“La tiranía más insoportable es la tiranía de los subalternos”
Napoleón Bonaparte
El drama shakesperiano de Lord Macbeth retrata la tragedia de un rey cuya ambición de poder lo arrastra a una espiral de intrigas, crímenes y abusos. En el ocaso de su reinado traiciona a su leal compañero y solo atiende las recomendaciones de unas brujas y su codiciosa esposa. La semejanza más evidente entre el decadente Macbeth y la jerarquía del chavista está en la obsesión por sostener el poder a toda costa sin reparar en sus consecuencias.
La más grave contradicción del madurismo es haberse erigido en el poder como portavoces de los pobres y que luego esos representantes hayan transmutado hacia un festín de abundancia y opulencia. Es paradójico que la sostenibilidad en el poder del impopular Nicolás Maduro dependiera de aquellos que han desvalijado el tesoro nacional, razón suficiente para concederles inmunidad ante la justicia bolivariana siempre y cuando no pisaran ciertas líneas. Recordemos que la persecución contra Tareck el Aissami y Rafael Ramírez no inicia como resultado de los señalamientos de corrupción o el daño patrimonial sufrido por la industria petrolera. No. Su defenestración se produce cuando se confirman las sospechas de que aspiran el trono conferido a nuestro Macbeth tropical.
Ahora bien, la campaña roja enfrentará el enrevesado desafío de superar su propio discurso. Por años, la propaganda oficial se esforzó en convencer a tirios y troyanos de que la crisis venezolana es un resultado de las sanciones. Tal vez les funcionó para evitar un estallido social, pero ahora ¿cómo negar lo irrebatible? Si votan por el otro, es decir, Edmundo González, esas desalmadas sanciones se derogarán inmediatamente. En 2012, Henrique Salas Feo aspiraba a ser reelecto gobernador de Carabobo; sin embargo, durante 4 años vociferó que las deficiencias de su gobierno se debían a la negativa del gobierno nacional a transferir oportunamente los recursos correspondientes al estado. El discurso electoral del candidato chavista, Francisco Ameliach, se redujo a asegurar que de resultar electo él sí obtendría los recursos que le eran negados a “El Pollo”. Bueno, Ameliach, con todo y su gris campaña, obtuvo un triunfo abrumador.
La desaparición de apoyos con los que históricamente contó el chavismo también ha fecundado la caótica situación de Nicolás. En el plano internacional los gobiernos socialistas se han distanciado de Maduro, con la excepción de uno que otro sátrapa, nadie quiere ser percibido por sus electores como simpatizante del destartalado modelo chavista, mientras tanto, en casa, enfrenta el insalvable asunto de la dispersión interna. No son solo las evidentes fisuras entre los dueños del botín o las deserciones diarias, el principal aprieto está entre los cuadros medios que a menos de dos meses de la cita electoral no han suspendido los ajustes de cuentas; además que en su gran mayoría no tienen deudas con la justicia por lo que no les resultaría traumático pasar a la oposición. El que no la debe no la teme.
Un político es un vendedor de esperanzas y Nicolás no representa ninguna. En sus alocuciones se observa a su audiencia aburrida, dormitada y escéptica. Recientemente, gritaba efusivo prometiendo dos nuevos productos en las bolsas CLAP. Nadie aplaudió. En la actualidad el chavismo no convence a nadie y su imagen desgastada y delirante sólo representa el atraso de un modelo que fracasó. A estas alturas la continuidad de Maduro solo le sirve a unos pocos que necesitan impunidad y el amparo de sus privilegios.
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