En un tuit publicado este 3 de marzo por el respetado y apreciado Ciudadano, Leopoldo Castillo, a propósito de la conversación sostenida por el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, con el presidente del legítimo parlamento venezolano y también presidente encargado del país, Juan Guaidó, se preguntaba, o más bien, invitaba él a reflexionar acerca de la razón de que este último continuase siendo «el hombre de Washington en Caracas» más allá de los cambios en la estructura del mayor poder político del planeta, máxime porque al asumir Guaidó la responsabilidad de jefe de Estado, de uno secuestrado por un emporio delincuencial, no «era el líder», y además porque hoy «en las encuestas aparece no muy sobresaliente».
Tal planteamiento para la reflexión y discusión es, sin duda, interesante, pero lo verdaderamente llamativo en este es la interrogante que queda abierta sobre lo que hace distinto a Guaidó; llamativo porque la respuesta es simple y obvia: nada.
Nada distingue a Guaidó de buena parte de los que se dedican a hacer malabares «políticos» en esta tiranizada Venezuela y no es su figura lo que motiva el apoyo en cuestión —y no sugiero aquí que el Ciudadano lo crea… y de creerlo, estaría en su derecho y sería su postura tan respetable como las que apuntan en otros sentidos—. Es más bien Guaidó un necesario «medio» para cuyo efectivo aprovechamiento no son requisitos la empatía o los vínculos que se establecen entre los líderes y sus seguidores; es una oportunidad que nada tiene ver con él mismo o con sus ambiciones políticas, y que como tal es entendida dentro y fuera del país, por lo que, valga la digresión —y la dureza del comentario, por cuanto lo que está en juego en Venezuela no son elecciones o cargos, sino las vidas de millones—, constituiría el mayor de los errores su defenestración, sobre todo de tener ello lugar por los caprichos de narcisistas malcriados y con severa miopía, como es por ejemplo el caso de Henrique Capriles, que no es capaz de hacer a un lado sus propios deseos e intereses por la nación que lo respaldó en dos ocasiones, a diferencia de lo que sí han hecho otros cuya estatura, más por inteligencia que por «bondad», se aproxima cada vez más a la de los auténticos estadistas, como Leopoldo López —quien, pertinente es recordarlo, también hizo a un lado sus ambiciones en aquellas coyunturas para apoyar a Capriles por el bien del país, aunque esa es «otra» historia, ya que lo sustantivo no es este o aquel, como tampoco lo es Guaidó—.
Por supuesto, es meritoria aquella combinación de sentido de la oportunidad y coraje de la que se supo valer Guaidó en momentos en los que era inadmisible seguir postergando el cumplimiento de una obligación que otros, al estar antes en su lugar, no se atrevieron siquiera a considerar, lo que significó un real y positivo punto de inflexión en la lucha venezolana por la libertad, y la índole de sus íntimas motivaciones para cumplir con esa obligación es irrelevante, puesto que no es importante lo que imaginan o desean las personas en cuyas manos colocan las circunstancias los destinos de las naciones, sino lo que finalmente hacen y los resultados de sus acciones.
No obstante, y para dar respuesta a lo que la mencionada pregunta no hace referencia —o al menos no de explícito modo—, pero que constituye lo sustantivo en lo que a tal lucha respecta, una más madura y pragmática visión, tanto de la interna mayoría ciudadana, a la que no refleja la estrecha e irreal «realidad» de las redes sociales, como de los actores de mayor peso de un mundo democrático que, al parecer, ha empezado por fin a comprender que el batir de las alas de una mariposa en cualquier lugar sí puede ocasionar una indeseada tormenta en otro, es la argamasa que mantiene unidas las piezas de una cooperación para la libertad en la que Guaidó funge como la bisagra con la que antes no se contaba.
Por tanto, no es él causa o fin; es medio, intermediario, puente entre dos realidades que ha permitido salvar los escollos de la tergiversación chavista y posibilitar así un accionar distinto pero no motivado por él, sino por el interés compartido que de la manera más traumática ha evidenciado la forzada migración masiva de venezolanos; aquel cuyo eje es la urgencia de la procura del restablecimiento de una democracia que para Venezuela y ese mundo se traduzca en algo distinto a la fuente de problemas de consecuencias globales que es hoy la nación.
Así que no, no se trata de Guaidó. Se trata de los no tan perceptibles cambios en las visiones, internas y externas, relacionadas con la solución al colosal problema global que entraña la opresión de la sociedad venezolana… y qué bueno que así sea, porque del culto a la personalidad bien se sabe en Venezuela lo que resulta.
@MiguelCardozoM
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