Al comienzo del capítulo 7, Succession amaga arreglar el conflicto de Shiv con Tom, en una escena típica de reconciliación en la intimidad de la casa. Darán una recepción más tarde, a propósito de la elección donde participa su hermano, Connor.
El matrimonio sonríe y aparenta felicidad. Tom entrega un regalo a su esposa y ella se muestra gratamente sorprendida. Cuando lo abre, descubre un escorpión disecado dentro de una caja. Es el obsequio “envenenado”.
¿Una gracia, un mal chiste, una broma de peor gusto? Es el símbolo que revela el significado de la trama, capaz una imagen algo tosca y brusca, como metáfora, que anuncia el giro de traiciones que tomará el guion del séptimo episodio.
La tensión se sigue manteniendo, pero en rigor se trata del comienzo menos contundente de la temporada.
La dispersión se traslada a la dirección y el montaje, que resultan no tan afinados y originales como en casos anteriores.
Problema normal de una serie, antes de llegar a su clímax.
El capítulo siete supone un natural “descrecendo”, ante la inevitable avalancha de situaciones que se vienen en la resolución.
Sin embargo, pese a su escritura automática, el libreto ofrece una clásica fiesta que hará volar por los aires la estabilidad del plot, de los personajes, de sus posiciones en la escala de poder.
Previamente, Greg despide a 100 empleados con Tom, bajo la administración de Kendall. A Greg no le tiembla el pulso mandar a sus trabajadores a la calle, y emprende su tarea como una lectura burocratizada y cínica delante de un Zoom.
Refleja la indolencia del personaje, su sangre fría, su falta de empatía y escrúpulos, situándose en un plano de “exterminador” empresarial que sus jefes aprueban. Le permite ganarse unos puntos de cara al psicópata de Lucas.
Mattson llega a la celebración, invitado a escondidas por Shiv, que continúa jugando a sabotear el plan de sus hermanos, que a su vez diseñan una estrategia de caos, con el fin de quedarse con el control de todo, echando por la borda el acuerdo millonario con Lucas.
Las cartas están bien definidas, los escorpiones sacan sus ponzoñas y se pican mutuamente, primero por la espalda, después delante de los propios invitados, haciendo un show.
Roman trama la salida de su hermano Connor de la charada de su campaña política, ofreciéndole una embajada en Somalia u Omán, para gozar de un retiro dorado.
El mayor de los hermanos se lo piensa de forma infantil, imaginando vida de rey y rico en el tercer mundo, al modo de un pequeño emperador colonial.
El subtexto nos dice que hasta perder es un tremendo negocio en el GOT del bipartadismo populista.
¿Les suena familiar?
Kendall enfrenta a Lucas, con palabras fuertes, mientras cabildea con miras a afirmar su posición en el tablero.
Los suecos esconden un par de secretos oscuros, que comprometen su futuro y el de la misma Shiv.
Tom, el alacrán, escenifica una disputa con Shiv en la terraza de su apartamento de lujo, cuyas paredes quedan pequeñas para el tamaño del escándalo.
Los examantes se dicen todo a la cara, recriminándose sus intereses, su separación, el origen real de su unión.
El desahogo conduce al fin de la fiesta, del reinado de la apariencia, dando comienzo al funeral, a la degollina que se anticipa, que se huele.
Como Tom, ya no podemos pegar un ojo, hasta que termine la tragedia.
Faltan dos episodios.
Arde Troya y no queremos que se apague el incendio.