La Cumbre de las Américas ya se terminó. A mí no me invitaron, ellos se lo perdieron. Yo quise promover una cumbre paralela con la Celac, pero mis conmilitones de la izquierda progresista no quisieron tensar más la cuerda y por eso yo decidí irme de paseo para demostrarles que no me importa. Así debe haber pensado el ocupante de Miraflores cuando decidió emprender el “importante viaje de Estado” a Turquía. Entretanto, algunos otros de los protestadores prefirieron hacerse presente en Los Ángeles “por si las moscas”, al menos para escuchar las promesas reiteradas por enésima vez en el sentido de que “esta vez” sí es verdad que Estados Unidos será un socio confiable y cooperador etc., etc. Algún otro, como el ya devaluado Alberto Fernández, lo hizo en su carácter de defensor de los “excluidos” pese a que hace apenas un mes el “malévolo” Fondo Monetario Internacional lo tuvo que rescatar del pozo de la deuda externa argentina. ¡Así son las cosas! hubiera concluido el recordado Oscar Yanes.
Cierto es que Turquía es un país cuya importancia no solo histórica sino contemporánea es relevante. Su presencia geográfica y política que hasta hace un siglo se extendió hasta los Balcanes, alguna vez hasta llegó a asediar a la Viena de los Habsburgo y ha dejado profundas huellas, como así también las ha producido su caída como imperio y la proclamación de la República por parte de Mustafá Kemal Ataturk en 1923. Con él y su sucesor IsmetInonu –nada democrático tampoco– se abrió paso una era de crucial modernización bajo un sistema de autoritarismo que –con breves excepciones– perdura hasta hoy de la mano de Recep Tayib Erdogan que hasta ahora, con dificultades, está logrando cierto éxito en la difícil tarea de equilibrista internacional que ha impuesto a su país.
En efecto, Turquía por su ubicación geográfica –y en su momento política– es miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) promovida por Estados Unidos y Europa occidental para prevenir y disuadir la expansión soviética durante la Guerra Fría posterior a la Segunda Guerra Mundial. En tal condición albergó –y tal vez alberga aún– misiles nucleares apuntados hacia el Este. Al mismo tiempo, la Turquía de hoy bastante occidentalizada, especialmente en Estambul, ha suavizado sus relaciones con Israel, pero también ha sido aliada de la horrible dictadura siria de El Assad, ha contribuido con tropas a sofocar el movimiento insurreccional en aquel país, ha ocupado y reprimido severamente a la minoría kurda que habita en su territorio anhelando independencia, mantiene una relación utilitaria con Putin, etc.
Con esas credenciales, buenas y malas, Turquía viene solicitando admisión a la Unión Europea desde hace años y no lo ha logrado, precisamente por su condición de país no democrático y la deficiente situación de derechos humanos que son condiciones indispensables para ingresar en ese esquema.
Pero nada de eso es un inconveniente para Erdogan ni para Nicolás, quienes por esos azares de la geopolítica han encontrado áreas comunes de entendimiento y cooperación práctica sin tener en cuenta las nimiedades consustanciales con las libertades democráticas.
Así es como Venezuela ha conseguido a través de Turquía una ruta para procesar y hacer circular el “oro de sangre” que en forma ilegal, inhumana y ecocida se extrae del Arco Minero del sur venezolano, sirviendo para aliviar las cuentas del Estado forajido y de paso –seguramente– dejar alguito para el bolsillo de quienes controlan ese negocio.
De la misma manera, aprovechando el aislamiento impuesto a Venezuela, los turcos han establecido un buen negocio a través de la empresa aérea Turkish Airlines que vuela directo de Caracas a Estambul brindando, a precio razonable y con buen servicio, acceso a Europa para quienes de otra manera no lo pudieran conseguir. Asimismo, Turquía ha incursionado con inversiones y negocios de la construcción, etc.
Ahora Nicolás nos viene con el cuento de que ha suscrito importantes convenios bilaterales en diversas materias que seguramente estarán contenidas en algunos documentos firmados durante el encuentro. Debe ser algo más o menos parecido e igualmente fantasioso, como lo sería un “Acuerdo bilateral de cooperación científica, turística, financiera, de transporte y militar entre Venezuela y las Islas Salomón”. De paso, le dejó invitación a Erdogan para que próximamente nos visite por segunda vez . Como se puede apreciar, un viaje innecesario, inoportuno y decididamente irrelevante.
Cierto es que en este siglo XXI ya Estados Unidos no actúa como hegemón del hemisferio. Los tiempos han cambiado tanto en Washington como en América Latina. Pero no es menos cierto que –como se vio recientemente– Venezuela aún depende decididamente de la posibilidad de extraer y vender su petróleo cobrándolo en dólares. Tan es así que ante la primera apertura que el “imperio” hizo hace algún tiempo con la polémica visita de algunos funcionarios, se le aflojaron las medias a quienes por dos décadas han venido postulando teorías de diversificación de mercados con visión ideológica, regalos de crudo para comprar lealtades , etc.
Así, pues, aunque se quiera mercadear la percepción de que “Venezuela se está arreglando”, lo cierto es que en el concierto internacional nuestro país no figura sino en los temas de droga, narcotráfico, tolerancia del terrorismo, violación de derechos humanos, destrucción del Estado de Derecho, etc. La simple constatación de la realidad regional y mundial deja bien claro que no son esos los valores que sustentan el desarrollo y progreso con justicia de una sociedad.
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