OPINIÓN

No estamos locos

por Ismael Cala Ismael Cala

Durante años, la «domesticación» y el huracán de presión social nos disuadieron de «hablar solos», porque, según familiares y maestros, aquellas eran cosas de locos o enajenados. En las últimas décadas, la ciencia ha demostrado varias veces lo contrario; pero la crisis del coronavirus —y el aislamiento social— han puesto el tema nuevamente sobre la mesa.

Anteriormente reflexioné sobre el papel del aburrimiento en el logro de grandes ideas para la humanidad. Ahora, rompamos otro mito: hablar con uno mismo no es síntoma de demencia o desequilibrio, y además contribuye a rebajar el estrés y la ansiedad, siempre que la conversación la llevemos por el camino correcto. Tomemos nota, porque las enseñanzas derivadas de la crisis ya alcanzan para escribir un libro.

Un experimento de Alexander Kirkham y Paloma Mari-Beffa, en la Universidad de Bangor (Reino Unido), demostró que hablar en voz alta mejora el control ejercido sobre una tarea, incluso mucho más que elaborar un discurso interno.

Los investigadores pidieron a 28 participantes que leyeran instrucciones escritas, tanto en silencio como en voz alta. Entonces midieron su concentración y rendimiento, que mejoró cuando las instrucciones fueron explicadas en voz alta.

Según Kirkham y Mari-Beffa, los beneficios parecen provenir de «escucharnos a nosotros mismos, ya que los comandos auditivos son, aparentemente, mejores controladores que los escritos».

Otra investigación, publicada por Gary Lupyan y Daniel Swingley en The Quarterly Journal of Experimental Psychology, explora los efectos del «discurso autodirigido». Los participantes buscaron objetos comunes, mientras pronunciaban el nombre del objeto en voz alta. Hablar con ellos mismos les facilitó la búsqueda.

¿Usted no ha escuchado a deportistas o artistas darse ánimo a sí mismos con frases en voz alta, antes de salir al campo o al escenario? No van dirigidas a los demás, sino a ellos, para aumentar la autoestima y exteriorizar las emociones del momento. Son una especie de instrucciones que enviamos a la mente.

Yo mismo, después de drenar cada mañana en tres hojas en blanco todo lo que viene a mi mente, me hablo en voz alta sobre las prioridades del día. No con afirmaciones genéricas, sino con objetivos definidos.

Ahora, organice sus planes e ideas, y dígaselos en voz alta. Eso sí, el discurso tiene que ser en tono positivo. Y además, si alguien le llama loco por hablarse a sí mismo, respóndale como el irrepetible genio Salvador Dalí: «Mi locura es sagrada, no la toquen».

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