía que entrega la izquierda, es menester un plan de choque que reestabilice los fundamentales y sobre todo es obligatorio eliminar todo atisbo de economía estatista. No lo hicieron Peña, Duque ni Macri. Con el gradualismo lo único que se logra es perpetuar los problemas y mientras más añejos, más graves se convierten.
Finalmente (para no extender más la lista, pero esta es interminable), los gobernantes demócratas pecan en no enfrentar duramente las pretensiones corruptas y totalitarias del socialismo del siglo XXI. Peña, Macri y Duque han permitido que los narcoterroristas del continente, porque en eso es que ha devenido la izquierda latinoamericana, un cartel de narcoterrorismo que se toma el poder para instaurar narcoestados, continúen con la combinación de todas las formas de lucha para desestabilizar las instituciones y retomar el poder para seguir explotando los pueblos y eternizarse en el poder.
Es lamentable que ante una coordinada ofensiva del socialismo del siglo XXI, comandada por el Foro de Sao Paulo, no haya una determinación continental de luchar unidos contra ese flagelo. Hay un miedo patológico a desenmascararlos y muy a menudo se intenta ganarse el aplauso de sus compañeros de ruta, en vez de enfrentarlos, se intenta cooptarlos o al menos congraciarse con ellos.
Mientras el socialismo del siglo XXI tiene claro su objetivo: tomar el poder sin importar de manera alguna el costo en miseria y libertad para los pueblos, los demócratas no definen una estrategia clara de defensa de las instituciones, se avergüenzan ante las estrategias del marxismo cultural y permiten que los narcoterroristas se adueñen de las instituciones de la sociedad civil y desde allí lanzan su ofensiva para la toma del poder.
Lo que pareció un feliz péndulo anticomunismo, me temo será de una vida muy corta. Ya se perdió México, prácticamente está perdida Argentina y está en juego Uruguay y Paraguay. Mientras el socialismo del siglo XXI se afianza en Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela, en los países donde triunfó la democracia por la condescendencia hacia los narcoterroristas se está a punta de caer en el abismo. Ya basta de acobardarse ante el comunismo, las primarias de Argentina son un campanazo de alerta a los demócratas del continente, ya basta de condescendencia con los totalitarismos de izquierda. Peña y Macri se convirtieron en Kerenskis que permitieron la entronización de gobiernos totalitarios de izquierda, por no querer gobernar con sus bases y tratar de complacer a sus enemigos.
El presidente Duque dijo en reciente entrevista en El Tiempo que aceptaba con buen talante las críticas constructivas. Soy un ferviente y leal militante de la causa del presidente, pero no puedo dejar de expresar mi pánico que frente a esa política de condescendencia frente al narcoterrorismo pase a la historia como el presidente que fue elegido para impedir la toma de Colombia por el socialismo del siglo XXI pero que por condescendencia con el castrocomunismo le permitió llegar al poder y entronizar una tiranía castrochavista en el país. Hay que aprender del campanazo argentino a dar la batalla ideológica contra el narcoterrorismo comunista. Esto debe ser una premisa de la política democrática latinoamericana.
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