Preocupa a algunos demócratas que Maduro crea y diga que va a ganar las elecciones de julio próximo. Entienden eso como una señal del gran fraude que preparan. En el cálculo político de nuestros compatriotas opositores, Maduro debería saber ya que está derrotado, que una amplísima mayoría del país lo rechaza y quiere verlo fuera de Miraflores. Quiero argumentar en este artículo dos cosas. Primero, que no es extraño que alguien en su situación crea y diga lo que él dice y, segundo, que no necesariamente eso es malo para nosotros, la oposición. Puede sernos hasta conveniente. Consideremos los dos asuntos en ese mismo orden.
Durante algunos años de mi vida profesional he estado vinculado con el mundo de las encuestas y mediciones de opinión pública y he visto cómo, con frecuencia, la gente se niega a creer aquello que es contrario a sus deseos, intereses o creencias, por contundentes que los datos sean. Ocurre así con los candidatos a cargos de elección popular, quienes usualmente están convencidos de que son más conocidos y aceptados de lo que en verdad son.
Los gobernantes, en particular, difícilmente admiten que tienen los niveles de rechazo que a menudo tienen. Son personas que se desconectan fácilmente de la realidad en la cual viven. Si son autócratas, más probablemente aún. La corte de empleados y serviles que tienen a su alrededor diciéndoles o confirmándoles lo que quieren oír es particularmente grande. Eso incluye encuestadores que le fabrican números a la medida de sus egos y deseos. Piense usted, amigo lector, en Maduro. Imagine la cantidad de aduladores e interesados que por todo tipo de razones le dirán que él es un hombre muy querido por el pueblo venezolano, que su obra es extraordinaria, que es una gran referencia internacional, etc.
¿Se imagina usted a alguien diciéndole lo contrario? ¿Se imagina a alguien diciéndole que a él no lo quiere nadie, que ha destruido el país, que es una vergüenza para buena parte de la izquierda mundial y que perdería una elección limpia casi que con cualquiera?
Ahora, mi segundo punto. Si Maduro estuviese bien despegado de la realidad, como es fácil suponer, y cree que puede ganar las elecciones más o menos limpiamente, entonces, ellos tienen un problema más. Así sea que otros actores dentro del régimen y muchos de sus aliados internacionales, digamos los rusos y los cubanos, sepan que eso no es así, ellos tienen un problema. No que sea el único ni el más importante de los que tengan o tienen, pero sería un problema más y uno que puede ser importante. Tener que lidiar con un candidato al que no se le puede decir o no logra aceptar la verdad es una seria dificultad, máxime si quienes tendrían que decirle la verdad son los mismos que por adularle le han estado mintiendo todo el tiempo. En este caso, además, el candidato es el presidente de la República, o sea, un hombre con poder. Él influye o puede influir de manera importante en cómo se hagan las cosas. Él puede pensar, por ejemplo, que algunas acciones extremas para evitar su derrota y salida del poder no son necesarias porque su situación no es tan mala como algunos a quienes él no considera tan confiables (por eso mismo) puedan creer.
Esta situación podría ser una de las razones por las que, para sorpresa de muchos, las cosas vayan como han ido. Es decir, una de las razones, de nuevo, no la única o la más importante, pero si una de las razones por lo que hemos llegado hasta aquí sin que el régimen haya abortado el proceso de una u otra manera. Y es posible que siga así, no sabemos hasta dónde o cuándo, si Maduro realmente cree que puede ganar las elecciones más o menos limpiamente. Si esa es la situación con Maduro, el problema para quienes dentro del régimen piensen y crean que tienen que montar un mega fraude o darle pronto una patada a la mesa, puede ser más complicado de lo que parece.
Artículo publicado en La Gran Aldea