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El refrán se ajusta perfectamente a la forma como el líder republicano del Senado norteamericano, Mitch McConnell, despachó el asunto del juicio a Donald J. Trump en el Congreso. Una mayoría de senadores encontró culpable a Trump por incitar a la turba que tomó por varias horas el Capitolio el 6 de enero, pero no pudo condenarlo porque se requería la aprobación de las dos terceras partes de la cámara. McConnell votó por no condenar al expresidente, pero después dio un discurso en el que afirmó que el exmandatario había sido “práctica y moralmente responsable” de lo que ocurrió aquel día en el que el Congreso debía -y lo hizo finalmente- certificar la votación de los colegios electorales que decidieron el triunfo de Joseph Biden en los comicios de noviembre.

De los 100 senadores que conforman la cámara alta, 57 consideraron que Trump debía ser condenado (48 demócratas, 2 independientes y 7 republicanos). El resto, 43 republicanos, lo consideró no culpable. Al final de la votación y la resolución consecuente del Congreso, hablaron los líderes de la mayoría, el demócrata Chuck Schumer, y el de la minoría, McConnell.

El discurso del líder republicano fue de un contenido sorpresivo: “Compatriotas estadounidenses golpearon y ensangrentaron a nuestra propia policía. Asaltaron el Senado. Intentaron cazar a la presidenta de la Cámara de Representantes. Construyeron una horca y corearon sobre asesinar al vicepresidente. Lo hicieron porque el hombre más poderoso de la Tierra los había alimentado de falsedades salvajes, porque estaba enojado porque había perdido una elección. Las acciones del expresidente Trump antes del motín fueron un desgraciado abandono de su responsabilidad”.

El discurso, comentaron algunos, fue quizás el que debieron dar los diputados acusadores. McConnell rebatió muchos de los argumentos expresados por los abogados de Trump en el juicio del Senado. “… esa creencia [la de la turba] fue una consecuencia previsible del crescendo de declaraciones falsas, teorías de conspiración e hipérbole imprudente que el presidente derrotado seguía gritando en el megáfono más grande del planeta Tierra. El problema no es solo el lenguaje intemperante del presidente el 6 de enero (…) También era toda la atmósfera fabricada de la inminente catástrofe; los cada vez más salvajes mitos sobre una elección aplastantemente inversa que nuestro ahora presidente estaba robando con algún golpe secreto”.

McConnell recordó: “El sistema legal habló. El Colegio Electoral habló. Como me puse de pie y dije claramente en ese momento, la elección estaba resuelta. El líder del mundo libre no puede pasar semanas gritando que fuerzas oscuras están robando nuestro país y luego fingir sorpresa cuando la gente le cree y hace cosas imprudentes”.

Los abogados de Trump habían alegado que pelear hasta la muerte o pelear como demonios, como invitó Trump a sus partidarios el 6 de enero, era lenguaje corriente de políticos. Y para ello, mostraron videos de dirigentes demócratas en diversos escenarios donde empleaban esas mismas frases. “Lamentablemente, muchos políticos a veces hacen comentarios acalorados o usan metáforas que los oyentes desquiciados podrían tomar literalmente. Esto fue diferente”, reconoció McConnell. “Este fue un crescendo cada vez más intenso de teorías de la conspiración, orquestado por un presidente saliente que parecía decidido a revocar la decisión de los votantes o incendiar nuestras instituciones en el camino de salida. Una turba estaba asaltando el Capitolio en su nombre. Estos criminales llevaban sus estandartes, colgaban sus banderas y le gritaban su lealtad. Era obvio que solo el presidente Trump podía acabar con esto”.

Fue el discurso de quien minutos antes había votado junto con la mayoría de su bancada por absolver al expresidente, lo cual también quiso explicar.

Aludió a teorías desarrolladas 200 años atrás por un erudito constitucional que dijo que el juicio político y la condena por impeachment en el Senado “es una herramienta limitada para un propósito limitado”, que existe para proteger al país de los funcionarios gubernamentales. Con ello, el líder de los senadores republicanos justificó que de haber estado Trump en el cargo como presidente y haber sido sometido a juicio por las acusaciones presentadas ahora por la Cámara de Representantes, él hubiera considerado “cuidadosamente” tales acusaciones. Es decir, él no votó por la condena porque Trump estaba siendo enjuiciado como expresidente, lo cual estimó inconstitucional. Solo en eso coincidió con lo planteado por los abogados del exmandatario.

