Vamos a sincerarnos. No es verdad que en estos tiempos de pandemia mundial los padres estén de luna de miel con sus hijos. Hay excepciones, pero pocas. Lo de jugar, conversar y pasar buenos ratos sí ocurre, pero el encierro se prolonga y se producen roces poco agradables durante un confinamiento que no tiene salida a corto plazo.
Lo bueno, y esto debe quedar claro, es que estas diferencias familiares no suceden porque los padres lo estén haciendo mal. Ocurren porque somos seres sociales a quienes la tragedia de una enfermedad, inesperada y viral, de un día para otro, trastocó nuestra forma de vivir.
Hay un cambio de rutina en la vida de padres e hijos. En la mañana los llevaban al colegio. Allí, niños y adolescentes corrían, recibían sol, jugaban, compartían con sus amigos, repasaban antes de un examen o terminaban a la carrerita un trabajo que debían entregar. Los padres los buscaban a la hora de salida y comenzaba la segunda parte: natación, fútbol, kárate, ballet, tareas dirigidas y cualquier actividad extracurricular que puedan imaginar. Luego, cansados, a casa, a terminar las tareas, cenar y dormir. Así todos los días.
¿Qué ocurre hoy? Los muchachos no tienen dónde quemar esa energía inagotable. Es bueno y saludable que hagan ejercicio en casa, jugar con ellos, ver cómo preparan recetas que vieron por Internet y que para orgullo de sus progenitores les quedan deliciosas. Que dibujen, que hagan sus tareas, que se diviertan y pasen memes… pero el transcurrir de los días hace que manifiesten lo que es normal: inconformidad, rebeldía, desesperación, mal humor e impotencia.
Los niños, en el peor de los casos, pueden perder el interés en los estudios y los padres fácilmente la paciencia porque no cuentan con la preparación de maestros y profesores, a quienes ahora más que nunca han aprendido a respetar y admirar.
Los padres deben ingeniárselas para mantener la atención de sus niños y aplicar la psicología como herramienta. Deben armarse de paciencia, aprender a ser flexibles, a tratar a sus hijos de acuerdo con su edad. Asesorarse por teléfono con un especialista o con maestros y profesores es otra buena alternativa. Por ahora, el colegio está en la casa… no hay opción. En esta situación de emergencia, los padres son los maestros de sus hijos.
Los niños y adolescentes saben que recuperarán su vida, pero no hoy ni ahora. Allí comienzan los problemas que pueden fracturar relaciones familiares si no se manejan bien.
¿Qué ocurre con los adolescentes en cuarentena? Ellos no son niños ni adultos, son lo que les conviene ser de acuerdo con las circunstancias y además son muy listos. Es la edad de reafirmar la personalidad y se hace difícil porque lo están haciendo en confinamiento. No poder salir los desespera; sin embargo, se encierran durante horas en sus cuartos y los padres deben tocar la puerta en señal de respeto a esa privacidad. ¿Por qué?, porque están creciendo y buscan tener un espacio que hoy está limitado a cuatro paredes.
Si en condiciones normales ser un adolescente o convivir con uno de ellos es complicado, en reclusión por pandemia se hace más difícil. Se acuestan más tarde que de costumbre. ¡Todos lo hacen! Ven Netflix como si de eso dependiera su vida. Se transforman en seres nocturnos porque de día duermen sin aceptar el daño que les traerá el descontrol del sueño. Su mundo es la laptop, el celular, los videojuegos y sus amigos en las redes. Todo a puerta cerrada. A veces les escucharemos decir cosas bonitas y divertidas, pero generalmente están enfadados con el mundo y al no tener cómo drenar, los padres pagan los platos rotos.
Sin embargo, son nuestros hijos y no hay que subestimar sus problemas. Ellos aman a su familia a pesar de retarla e intentar probar el límite de su poder. Sufren y lo exteriorizan con un comportamiento que puede desesperar, pero que a ellos también les genera angustia.
Por eso hay que aprender a negociar. Escucharlos. No imponerse, pero tampoco dejarles hacer los que les dé la gana ni que nos muestren sus rostros de dictadores. Hay que llegar a convenios. Hacerles sentir que nos importan y que no dejaremos de amarlos. Respetemos su espacio. Intentemos comprenderlos sin perder la paciencia y flexibilizando ciertas normas.
Durante esta reclusión pandémica, la estabilidad de los niños y adolescentes dependerá de saber negociar y colocar límites básicos que no den la impresión de que los padres quieren controlarlos.
Es una edad difícil. Este es un tiempo difícil pero lo superaremos y aunque la vida será diferente porque ya nosotros somos distintos, las familias estarán más unidas que nunca para continuar amándose… para continuar amándonos… así será.
@jortegac15