OPINIÓN

Nicolás va de retro

por Alfredo Cedeño Alfredo Cedeño

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Un error muy común, clásico se puede decir, es subestimar al adversario, y ello es más habitual aún en los escenarios políticos. Lo que voy a escribir a continuación sé que hará bramar a unos cuantos, bastantes, y agitarse desmelenada a otras tantas, aún en mayor cantidad. Seguro que me voy a desvelar de la preocupación ante tales dimes, diretes y aspavientos…

Tanto como en el año 2000 en una reunión con un grupo de asesores políticos de un partido, cuyo nombre no viene al caso, y el cual gozaba de una aparente fortaleza, que luego se diluyó como pan en caldo caliente, dije que era un error limitarse a despotricar de Chávez y no reconocerle sus méritos. ¡Ardió París y Troya! Lo que menos me dijeron fue que estaba cayendo en el juego del enemigo. Y comenzaron a entonar, en perfecto coro, que ni Nazil Báez Finol con su Coral Polifonía, una inacabable letanía donde lo primero que salió fue la verruga y el bembón del susodicho. Siempre me ha sucedido que ante la idiotez me inmovilizo, es encontrarme frente a algo desconocido que no sé cómo manejar. Esa ocasión no fue la excepción. Escuché asombrado la retahíla de denuestos contra el comandante intergaláctico, al final solo atiné a decir: pero el que está ejerciendo la presidencia es él. Por supuesto el contrato que tenía con ellos llegó a su fin.

En los años 2004 y 2005 trabajé con la agencia internacional de noticias Notimex, así como con la corresponsalía en Caracas del diario valenciano Notitarde. Parte de mis pautas habituales era acudir los martes y jueves a las sesiones parlamentarias en la sede de la Asamblea Nacional. Allí pude catar de cerca a Maduro y vi, en no pocas oportunidades, cómo les volteaba la tortilla a las lumbreras de la oposición. En esos días tuve otro desencuentro con otros personajes porque osé decir que, por lo visto, subestimar al enemigo era el deporte nacional y que ese galán tenía el pendejo bien lejos. En esa ocasión ardió Atenas y Berlín.

Años más tarde, cuando el héroe de Sabaneta ungió como heredero a Nicolast, volvió la turbamulta descalificadora, donde lo primero que siempre ha salido es su condición de chofer del Metrobús. Lo cierto es que desde 2013 nos estamos tragando su mandato. 

Provocador, pendenciero, altanero, astuto como perro de ciego y malo cual un golpe a medianoche en el pie contra la pata de la cama, no se le puede negar. Capaz de decir la bellaquería más artera y sonreírse después revela una personalidad de frialdad total. Dirán que propio de un psicópata. A ver, ¿acaso esos desequilibrados no muestran un perfil de inteligencia ligeramente superior en algunas áreas, como el razonamiento verbal o la capacidad de entender y manipular situaciones sociales? Debo acotar que sus habilidades suelen estar más orientadas a la astucia que a la creatividad o la curiosidad intelectual. De allí su destreza para la manipulación, la planificación calculada y la falta de emociones, lo cual le permite actuar sin el remordimiento que frenaría a una persona común. Es de mencionar también que ello le hace caer en errores garrafales, el primero: sobreestimar sus capacidades, lo que conduce a tomar riesgos que terminan dejándolo al desnudo.  

Pero sigamos con el marido de Cilia. Hasta ahora ha podido manejar el escenario nacional a su antojo. Muchas veces con la complicidad, o comodidad –que termina siendo la misma miasma–, de la casta política tradicional, así como de los nuevos, o añejos, grupos económicos que, y así ha sido siempre, han medrado a la sombra del Estado.  

No se trata de Bonaparte, quien en 1812 invadió Rusia sin estar preparado para las condiciones climáticas extremas a las que se expondrían. Su ejército, inicialmente de 600.000 soldados, quedó con menos de 100.000 sobrevivientes. Tampoco es Aníbal, que pese a derrotar a los romanos en Cannae, hablo del año 216 a.C., no tomó a Roma, lo que le permitió a sus hijos reorganizarse y vencerlo y destruir a Cartago en el marco de la Tercera Guerra Púnica. 

Los ejemplos de las decisiones erradas de grandes y pequeños dirigentes militares y sociales son infinitos. Maduro no es la excepción. Cayó en el mismo traspié de sus opositores: subestimó a María Corina Machado y al presidente Edmundo González, quienes no lo hicieron con él, sino que se prepararon arduamente para pelear, y le ganaron. 

Su respuesta ha sido casi histérica, de estupor absoluto, y luego de caer con su nalgamenta al piso no encuentra qué hacer, ni cómo retener lo que ya no puede. Ese poder que, parodiando al poeta Jesús Rosas Marcano, es cual “el humo del café, / que todo el mundo lo ve / pero nadie lo agarra”. 

Por los momentos, a él, que tanto le gustan los ritmos caribeños, me imagino que le debe costar bailar de Juan Luis Guerra aquello de: “Tira la palanca y endereza / Que la guagua va en reversa”.  Por mi parte que siga así, que agarre ese voladero a la mayor velocidad posible.

 

© Alfredo Cedeño  

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