Es mentira. Hay que decirlo sin miedo. Es mentira todo lo dicho por el director de la Dirección General de Contrainteligencia Militar en el curso que organizaron para periodistas con la intención de borrarle el rostro criminal a uno de los componentes más represivos y letales que existen en el país y que se creó como parte del Plan Zamora en el año 2017.
Así lo describe la Misión Independiente de Determinación de los Hechos, que en su informe detalla lo que se considera un patrón de torturas:
Golpes y batazos en las partes sensibles del cuerpo, descargas eléctricas, asfixias con sustancias tóxicas y agua, desnudez forzadas para la tortura, violencia sexual de género, posiciones de tensión llamado pulpo con crucifixión, aislamiento total sin ver el sol, alimentos en el suelo, iluminación y oscuridad, violencia psicológica con amenazas, tratos crueles e inhumanos y degradantes permanentes.
Al convocante de los periodistas se le olvidó incluir en el taller de formación en derechos humanos, por ejemplo, una sección sobre las torturas y muerte del capitán Rafael Acosta Arévalo a manos de esa Dirección de Contrainteligencia Militar.
Quizás simplemente se le pasó, pero deberían tener presente él y todos los que trabajan en la DGCIM que no hay maquillaje informativo que pueda lavarles el historial. No se trata de estigmatización, como dijo. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben y la CPI no establece privilegios para los responsables de tan horrendos hechos sustentados en miles de testimonios que recibió la Corte.
El próximo mes de abril la CPI anunciará la decisión sobre el recurso de apelación que introdujo el Estado, pero estoy seguro de que será otro revés.
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