“Donald Trump era el presidente cuando la Cámara votó, aunque no cuando la Cámara decidió entregar los papeles”, arguyó el legislador. Pero lo que no dijo fue que cuando los diputados aprobaron intentar el juicio contra Trump, el Senado entraba en receso y teniendo en ese momento los republicanos la mayoría en el Senado, el mismo McConnell declaró que solo un día antes de que ocurriera formalmente la transmisión de mando presidencial, del 19 de enero para el 20, el Senado podía recibir la resolución de los diputados. Es decir, el juicio se iniciaría siempre cuando Trump ya fuera expresidente. Los diputados, además, intentaron entregar su resolución antes y la Secretaría del Senado les mandó a decir que no iban a ser recibidos.

McConnell entonces decidió abrir la compuerta de la posibilidad de un juicio al expresidente en los tribunales: “El presidente Trump sigue siendo responsable de todo lo que hizo mientras estuvo en el cargo, como ciudadano común, a menos que se haya cumplido el plazo de prescripción; todavía es responsable de todo lo que hizo mientras estuvo en el cargo, no se salió con la suya todavía -todavía”.

Fue una jugada bien pensada de un estratega político, se esté de acuerdo o no con su decisión. Hay varias cosas de fondo. Lo primero es que McConnell contó los cañones que tenía a su disposición entre su propia bancada. McConnell es el líder más importante del partido y desea conservar esa posición. Aun con su propia voluntad de condenar, no era seguro que tuviera suficientes votos para ello. Era más fácil asumir la posición que finalmente adoptó y jugar a los dos bandos. Otro factor importante son los donantes del partido. Reconocidas empresas e importantes donantes reaccionaron negativamente contra los diputados que el día 6 insistieron en desconocer los votos a favor de Biden en algunos estados, aun después de que se produjo la insurrección contra el Congreso. McConnell quiso apaciguar con su discurso a los donantes que están en desacuerdo con lo que Trump promovió antes, durante y después de la invasión al Capitolio, sin alienar a los senadores que le apoyan.

Por último, Trump tiene deseos de continuar activo en política porque ello le permite recoger fondos tanto para cualquier campaña que quiera desarrollar contra sus enemigos como para intentar resolver sus problemas judiciales pendientes, civiles y penales. Penalmente, está surgiendo una investigación en su contra en Georgia por la presión que ejerció contra el secretario de estado de esa jurisdicción para que le “consiguiera” los votos que le faltaban para derrotar a Biden en el estado, además de otros juicios contra sus empresas en Nueva York. En lo civil, está pendiente si debe regresar 100 millones de dólares al Fisco, que no debió haber recibido por sus declaraciones de impuesto. Los intereses de esa deuda la llevan a alrededor de 400 millones de dólares, en un momento en que algunas de sus propiedades (hoteles y clubes privados) están viendo reducir sus ingresos y edificios rentables están acumulando deudas, además de que los bancos no quieren tener más relaciones con él y algunos clientes que hacen uso de sus propiedades han cortado lazos con las mismas.

Trump va a continuar en política porque necesita fondos para contrarrestar a sus enemigos en el partido y aprovecharlos para hacer uso de ellos en lo personal. McConnell va a necesitar recursos para dar la pelea y enfrentar, si es el caso, a los trumpistas en las primarias para escoger candidatos al Congreso el año que viene y tratar de desconectar a Trump del partido.

Los demócratas no se quedaron atrás en su visión estratégica en lo concerniente a la acusación y juicio a Trump en el Congreso. Los demócratas sabían que era cuesta arriba lograr una condena en el Congreso con el apoyo de los republicanos. Pero los demócratas se vieron obligados a buscar esa condena y documentar cómo ocurrieron los hechos, con testimonios grabados del expresidente, desde antes de las elecciones, con testimonios de los insurrectos en el Capitolio diciendo que ellos estaban allí para pelear por Trump y porque seguían sus órdenes, con la cronología de los tuits del presidente recriminándole al vicepresidente su falta de lealtad cuando ya sabía que su vida estaba en peligro y, un detallito, portaba una de las famosas “pelotas” de activación del armamento nuclear. Los demócratas no se rindieron antes de pelear y lograron que hasta el líder republicano del Senado reconociera la certitud de sus argumentos. Su conclusión, acertadamente, fue que perdieron en la votación de la condena a Trump en el Senado, pero ganaron en el tribunal de la opinión pública y de la historia. Y eso les ofrece una amplia y sólida base alternativa de defensa de la democracia ante la todavía constante amenaza trumpista y del populismo construido sobre la base de teorías conspirativas.

@LaresFermin

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