En esta emergencia lo que sí nos queda muy claro es que no son los militares las personas más adecuadas para dirigir el país. El abuso de poder es una de las constantes en estos primeros días de crisis. No ha pasado nada más allá de algunos reclamos esporádicos porque nunca como antes la ciudadanía se siente en estado de indefensión.
El militar déspota e intransigente ha hecho su aparición sin aspavientos. No se negocia, no se habla, no se piensa. Se les dio una orden y tienen que cumplirla. Evitar la entrada del covid-19 es una especie de cruzada en la cual les convencieron de que cerrando todo se salva el país. Por eso no escuchan.
No importa el problema que usted tenga, que el ministro lo haya nombrado entre las excepciones o que trabaje en algún ente relacionado con alimentos o servicios, es igual, si ellos creen que no debe pasar, no pasará.
Médicos, muchos debidamente identificados, periodistas, personal relacionado con el mundo de la alimentación y transportistas han sufrido las tropelías de un grupo que cree que puede hacer cualquier cosa porque está amparado por su comandante presidente. Sienten que el uniforme los protege.
No es el coronavirus nuestro mayor problema, no. Lo realmente grave, preocupante, es que esta casta de abusadores se ha enquistado de tal forma que hasta de la enfermedad son capaces de aprovecharse para seguir en el poder y seguir metiéndole miedo a todo el mundo.
Además, han hecho de la mentira su carta aval: mientras el ministro sale en televisión, por supuesto la estatal, diciendo que respetan a todo el mundo y que harán lo que sea para que los ciudadanos se sientan atendidos, en las calles del país continúan abusando de los pobres venezolanos, ahora más indefensos que nunca.
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