Comienza mi día de hospital y a eso de las 6:00 de la mañana cuando aún las calles del centro de Caracas se encuentran en penumbra, veo a un hombre joven, harapiento, acercarse sigilosamente a los contenedores de basura ubicados en la esquina de una calle en Catia, cercana al Metro. Me estaciono a un lado sin ser visto y observo cómo va hurgando poco a poco entre los escombros con la esperanza de encontrar cualquier cosa que pueda ser comestible. Sigo mi camino al hospital, al llegar, debo contener mis ganas de usar el inodoro, los residentes de posgrado me comunican que desde anoche no ha llegado el agua. Así, no hay laboratorio ni servicio de radiología y se paralizan el resto de las actividades básicas de cualquier institución de este tipo…una vez más.
Ya en casa, en horas de la tarde al encender el televisor, veo en CNN cómo discuten entre demócratas y republicanos sobre qué hacer con un presidente que, con sus aciertos y desaciertos, ha tratado de imponer orden en asuntos más allá de sus fronteras. Un juicio político o impeachment que llegado a su fase de dominio público se ha convertido ya en un show mediático de primera con excelente rating, favoreciendo a los canales informativos que no tienen ya cómo competir con las plataformas de contenido multimedia o streaming. Los demócratas, después de buscar desde el inicio de su mandato cualquier pretexto para enjuiciar a Trump, final y felizmente tropezaron con Ucrania. Lo que viene es un proceso largo y muy costoso para el contribuyente americano en un momento en que las próximas elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina.
Cambio a TVE y veo, aún con incredulidad, cómo es que Pedro y Pablo, después de proferirse improperios durante la campaña electoral, de pronto son mejores amigos. Se une así la izquierda española (ahora chavista) con el reto, todavía por resolverse, de formar gobierno. Llama la atención que tanto demócratas en Estados Unidos como su contraparte en la península, promotores de los programas sociales que buscan y aspiran a lograr una igualdad de oportunidades y de bienestar de sus ciudadanos, no hagan lo posible por promover esas doctrinas en Latinoamérica. Por el contrario, alientan y apoyan a líderes populistas y corruptos a ejecutar políticas basadas en una interpretación muy sui generis del liberalismo, que no hacen más que acentuar la desigualdad.
Un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura reporta que el hambre en América Latina en 2018 afectó a 42,5 millones de personas, siendo Venezuela uno de los países más afectados, pasando de 2,9 millones de personas entre 2013-2015 a 6,8 millones en el periodo 2016-2018. Los latinoamericanos, conejillos de indias de experimentos sociales no controlados, que parecieran gustarle tanto promover a ciertos políticos de izquierda del primer mundo, nos preocupamos cuando un Bernie Sanders tilda de golpistas a los bolivianos, que se defienden democráticamente de un fraude electoral, o cuando Pedro Sánchez, convenientemente envía al mismísimo rey de España de paseo a un país antítesis de la democracia como lo es Cuba.
Latinoamérica pareciera ser un sitio común para culpar a las naciones desarrolladas de nuestras miserias, sin embargo, mientras España pierde tiempo y dinero en perennes elecciones y Estados Unidos en prolongados juicios políticos sin sentido, países como el nuestro, alentados en imponer un socialismo mal entendido, siguen sufriendo de desnutrición y carencia de servicios básicos que repercuten en el buen funcionamiento de instituciones fundamentales como los hospitales. En tanto no se asuman responsablemente las verdaderas causas de la siempre creciente migración ilegal hacia Estados Unidos y la Unión Europea, las otrora hordas “bárbaras” de la Roma Imperial no se aplacaran.
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