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El jueves pasado, el Ministerio de Salud de Chile dispuso el uso obligatorio de mascarillas en los colegios ante un aumento de casos del Virus Respiratorio Sincicial (VRS), una enfermedad viral común y estacional que, en términos generales, es análoga al resfriado común.

Si bien la medida responde al fallecimiento de hasta seis menores (principalmente recién nacidos) en esta temporada de otoño particularmente fría en el país del sur, no deja de llamar la atención que se haya recurrido a una de las “medidas estrella” que, desde la política, se esgrimió hasta al cansancio y con muy poca efectividad para contener la pandemia de COVID-19.

Soluciones políticas para problemas sanitarios

La pandemia de COVID-19 demostró las deficiencias estructurales de casi todos los sistemas de salud a nivel global y de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS). En este contexto, los políticos se convirtieron en nuestros médicos de cabecera y empezaron a decretar, con todos los poderes que les brindaban los estados de emergencia, las medidas más disparatadas (e inútiles) posibles.

En el Perú, fue justo aquella época la del auge de las cuarentenas draconianas en base a teorías como la del “martillo y la danza” y al supuesto éxito de la dictadura china en contener la pandemia. Fue también la época de la mascarilla (y luego doble mascarilla) obligatoria, el protector facial de plástico obligatorio, el “pico y placa” por género, los pasaportes internos y, finalmente, los carnets acreditando la vacuna y las vacunaciones con múltiples dosis porque “más es mejor”.

Esas fueron algunas de las chifladuras y atropellos que, como ciudadanos, aceptamos sin chistar o mordiéndonos la lengua por el terror que nos causaba la idea de contraer el virus y, sino morir, matar a un ser querido en casa.

No obstante, de nada sirvieron ninguna de aquellas medidas pues nuestro país se coronó como el siniestro campeón con el mayor número de muertos por millón de habitantes a nivel mundial, con más de 220,000 muertos en total a pesar de seguir a rajatabla todas las medidas de la OMS y más. Asimismo, debido a la machacona cuarentena que tuvimos, también fuimos campeones en decrecimiento económico y destrucción del empleo. Definitivamente, no valió la pena

Regresando al caso de Chile, consideramos que la respuesta del gobierno de Chile al problema sanitario que están viviendo es netamente político y, por lo tanto, será ineficaz. ¿Reemplaza una medida de mascarillas obligatorias a una verdadera política de prevención, monitoreo y abastecimiento de centros de salud? ¿Qué pasará si hay más menores fallecidos? ¿Cuarentena? ¿Cierre de colegios? ¿Qué acaso no se aprendió nada de la experiencia del 2020?

Desde esta columna consideramos que los sistemas sanitarios deben estar dotados con las capacidades para responder a problemas sanitarios sin la intervención de la política, salvo que sea para aumentar sus capacidades con presupuesto o con logística.

Si permitimos que la política siga metiendo mano donde no le compete tendremos más desastres como el del 2020; y eso que tuvimos suerte que la pandemia del 2020 fue de un virus relativamente leve, no me quiero ni imaginar a nuestros políticos de hoy y a la OMS enfrentando un virus con mayor letalidad que el hoy inocuo COVID-19.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú

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