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«No deje de mirarme a los ojos…»

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Tres historias verídicas

1.    Hace 200 años, al final de la batalla del Pantano de Vargas la noche del 7 de agosto de 1819, el soldado boyacense Pedro Pascasio Martínez observó a dos señores tras unas rocas a orillas del río Teatinos. Armado de una lanza improvisada, el jovenzuelo del ejército patriota intimó rendición a los que por sus prendas eran chapetones a todas luces. Uno de ellos, el general José María Barreiro, buscó salir del trance ofreciendo una bolsa con monedas a Pedro Pascasio quien, dicen, le respondió “muévase o lo arreo”. El comandante español y el otro oficial fueron entregados a las tropas y Santander los fusiló junto con otros 36 militares españoles en la Plaza Mayor en Bogotá, en octubre del mismo año. Era la guerra de Independencia.

2.    Sobre el cauce del río Güepí, el 10 de abril de 1933, botes con soldados colombianos trataban de llegar a la orilla controlada por el enemigo que desde una posición dominante y con una ametralladora amenazaba masacrar a las tropas colombianas. El soldado, Juan Bautista Solarte Obando, nariñense él y de oficio ranchero, en un acto heroico se abalanzó sobre el nido de la ametralladora blandiendo un machete. El tirador peruano viró su arma sobre el soldado pastuso y lo impactó repetidamente, pero no impidió que Juan Bautista cayera sobre los tres peruanos de la pieza y detuviera el fuego mortal, permitiendo que las tropas colombianas desembarcaran y ocuparan el puesto. Murió abrazando la ametralladora enemiga. Era la guerra del Perú.

3.    En pleno desarrollo de la batalla del Monte Calvo, el 21 de marzo de 1951, cuatro cadáveres de soldados colombianos fueron expuestos por los chinos en la cresta de la colina 180, provocando su recuperación. El comandante del Batallón Colombia ordenó una misión de rescate que causó un asombro total en el Regimiento del coronel norteamericano Smith. El soldado Alejandro Martínez Roa, en una demostración de arrojo y valentía, alcanzó la cresta en solitario, desactivó una mina debajo de uno de los cadáveres y descendió con el cuerpo al hombro, bajo intenso fuego enemigo. Lo entregó a las tropas de su país y regresó a rescatar a los otros. Era la guerra de Corea.

…y un mentís a la cobardía

El pasado 18 de septiembre, un bombardeo de la FAC destruyó un campamento de los narcoelenos en la selva chocoana. Ocho terroristas fueron neutralizados instantáneamente. El jefe de la banda, con sus piernas diabéticas gravemente lesionadas e infectadas, se arrastró durante diez días por la selva circundante hasta que, vencido, se acurrucó junto a un pajonal y se dispuso a morir como un animal salvaje. Debió pensar en sus jefes en La Habana, paseando en Catamarán o en Caracas con cena caliente y cama tibia. ¿Habrá encomendado su alma a Fidel? Una patrulla de Fuerzas Especiales lo encontró agonizante y a pesar de las muy difíciles condiciones atmosféricas y de terreno, un helicóptero logró evacuar el cuasi cadáver. A bordo, el soldado profesional Wiemar Cortés, enfermero de combate, lo mantuvo vivo hasta su llegada a Cali a un hospital. “Yo le gritaba fuerte al oído que no me dejara de mirar a los ojos, que me apretara la mano, que yo lo estaba ayudando”. Era el mismo cabecilla terrorista que ordenaba el asesinato de soldados, dizque para liberar a Colombia de no sé qué carajos.

Su tez morena, sus facciones angulares y la serenidad de su rostro, son la mejor representación del soldado colombiano, héroe desde hace 200 años, que por estas calendas es asesinado por la espalda por bellacos comunistas mientras sus quintacolumnistas tratan borrarlo de la historia y reemplazarlo por secuestradores, asesinos, torturadores y violadores de niños. No faltará el imbécil que le asegura a la Comisión de la Verdad que, como se puede evidenciar en la foto, el soldado Cortés estaba estrangulando al cabecilla en el helicóptero y con guantes quirúrgicos para no dejar huellas. Es la actual guerra de la mentira narcoterrorista contra Colombia.

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