Los venezolanos hemos sido sometidos a toda clase de controles, restricciones, limitaciones, necesidades, angustias y tragedias, de manera premeditada, sin piedad ni misericordia.
La crueldad, la inmoralidad, la incontrolable y desatada corrupción han ido de la mano para llevar al país a la situación extrema y grave en que se encuentra.
Indudablemente, la reacción ciudadana no puede ser otra que buscar el camino para salir del foso profundo cavado por el proyecto revolucionario.
Es inaudito pensar que el conformismo inducido al pueblo venezolano, por un gobierno hambreador y evidentemente disociado, pueda prevalecer y sostenerse en el tiempo, sin que no sufra una reacción de una sociedad asfixiada y estrangulada que lucha por sobrevivir y cambiar el sistema imperante.
El mundo entero se ha ocupado del fenómeno político venezolano, que reviste gran complejidad por sus implicaciones en el ámbito internacional y la abrupta degradación interna que sufre su población.
Asombrosamente quienes ostentan el poder y pretenden desconocer la voluntad popular, expresan que están defendiendo la democracia y la soberanía, al insistir en proclamar este 10 de enero al señor Nicolás Maduro como presidente de la República, en un escenario donde los poderes públicos se plegaron y aferraron en la inconstitucionalidad, impulsando la ilegalidad e ilegitimidad.
No es ilógico que el sector mayoritario del país opositor al régimen actual, que escogió la vía electoral y constitucional para derrotar al modelo socialista alzándose de manera abrumadora con la victoria electoral en la elección presidencial, que además demostró fehaciente y contundentemente su resultado electoral con todos los mecanismos y fundamentos del sistema automatizado, creado, manejado, utilizado, controlado y manipulado por el órgano rector , hoy estén haciéndole frente a las actuaciones del poder central, derivadas del secuestro institucional ejercido por el Ejecutivo nacional, señalado así por la opinión pública frente al desmadre de los poderes públicos confabulados contra 90% del país que decretó de modo voluntario su deseo de cambio y rechazo al engaño y fracaso del socialismo del siglo XXI.
Todos los sectores de la sociedad venezolana en sus diferentes formas de asociación enfrentan con gallardía y determinación la pretensión de la cuestionada continuidad de Maduro en el poder.
No es delito expresar que la mayoría de la clase política en el país está desprestigiada y descalificada para conducir la nación.
No es un delito defender un resultado electoral que derrotó al sistema político y electoral viciado.
No es un delito exigir que se respete la Constitución.
No es un delito cuestionar los poderes e instituciones de un Estado fallido que no ha respetado la carta magna cuyo origen es atribuible al líder del proceso revolucionario que hoy evidentemente fracasó y caducó.
No es delito querer ser libres y con esperanzas de un futuro de bienestar y desarrollo.
No es delito luchar por lograr la reunificación de la familia y por ende del país.
No es delito querer deslastrarse de la corrupción y la mediocridad en el ejercicio del poder.
No es delito decir y asegurar que Nicolás Maduro perdió las elecciones y ganó por paliza Edmundo González.
No es delito decir que Maduro perdió en todos los estados, municipios, parroquias y mesas de todo el país, simplemente porque cada ciudadano conoce los resultados de viva voz en sus centros y mesas de votación.
No es delito desconocer los resultados electorales cuando el país y el mundo entero tuvieron y tienen acceso a la verdad.
No es delito decir y sostener la verdad.
No es delito exigir e integrarse a una transición que devuelva progresivamente el bienestar a los venezolanos.
No es delito rechazar enfrentar por la vía democrática las pretensiones del oficialismo de darle continuidad al modelo socialista perverso, prescrito e inoficioso.
Por ende, no es delito esperar y avalar el ascenso al poder de Edmundo González Urrutia como presidente constitucional de Venezuela.
Importante recordar que los resultados electorales comprobables con 85% de las actas arrojó 70% para Edmundo González y 30% para Nicolás Maduro. Si los venezolanos en el exterior no se les hubiera negado el derecho a votar el porcentaje hubiese alcanzado 90% para el abanderado opositor y 10% para el oficialista que pretende seguir en el poder. Tampoco es delito hacer estos análisis y expresar estas cifras reales y comprobables física, matemática y virtualmente.
La mayoría de los venezolanos hace un cuarto de siglo escogieron la propuesta de cambio del fallecido comandante Hugo Chávez, que condujo al país a lo que hoy es. Luego de superado este apocalíptico y dramático espejismo, igualmente hoy en una gran unidad nacional muy bien llevada y consolidada por María Corina Machado, a quien el sistema electoral direccionado por el poder central no le permitió ilegalmente participar en las elecciones presidenciales, pero jugando con las limitadas herramientas y condiciones electorales y dando paso a una alternativa de participación necesaria surgió la opción de Edmundo González Urrutia, venezolano de trayectoria impecable que blindado por el liderazgo de María Corina Machado y la esperanza de 90% del pueblo venezolano comenzaron la moralización y propulsan la reconstrucción, la reinstitucionalización del país.
Nacionalismo, patriotismo, valores morales, confianza, criterio, profesionalismo, estrategia, organización, disciplina, planificación, sistematización, humanismo, solidaridad, son algunos de los términos que deben sustituir el lenguaje burdo que ha degenerado el ejercicio del poder en las últimas décadas. Países con menos potencialidades y recursos han logrado superar grandes crisis. Venezuela no será la excepción, todo lo contrario, será un ejemplo a futuro. Con el concurso y participación activa de todos seremos la potencia, esa que prometieron los revolucionarios socialistas y lamentablemente no cumplieron. Feliz año para todos. Más que un deseo, lo haremos realidad.