OPINIÓN

No hay peor cuña…

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Una canción de Lila Morillo resume muy bien tres cosas por las que hay que dar gracias a Dios en la Tierra. Por supuesto en vida. Salud, dinero y amor. Después de dar el salto del tordito, el dinero y el amor se quedan guindando. Y esta referencia a la canción de la maracucha me sirve de zaguán, de antesala para abordar un tema en el que los militares retirados, en mayor porcentaje que los activos, han debatido en estos últimos tiempos. Más que el covid y que la guerra entre Rusia y Ucrania, a pesar de que ambos temas también tocan el amor, la salud y la vida global.

Los tres golpes militares más emblemáticos y exitosos del siglo XX en Venezuela son el 18 de octubre de 1945, el 24 de noviembre de 1948 y el 23 de enero de 1958. Los tres tuvieron una característica en el legajo de decisiones iniciales después de consumadas las conspiraciones y asentados los gobiernos provisionales con los decretos de instalación de las juntas de gobierno y de las disposiciones de la persecución a la corrupción y el peculado con los tribunales para juzgar el enriquecimiento ilícito. La atención socioeconómica a los militares. Las razones históricas de desatención del gremio uniformado se imponían para esa voluntad de entrada; pero además había otra más poderosa: solo los militares quitan y ponen gobiernos. Esa es la historia de Venezuela en 211 años de vida republicana. En ese paréntesis cronológico que media entre 1945 y 1958 los gobiernos cívico militares encabezados, primero el surgido por el 18 de octubre con Rómulo Betancourt presidiéndolo y acompañado por Luis Beltrán Prieto Figueroa, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y Edmundo Fernández, y el mayor Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Ricardo Vargas; el del 24 de noviembre con el ahora coronel Delgado Chalbaud y los teniente coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez; y por último, con el que se dio inicio a la democracia en enero de 1958 con la junta encabezada por el contralmirante Wolfgang Larrazábal; la atención de esos gobiernos hacia los cuarteles se orientó a garantizar el bienestar de los militares de tierra, mar y aire. Las reivindicaciones para los militares después de esos eventos políticos militares no eran recompensas por los respaldos en los golpes. Oficiales y soldados permanecían en una vergüenza socioeconómica que iba más allá de lo solemne, a pesar de que los gobiernos anteriores estuvieron encabezados por… militares.

Salud, dinero y amor fueron las etiquetas en las que se inscribieron los esfuerzos de los otros gobiernos militares para reivindicar a los militares activos y prepararlos para el retiro. Hay una historia menuda sobre el nacimiento de Ofidire, que es el tronco madre del actual Iorfan. Un oficial meritorio, excomandante de una unidad y protagonista en todos esos pronunciamientos militares antes de la revolución de octubre se presentó a la prevención del cuartel Páez de Maracay en el estado más esquelético de abandono a pedir prestado “un fuerte” para sostener a su familia por el mes que iba ya corriendo. El comandante del cuartel, quien había sido su subalterno, lo apoyó y después presentó algunas ideas a sus superiores que dieron soporte a las cuatro raíces de los beneficios socioeconómicos de la gran familia militar en general, sin hacer distinciones entre la actividad y el retiro. El Instituto de Prevision Social de las Fuerzas Armadas Nacionales creado en 1949, el Círculo Militar creado entre 1950 y 1953, el Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo construido entre 1954 y 1959, y Ofidire creado el 20 de noviembre de 1958. Todos, con un fin común: mejorar la calidad de vida de los militares. Tanto como si Lila Morillo les estuviera cantando en la pata del oído a los jefes militares que hicieron las recomendaciones y tomaron las decisiones en ese sentido. La salud de ellos y de sus familiares directos, la garantía del dinero y sus prestaciones y el amor a que se debe por la entrega exclusiva a los sagrados deberes de garantizar la seguridad y la defensa de Venezuela.

A través del IPSFA los profesionales militares solucionaban los problemas de vivienda, de vehículos, de prestamos personales, de enseres personales y comida, y de financiar proyectos personales. Y, lo más importante, se cotiza para el fondo más transcendental, el de la pensión. El Círculo Militar en sus mejores momentos era un espacio para que los militares y sus familiares se alojaran y se recrearan con la garantía de su seguridad. El Hospital Militar fue un ejemplo de eficiencia en el cuidado y la atención de la salud, no solamente era una referencia nacional, también trascendió en la subregión. Fue un modelo. Y Ofidire tenía una responsabilidad de agrupar a todos los oficiales que se encontraban en la honrosa situación de retiro, para estimular su mutuo acercamiento y fortalecer los vínculos de fraternidad que deben existir entre los miembros de la institución armada y, a través de los organismos correspondientes procurarles medios de bienestar económico, social y cultural. Nada de eso era gratis. Todo se cotizaba puntual y porcentualmente desde el bolsillo de los afiliados. A cambio se recibía calidad y atención en salud, en dinero y en amor para los afiliados. De manera que el IPSFA, el Círculo Militar, el Hospital Militar y Ofidire, ahora devenido en Iorfan eran las cuatro raíces que sostenían el tronco de ese gran árbol frondoso donde se sostenían los beneficios socioeconómicos de los militares de Venezuela.

El refrán dice que no hay peor cuña que la del mismo palo. El lamentable estado de los cuatro tallos principales de los beneficios socioeconómicos de los militares venezolanos es culpa atribuible a… militares venezolanos. Ministros, comandantes generales de los componentes, directores de sanidad militar, inspectores generales, jefes de estado mayor conjunto, directores anteriores del hospital militar, presidentes del IPSFA, directores del Círculo Militar, jefes de Ofidire, integrantes del alto mando militar, cuerpo de generales y almirantes, antes y durante la revolución hicieron de cuña para permitir que los beneficios socioeconómicos – una parte bien importante de eso que llaman la institucionalidad militar en Venezuela – inclinara el árbol y lo pusiera al ras del suelo. No es una prima, ni un bono ni aquello de incrementar igualmente los sueldos a los retirados cada vez que se le aumente a los activos. Es todo el sistema de socorros y beneficios alcanzados históricamente. Ya no se trata de un solo profesional militar tocando las puertas del cuartel Páez para pedir prestado un fuerte, es toda la gran familia militar con una mano delante y otra detrás; excepción hecha a los enchufados y los conectados con el narcotráfico.

La rocola con Lila Morillo sigue sonando para los militares, activos y retirados, con aquello de “tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor. El que tenga esas tres cosas, puede dar gracias a Dios…” Veamos si se animan –activos y retirados– como en el pasado, a ponerse en la primera fila de quienes están ganados para derrocar a quienes los tienen en esa depauperada situación socioeconómica, como a todos los venezolanos. O cambiamos el disco en la rocola.

Sí, es verdad, no hay peor cuña que la del mismo palo.