Expresión muy reciente de monseñor Baltazar Porras que apunta con meridiana claridad a cuál debe ser una de las principales tareas sanitarias, de la cual deben ocuparse con especial atención los actuales conductores del Estado, destinada a la protección masiva de nuestra sociedad del temible flagelo del coronavirus, enemigo jurado del derecho a la vida de nuestros ciudadanos.
Entre las tantas realizaciones prometidas por el chavismo-madurismo en sus ofertas políticas y electorales, y esperadas ingenuamente por nuestras comunidades, fue la recuperación del Sistema Sanitario Venezolano, el cual fue durante 30 años quizás el más avanzado de América Latina durante el siglo XX, campeón de la lucha en contra del paludismo, de la tuberculosis y de la parasitosis.
A partir del gobierno del general López Contreras (1935), las políticas públicas sanitarias venezolanas, dedicadas a mejorar las condiciones de vida de nuestra población, profundamente enajenadas por el hambre, la ignorancia y las enfermedades infecciosas, adquirieron trascendencia con la creación del Ministerio de Sanidad, y desde muy pronto se asumió el saneamiento ambiental como prioridad.
En la dirección del Estado se comprendió que la recuperación de la salud de la comunidad era un soporte indispensable para el rendimiento laboral, contribución de primer orden en el progreso de la industria petrolera, urgida de una fuerza de trabajo en condiciones satisfactorias de salud.
Independientemente de que los planes fueran nacionales y colocando el acento en donde la problemática sanitaria fuera más grave, una las regiones en las cuales se privilegió la atención antipalúdica, el flagelo por excelencia, fue el estado Zulia, el cual se transformó en el centro principal de la explotación petrolera. Aún conservo el recuerdo de que fui afectado por el paludismo, cuyos estados febriles son inolvidables.
Resultó un lugar común presenciar en los pueblos del Sur del Lago, región en la cual viví mi niñez, observar la disciplina y la eficiencia de trabajo de las cuadrillas de fumigadores del MSAS, dedicados a impregnar el medio con DDT, cuya actividad insecticida era y aún es muy elevada, cuya acción se complementaba con los trabajos de drenaje para evitar los criaderos del anopheles, labor asignada a la división de Ingeniería Sanitaria, soporte indispensable del saneamiento ambiental.
La prevención antipalúdica, anti-TBC y la lucha en contra de las parasitosis, demandó una sistemática atención e inversión de recursos de parte del Estado, para poder atender una exigencia tan compleja y costosa, objetivos que se identificaron con claridad y pudieron ser cubiertos mediante una inteligente utilización de la renta petrolera.
Construir infraestructura a todos los niveles, desde las modestas pero efectivas medicaturas rurales, hasta los centros de elevada complejidad y alta tecnología, como El Algodonal y Hospital Universitario de Caracas, adscritos a la formación docente de la UCV, todo ese primer frente de actividad sanitaria exitoso se construyó en menos de 20 años (1940-1950-1960).
El capital humano destinado a la multiplicación de la extraordinaria riqueza del conocimiento científico, y muy particularmente sanitario, la nación lo había acumulado, destacándose ente ellos Enrique Tejera, Luis Razetti, Pedro González Rincones , José Ignacio Baldó, Arnoldo Gabaldón, José Gregorio Hernández.
Los académicos formados en Europa con el apoyo del guzmancismo, particularmente en Francia cerrando el siglo XIX, estaban prestos a desarrollar respuestas de utilidad social en la materia de la salud, apenas tuvieran el apoyo del Estado, respuesta que aparece con las reformas progresistas del programa de febrero de 1936, transformándose el Hospital Vargas en el principal centro de formación médica y quirúrgica de Venezuela.
Una época de políticas de Estado similares al programa de febrero de 1936 era lo esperado por la sociedad venezolana que equívocamente había tomado distancia del proyecto de la democracia representativa, y en la cual el veneno de la antipolítica desatada por sectores importantes de la sociedad produjo el retorno de la comunidad a la ilusa y estafadora figura del mesías armado y caudillesco.
Y qué ha pasado en los últimos 20 años entre nosotros los venezolanos, y muy particularmente en este momento en el cual somos víctimas colectivas de un asalto sorpresivo de naturaleza infecciosa, que además de que estamos atrapados en una condición económica y social miserable, producto de la estupidez gubernamental, profundizada además en la materia de servicios públicos, agua, gas, electricidad, gasolina, gasoil, como consecuencia de la inmensa corrupción gubernamental.
Para completar la desgracia de “las plagas de Egipto”, el Sistema Sanitario Nacional actual es profundamente insuficiente, carece de la infraestructura necesaria para el alojamiento y tratamiento de los millares de enfermos que ya tenemos, situación que se agrava por el déficit de recursos técnicos indispensables para tratar la complejidad del problema, limitaciones multiplicadas por la inmensa migración de médicos y enfermeras calificados para las tareas sanitarias del presente.
Al extremo de que la burocracia gubernamental, tanto civil como militar, utiliza solo el sector privado de primera línea para abordar y tratar su estado de salud; se los come el pánico cuando se trata de utilizar un centro hospitalario público, para ellos sobran los dólares necesarios para el tratamiento y el poder armado del Estado para imponer tan cobarde conducta.
Nicolás, aún estas obligado a cooperar en la conducción humanitaria de la sociedad, sobran los recursos humanos nacionales para hacerlo bien, convócalos y permíteles que participen en la dirección de las políticas gubernamentales anticovid-SARS-19, no estorbes su presencia y aportes. NO DESORDENES LA VACUNACIÓN.
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