OPINIÓN

No es xenofobia, es aporofobia

por Samir Azrak Samir Azrak

La historia de la reciente emigración de venezolanos ha sido objeto de estudios interesantes por parte de muchos, dadas las peculiares características que la diferencian de éxodos  ocurridos en otros países y otras épocas.

Empecemos por recordar que una de las peculiaridades es que en Venezuela nunca hubo emigración, sino inmigración procedente de todos los rincones del mundo, especialmente de los países vecinos de Suramérica y el Caribe. Asimismo, como consecuencia de los efectos de la Segunda Guerra Mundial llegaron muchos de Europa y en menor grado de Asia. Es importantísimo destacar aquí que la gran mayoría de los que vinieron eran de ínfimas condiciones económicas, es decir, pobres; y con niveles culturales medios o bajos. Laboraron en el campo, como empleados o en tierras cedidas por el estado, u ocupadas temporal o definitivamente. También trabajaron según la profesión u oficio que traían, como carpinteros, mecánicos, panaderos, albañiles, zapateros, costureros, etc. Incluso trajinaron en la economía informal o la buhonería. Se desempeñaron con entusiasmo y mucho esfuerzo porque era indispensable el surgimiento y la superación de la crítica situación económica traída. Progresaron, se integraron a la sociedad venezolana, y se mantuvieron en el país por generaciones.

Con referencia a la emigración de venezolanos, ésta se inició gradualmente en la primera década del presente siglo, pero es a partir del año 2013 cuando se observan las salidas de las primeras olas importantes hacia Norteamérica (Miami, Montreal), Europa (España, Italia, Portugal) y Latinoamérica (Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Brasil y Argentina). Estos primeros grupos eran profesionales que ofrecían sus servicios para desempeñarse como empleados en universidades, empresas, clínicas u otras organizaciones afines con su profesión; o disponían de cierto capital para emprender un proyecto en el nuevo país. Es decir, fue una emigración selectiva que ofrecía una profesión o capital para la inversión. Hasta ahí no se presentó ningún inconveniente, más bien los demás países aspiraban recibir más venezolanos.

Desde 2017, dada la situación crítica nacional, al éxodo venezolano  se suman otros sectores de la población: carpinteros, albañiles, mecánicos, servicios de hogar, etc. e incluso los que sin tener oficio alguno, se ofrecían para cualquier labor del campo o la ciudad. Estos viajeros venezolanos sólo se trasladaron por tierra, no era posible económicamente por aire, los países destinos fueron los latinoamericanos. Los emigrantes, después de grandes sacrificios, llegaban al país destino en su mayoría sin recursos y en desesperada búsqueda de trabajo. Es decir, pobres. El lamentable final de los que no conseguían trabajo fue la indigencia u otras indignas actividades.

La actitud de algunos países latinoamericanos empezó a cambiar, surgiendo un clima de rechazo hacia el venezolano por parte de las sociedades y una política restrictiva por parte de los estados, de tal manera que en la actualidad sólo se permite la entrada de venezolanos a esos países si se ha cumplido con la previa tramitación y aprobación de visa, exigencia claramente limitante y barrera efectiva para frenar la entrada de venezolanos. Actualmente, el ciudadano venezolano requiere visa para entrar a Chile, Ecuador y Perú en Suramérica; Trinidad y Tobago, Aruba, Bermuda, Santa Lucía, El Salvador, Honduras, República Dominicana, Guatemala, Cuba, Panamá y Puerto Rico en Centroamérica y el Caribe.

Se ha denunciado la actitud xenófoba de los países, ciudades, pueblos y sociedades latinoamericanos contra los venezolanos. Eso es discutible puesto que no existía el rechazo al inicio del éxodo venezolano, sino que se presentó con la llegada masiva de estratos inferiores. La actitud de rechazo no ha sido en contra de la nacionalidad, sino en contra de la condición, es decir, en contra de la pobreza.

A esta situación la filósofa española Adela Cortina le asignó el nombre “aporofobia”,  que lo define como “el rechazo a los pobres”, término aceptado por la Real Academia de la Lengua Española en 2017. La doctora Cortina fundamenta su criterio al afirmar que el individuo como ser humano por naturaleza está en contra de quien no puede ofrecer nada: “Los seres humanos somos animales reciprocadores, estamos dispuestos a dar con tal de recibir, y por eso la raíz de  nuestra sociedad es el contractualismo. Estamos en una sociedad de contratos, es decir, de intercambio, de dar y recibir en compensación. Como el pobre no tiene nada para dar, entonces es rechazado y marginado. Eso ocurre en todas las sociedades, pero va en contra de los principios de convivencia, de la dignidad humana y de la democracia”. Entrevista  https://www.youtube.com/watch?v=Kc92s05D8L8

Asimismo, y como justificación de la conducta aporófoba por parte de sus practicantes, se afirma que los inmigrantes vienen a quitar el trabajo, que colapsarán los servicios, o cualquier otra justificación que no es más que un bulo, o intencionada falsa afirmación (fake-news en inglés), que se divulga con la intención de dañar a los inmigrantes y refugiados. Soberanas patrañas, expresiones claras de la aporofobia latente en esas sociedades. Todos esos criterios son falsos.

Y como muestra clara que niega y contradice esa actitud, recordemos la entrada a Venezuela en la segunda mitad del siglo pasado de miles y millones de personas provenientes principalmente de los países vecinos y demás naciones latinoamericanas, así como de Europa y Asia. Y si hablamos de casos actuales, empecemos por el millón y medio de refugiados sirios que hoy viven en Líbano, país de apenas 6 millones de habitantes. Como segundo ejemplo actual, la entrada a Colombia de la mayor cantidad de venezolanos en país alguno en toda nuestra historia, un millón trescientos mil, de los cuatro millones de venezolanos que abandonaron el país hasta julio 2019 (según la OIM y Acnur).

En ninguno de estos casos se habla de usurpación de trabajo ni colapso de servicios.

Digna posición de Colombia, ni xenofobia ni aporofobia.