Con la prisión de Nicolás Espinoza, el régimen ha sumado otro nombre a su larga lista de presos políticos. Esta vez le ha tocado a un hombre íntegro, defensor de los derechos ciudadanos y alguien a quien tengo el honor de haber llamado amigo desde hace más de dos décadas.
Nos conocimos en circunstancias que, aunque complejas, no se asemejan en absoluto a la gravedad del presente. En el año 2000, Nicolás presidía la Junta Liquidadora del Banco de los Trabajadores de Venezuela (BTV) y yo ejercía la vicepresidencia del Fondo de Garantía de Depósitos y Protección Bancaria (Fogade), ambos enfrentando la sombra del naciente gobierno de Hugo Chávez. Recuerdo vívidamente la convocatoria a la casa de mi tío, Albino Ruiz Colón, siendo que eran amigos cercanos. El tío, quien junto a su esposa hubo de exiliarse a Madrid -donde afortunadamente compartió con Betancourt- durante la dictadura de Pérez Jiménez, había siempre conocido en Espinoza un hombre valiente y resuelto, características que pude también apreciar en medio de las tormentas políticas de los años por venir.
Aquella tarde, mientras el régimen bolivariano comenzaba a mostrar sus colmillos contra las instituciones financieras, advertimos que algo sombrío se cernía sobre el directorio del BTV que encabezaba Espinoza. La simple idea de que un gobierno, bajo el pretexto de justicia social, destruyese el trabajo de quienes procuraban recuperar los activos de un banco que había sido indebidamente intervenido y devolver confianza al país, nos parecía un acto de absoluta injusticia. No obstante, con Espinoza se pudo enfrentar un tiempo ese embate con integridad y sin claudicar.
Nuestro vínculo se fortaleció cuando, en 2012, recorrimos buena parte de Venezuela en apoyo a la candidatura de Henrique Capriles Radonski. Fue una campaña de esperanza, de convicción en que podíamos devolverle a nuestro país la democracia que tanto anhelaba. Viajamos por carretera, pasando por pueblos olvidados y ciudades que, a pesar de las penurias, nos recibieron con los brazos abiertos, llenas de fe en un cambio. Nos deteníamos en plazas públicas, mercados, estaciones de gasolina; compartíamos con la gente, escuchábamos sus inquietudes, y ese grupo del cual Espinoza formaba parte siempre tuvo una palabra de aliento, una visión clara de lo que podría ser una Venezuela mejor.
A lo largo de estos años, Nicolás nunca ha abandonado esa lucha por un país más justo. Mientras otros se rendían o se alejaban de la política, él se mantuvo firme, apoyando incansablemente los esfuerzos para construir una mejor Venezuela. Desde la Plataforma Agroalimentaria, que buscaba revitalizar nuestro sector agrícola y garantizar la soberanía alimentaria del país, hasta otras iniciativas que siempre han tenido como objetivo el bienestar de los venezolanos. Siempre ha estado ahí, ofreciendo su apoyo y su experiencia, convencido de que un cambio real es posible.
Hoy, más de veinte años después de que enfrentara su primer ataque por parte del gobierno, Nicolás Espinoza ha sido detenido -secuestrado es la palabra- bajo acusaciones que, como en todos los casos de presos políticos, son fabricadas por un régimen que ve enemigos donde solo hay ciudadanos comprometidos con Venezuela. La maquinaria del poder, que en su momento lo quiso aplastar, ahora le convierte en otro símbolo del abuso y la represión.
Su encarcelamiento de Nicolás no es solo un ataque a su persona, es un ataque a la decencia en el servicio público, el coraje de decir la verdad y la capacidad de resistir a la corrupción que ha impregnado al Estado venezolano desde los días de Chávez hasta la actual dictadura de Nicolás Maduro. Como en los oscuros años cincuenta, cuando su amigo Ruiz Colón debió huir para salvar su vida mientras luchaba contra la dictadura de Pérez Jiménez como joven secretario de Acción Democrática, hoy vemos cómo la historia se repite. Las nuevas generaciones de tiranos no han aprendido de los errores del pasado y persisten en destruir a quienes les desafían.
Aquí es imposible no detenerse en la ironía que nos brinda la historia de Venezuela. Tres Nicolás, separados por los siglos, pero unidos por el destino y, en algunos casos, por el infortunio.
Decimos entonces que Nicolás Espinoza es “Nicolás el Bueno”.
En nuestra historia está también llamado así Antonio Nicolás Briceño, mejor conocido como «el Diablo», un militar independentista del siglo XIX que, con su intransigencia y audacia, fue un temido comandante de la causa patriota. Para él, la tiranía española merecía nada menos que una respuesta despiadada, lo que lo llevó a afianzar el apodo que le acompañaba desde muchacho. Briceño, aunque duro, representaba un deseo de libertad, una lucha feroz pero justa contra un régimen opresivo. Es este “Nicolás el Diablo”.
Llegamos a «Nicolás el Malo”, Nicolás Maduro, el dictador que mantiene el país secuestrado y ensangrentado, con su puño de hierro y sus esbirros, simboliza la peor versión de poder tiránico que nuestro país ha conocido desde las épocas más oscuras. Un hombre cuyo apellido irónicamente significa «juicioso, sesudo», no es sino el verdugo de Venezuela.
Hoy, Nicolás Espinoza, el amigo, está encarcelado por esa tiranía moderna que «el Diablo» habría combatido sin tregua. «Nicolás el Bueno” no empuña un sable ni llama a la guerra, sino que enfrenta el yugo con la dignidad de quien ha servido a su país, sin pedir nada a cambio más que justicia y respeto por el Estado de derecho. Si “El Diablo” Antonio Nicolás Briceño luchó con furia por la independencia, Espinoza lo hace con serenidad, y con la misma entrega, pero en esta Venezuela rota por la corrupción y la represión.
Tres Nicolás, tres destinos. Uno, el tirano que sigue encadenando a la nación; otro, el luchador indomable que batalló contra la injusticia; y finalmente, el preso político, cuyo encarcelamiento no es solo un ataque a él, sino un símbolo de la Venezuela que anhela ser libre nuevamente.
Amigo Nicolás , desde la distancia, quiero enviarle este mensaje: su voz, aunque temporalmente silenciada, resuena más fuerte que nunca. Confío que esa cantidad de niños y jóvenes venezolanos con quienes comparte prisión recibirán de usted aliento y testimonio de lucha, al igual que de Perkins Rocha, Leocenis, San Miguel y esa infinita y dolorosa lista de venezolanos de primera. En cada injusticia que ustedes enfrentan, en cada abuso de poder que sufren, están forjando un futuro en el que la justicia prevalecerá sobre la represión, como lo hizo en el pasado. Y sus amigos, quienes han compartido con ustedes los desafíos de décadas, les prometemos que no están solos en esta lucha.
Al final, la verdad y la justicia siempre encuentran su camino, y cuando llegue ese día, estarán libres, como tantos otros valientes que han soportado el yugo de la tiranía. Y entonces, como siempre, seguiremos luchando por esa Venezuela que todos hemos soñado y que describió Andrés Eloy: libre, justa y digna.
El autor es ingeniero electricista con estudios de posgrado en administracion, negocios y difusión de políticas tecnológicas (IUPFAN, IESA, Tulane, ETH Zürich). Diputado electo a la Asamblea Nacional.