OPINIÓN

No es solo la gasolina

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

 

Al desgobierno tan groseramente «don regalón» como el de aquel desquiciado milico golpista, comprador de sueños y conciencias, no le resultó  fácil aumentar el precio de la gasolina ni nada.

Hoy la barbarie usurpadora,  sin calle, sin credibilidad y con el plomo persistente en el ala, machacándole a cada rato que no goza de legitimidad de origen, y mucho menos de ejercicio, no se ha detenido en sus tropiezos y tumbos a la hora de  tomar una decisión de ese octanaje o de cualquier otra medida.

Nunca antes una “administración” había dado tantos traspiés, en este caso en marcado detrimento del país y de sus gentes.

Si el precio de la gasolina es o no la cuota de la renta que nos toca por ingreso petrolero, no lo sé, hasta allá no llego. Pero es que el asunto ni siquiera acepta un análisis de tal naturaleza, pues la industria está en el suelo.

Se exige respeto para todo aquel que piense distinto, apruebe o no tal aumento, dizque a precios internacionales, lo que para este escribidor no es más que otra fuente de ingresos para perversos propósitos, en particular el terco afán de permanecer en el poder. Entre otros, desde luego.

Y pensar que al presidente demócrata, Carlos Andrés Pérez, le armaron aquel estruendo por querer subir unos pocos céntimos al  precio de la gasolina.

Declarado como estoy en contra de la antimemoria, conviene recordar que CAP descabezó las dos asonadas militares, de suyo sanguinarias, y aunque algunos bichitos  le soplaban desconocer las instituciones, aceptó ser enjuiciado. Sometido al amañado juicio, CAP aceptó la sentencia de una corte hasta los tuétanos en la conspiración.

Se sometió a los designios de la misma corte que después rechazó inhabilitar al golpista. La defensa de CAP dirigida por el eminente jurista,  doctor Alberto Arteaga Sánchez, es un magnífico tratado de derecho, que merece ser estudiado en todas las universidades serias del país.

CAP aceptó la espuria sentencia de una corte que le regaló al golpista la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder. Cómo olvidar  a aquella inefable exmagistrada y su peregrina tesis de la “supraconstitucionalidad”.

Conviene recordar de igual modo, que Doña Blanquita Rodríguez de Pérez y su honorable familia salvaron sus vidas milagrosamente, pues los golpistas tiraron a matar.

Los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, supuestamente para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy no hallan qué hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver los ingentes problemas que aquejan a Venezuela; por el contrario, se han visto incrementado por la chapuza oficial.

No los voy a enumerar porque faltaría espacio para vaciar las precarias condiciones en que se encuentran los servicios públicos en Venezuela, agravados en tiempo de pandemia y desgobernados por una cáfila de incapaces e indolentes.

Recuerdo –por desdicha– cuando el golpìsta de Barinas afirmó en tenebrosa arenga: “No tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”.

Por su parte, los ingenuos que integran la tropa tatuada y no tatuada, carentes de honor y con devota sumisión, no hacen otra cosa que adular, reír, celebrar las ocurrencias, y aplaudir hasta hacerse daño en las manos. Una marca de origen, pues.

Esa cosa aposentada en Miraflores asoma ahora la posibilidad de otra reconversión monetaria, y para ello  echa mano al recurso non sancto de escurrir el bulto, evitando así asumir la ineficacia y la ineficiencia del régimen que regenta. No olvidemos que en Venezuela no se gobierna, se manda.

Al desgobierno que propicia el hedonismo, la flojera y el parasitismo, le resulta difícil justificar un aumento de cualquier cosa, o cualquier medida que afecta gravemente nuestras ya tristes y dolorosas condiciones de existencia, a no ser que recurra –como siempre pasa– a la mentira y a la manipulación.

Puedo presumir acerca de lo que pueda generar en el ànimo de la gente esa medida, de suyo sospechosa, por el destino que pueda dàrsele a los recursos obtenidos, de seguro la barbarie dirá que es culpa del propio pueblo que asì lo decidió.

Sigue el manejo odioso de las miserias de ese pueblo que sigue creyendo en un mando incapaz e ineficiente, por no saber dar las respuestas adecuadas a una crisis que cada dìa se hace mayor, y en consecuencia, màs dolorosa para los màs necesitados.

No es sensiblería. Venezuela tiene en sus gentes la posibilidad de alcanzar su recuperación, superar tantos marasmos y entuertos, y sin más vueltas, por conocer a quienes nos gobiernan, esa realidad la podemos cambiar con los esfuerzos de la unidad democrática que integran los factores políticos de la oposición. La tranquilidad de la indiferencia es mala compañera, pésima consejera.

En estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse, máxime cuando lo que no deja de aumentar es la indignación violenta… y esa también es general en la inmensa y adolorida población civil.