La mayoría de las religiones, y en especial, las tres grandes religiones monoteístas, poseen su «libro sagrado», así como un dogma y, por supuesto, su sistema de creencias, habitualmente comunicada por un elegido divino, es decir, un profeta. Así, el cristianismo tiene la Biblia y a Jesús; el judaísmo, la Torá, el Neviim y el Ketuvim, y sus profetas; por su parte, el islamismo tiene el Corán y a Mahoma. Esas tres religiones son llamadas a veces «las religiones del libro». Mientras que en la Grecia Antigua no hubo profetas, ni dogmas, ni libros sagrados equivalentes a la Biblia, al Antiguo Testamento o al Corán. Ellos tuvieron en la mitología la explicación del origen del mundo, cómo surgieron los dioses y las relaciones con el ser humano.
Por ello, la mitología y la literatura de la Antigüedad Clásica siguen siendo una fuente inagotable de enseñanzas y ejemplos para explicar muchos conceptos. Así como para quien investiga los orígenes de los mitos y de las epopeyas su objetivo primordial es rastrear los umbrales del conocimiento del ser humano, al lector sereno le atraen las figuras heroicas, el espectáculo que se despliega ante sus ojos de un mundo anímico y espontáneo aprehendido en su germinación. Ese lector disfruta cuando ve cómo se narra el surgimiento de Gea (la Tierra). Será Hesíodo, en su famosa Teogonía, quien nos explique que el principio de todo fue el Caos y que de él brotaron Gea (la Tierra), Tártaro (el Inframundo) y Eros (Amor); también, al cabo de un tiempo cosmogónico, emergieron de él Erebus (Oscuridad) y Nyx (Noche). Hesíodo también narra cómo se suceden los pasos del desorden universal a la instalación del Orden, de la presencia de Cosmos. La sucesiva aparición de los dioses y su asociación con los valores y antivalores va configurando el Universo.
Hesíodo es posterior a Homero, quien ha sido considerado como el poeta de mayor renombre de la época arcaica y autor de la Ilíada y la Odisea. De su vida se ha discutido mucho, incluso se ha llegado a negar su existencia. Discusión de la que no me ocuparé en este escrito. Hoy, quiero referirme a uno de los episodios más dramáticos de la Ilíada.
Esta obra de Homero, de lectura obligatoria en los estudios de secundaria, suele resultar tediosa y de difícil comprensión para los jóvenes, y se desaprovecha la gran oportunidad que se tiene para vincularla con aspectos importantes de su vida y formación ciudadana. Es frecuente que se enfatice la “cólera de Aquiles” sin aludir explícitamente a su desmesura y a la lección ética que imparte Homero. Sin embargo, en uno de los últimos capítulos de la obra, hay un episodio poseedor de una fuerza simbólica paradigmática, que sirve para explicar a cuál acción humana apuntamos cuando hablamos de ética.
Homero relata cómo la ira ciega a Aquiles ante la muerte de Patroclo, y al vencer a Héctor, no solo cobra su vida, sino que ultraja el cadáver de este; le agujereó ambos pies, introdujo cintos de piel de buey, y le anudó al carro; así, la cabeza de Héctor fue arrastrada. Ante tal desmesura, que iba contra toda forma honrosa de la conducta que se esperaba de Aquiles, Príamo, el mítico rey de Troya, padre de Héctor, grita desesperadamente. Ese grito desgarrador de Príamo, de la madre de Héctor, de Helena, incluso, de los propios dioses, representado por la exclamación que puede resumir esa desesperación, ¡No más!, es el grito de muchas sociedades que ven conculcados sus derechos.
La impiedad que exhibe Aquiles con relación al cadáver de Héctor, al despedazar sin miramiento alguno todos los acuerdos que impedían traspasar los linderos de la templanza, es la transgresión de los principios que regían los ritos fúnebres. Y, esa desmesura, esa impiedad es lo que desencadena la desesperación y protesta de Príamo. El rey troyano no protesta por el combate entre Héctor y Aquiles, exige honor al vencido.
Y, parafraseando al filósofo peruano Miguel Giusti,de quien he tomado el ejemplo, puedo decir que la ética es, precisamente, el ejercicio permanente de una conducta comedida. Este comedimiento lleva aparejado ser conscientes de la necesidad de que hay límites inaccesibles, so pena de hacer imposible la convivencia humana, si son transgredidos.
El rasgo inquebrantable y constitutivo que caracteriza a la ética, y que trasciende las distintas etapas por la cuales ha pasado su concepción, es tener la certidumbre sobre la indispensable presencia de un código ordenador de la conducta que asegure la armonía humana. Cuando esta armonía se ha roto han sobrevenido las luchas fratricidas, los horrores bélicos, la violación de los derechos.
Ese ¡No más! simboliza el hartazgo venezolano ante la desmesura desplegada; es el clamor de una ciudadanía que ha decidido que se terminó el tiempo del desenfreno, de la destemplanza.
Y ese cese a la desmesura debe provenir del ejercicio de nuestros derechos democráticos. El ejercicio de la elección libre, de la elección participativa, sin exclusiones. Algunos exclaman ¡hay muchos obstáculos, es imposible! Sí, claro que los hay. Están allí para ser superados, para ser vencidos. No es solo voluntarismo, es trabajo de todos. Es articulación social.
@yorisvillasana
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