Acceder a la lectura de una auténtica y genuina poesía en estos tiempos aciagos y lúgubres de tanatocracia pandémica planetaria es motivo de júbilo para el espíritu lector confinado compulsivamente por efectos del peligro in crescendo de contagio por el hórrido virus chino que azota a la especie humana en estos días de incertidumbre universal.
Traigo a colación las anteriores palabras debido a la gratificante lectura del más reciente poemario de la escritora costarricense actualmente residenciada en Canadá, Anabelle Aguilar Brealey, sugerentemente titulado: Niño empolvado por explosión de guerra: primera edición digital, San José de Costa Rica; Editorial UCR, abril 2021, Colección Lira costarricense, 109 páginas.
El poemario está concebido de acuerdo con una estructura triádica; es decir, concebido en tres compactos cuadernillos aparentemente autónomos pero en estricto rigor interconectados secretamente por un magistral hilo de coherencia y cohesión interna que le confiere estatuto de vida, sobra decir, genuinamente lírica.
El primer cuadernillo elocuentemente titulado Encrucijada contiene una especie de Ars Ontológica que explora intuitivamente a través de un poco más de una treintena de vibrantes páginas fervorosamente escritas y viene precedida de un hermoso paratexto de la escritora Margerite Yourcenar y que aforísticamente sostiene: “Que no se acuse a nadie de mi vida”.
Desde el principio de sus sintéticos pero hondos cantos la poeta verbaliza su estro lírico en un tiempo verbal por venir:
En el poema “Utilidad de las ventanas” dice:
“El día después de mañana
Es el mejor
(…)
Cuando el balcón se abre
Y huele a café
Hay que esperar…”
Obviamente el verbo esperar no es de ningún modo empleado por la escritora como una simple cuña expresiva complementaria del verso; antes bien, obedece a una diáfana welstanchauug (concepción del mundo y de la vida) que se inscribe en un registro de optimismo esperanzador. Es como si la poeta nos quisiera decir, con el novelista checo Milán Kundera que “la vida está en otra parte”, ¿dónde acaso? En el futuro naturalmente y es el poeta el demiurgo forjador de ese mundo luminoso que no será dado por ninguna exterioridad ni por ningún agente transmundano.
“Nada es seguro”
El poema en Anabelle Aguilar es economía de palabras; su afán más llamativo está patentizado en decir mucho con poco. Sus conmovedores textos poéticos se entroncan con la potente tradición poética del Haikú, sólo que los versos finales de sus poemas dejan abierto un horizonte de posibilidades expresivas. No es autocensura; es contención verbal.
En el poema “Cumbre” sostiene la escritora:
“eres
la palabra cierta
oportuna
nunca oída” (pág 8)
En “Parque Ocre” la potente imago se explicita de un modo elocuentemente interrogativo: “Donde está tu verso/ el del jacarandá dormido”
Y no tarda apenas unos breves peldaños de versos para responderse a sí misma:
“pero sí digo
Está enredado
En tus labios de melocotón
Entre tanto verso tuyo
Que ni se sabe
Qué sé yo”.
La poesía de Anabelle Aguilar posee una potente veta filosófica que la entronca filialmente a la escritura filosófica que está presente en las sociedades y civilizaciones de gran desarrollo espiritual e intelectual y científico. Prueba inequívoca de ello lo constituye este prodigioso verso que no admite réplica:
“hay una verdad única
La vida es una equivocación
Una libélula
Es capaz de morir
Entre sus dientes”.
Aplaudo con entusiasmo vital los logros expresivos que nos entrega la escritora en este maravilloso poemario, especialmente en lo atinente a la zurcida y detallada construcción lingüística y sus innovadoras elaboraciones verbales. Ejemplo de mi aserto lo refleja este bellísimo oxímoron:
“En el reencuentro
El olor de los cuerpos
Es distinto
No hay tiempo para las luces
La oscuridad alumbra”. (p.16)
De la vehemente y devocional lectura, -no de otro modo se puede leer la poesía de Anabelle Aguilar- me quedan prendados en mi bóveda encefálica estos muníficos versos en los cuales reverberan versos heraclíteos:
“Es conforme
El agua
En su pasar
De siempre”.
El cuadernillo titulado: “Acerada Vertiente”, es un compendio de osadías idiomáticas y atrevimientos heterodoxos que desencuadernan la lógica simbólica propia de los registros intelectivos del lector.
Que en un mismo poema, “Hay cosas”, la escritora trabaje con laboriosidad sorprendente íconos emblemáticos sagrados y profanos y les asigne el mismo estatuto de veritatividad filológica la hace acreedora de una singular condición de creadora de mundos insólitos sólo habitables en el poema. “Sólo en el poema es donde la palabra es Dios”. (Cioran)
“En el templo de los pobres
(…) un Cristo agonizante
Tan solo un sitio
Para las lágrimas desasistidas
Una cierta encerrada tibieza
Al lado del arrugado papel
De Mc Donald’s
En el centro
de la ciudad
en el puro centro
una mujer de gris
con un perro callejero
espera su turno
a la salida
Decir agua
Nada más
Para que nazca el río”. (p.50)
Los textos poéticos provenientes de las ígneas resurgencias espirituales de esta extraordinaria forjadora de la palabra escrita dan cuenta del tesoro lingüístico acompaña cada creación verbal sin parangón en cierta poesía surgida en el vivir itinerante de los espíritus tocados por la gracia divina de la palabra intemporal. Enhorabuena poeta!