Los exjefes de Estado y de Gobierno del Grupo IDEA han adoptado una pedagógica resolución sobre la farsa electoral en Nicaragua –que no es un fraude, es abierta simulación electoral– bajo el nepotismo dictatorial de los Ortega-Murillo; mala copia, por grotesca, del otro nepotismo histórico suyo, el de la familia Somoza.
Ocurrió en Nicaragua, en sustancia, algo nada distinto de esa tolerancia que se traga a América Latina desde 1989, hace 30 años. Se disemina la experiencia de las “dictaduras del siglo XXI” como las califica el expresidente ecuatoriano, Osvaldo Hurtado, siendo que son, como “democracias progresistas”, el resultado de una palmaria renuncia a la libertad; mientras las élites culturales, económicas y políticas las aceptan, para expandir sus espacios o negocios, o hacer crecer sus ingresos dinerarios, lícitos o ilícitos. Pero como todo tiempo de bonanza tiene altos y bajos, al término esas dictaduras de actualidad, para sostenerse, necesitan de culpables, y los tiene a mano. Son sus socios de tropelía, también los pasivos.
La declaración de IDEA es aleccionadora, no solo crítica, y de allí su texto preciso, cuyos considerandos copio: “Habiendo advertido… sobre el desconocimiento abierto por la dictadura nicaragüense de las recomendaciones de Naciones Unidas y la Unión Europea para que retomase la senda de la democracia y la apreciación del Secretario de la OEA, en cuanto a que “Nicaragua se encamina a las peores elecciones posibles”; hicimos un llamado a los gobiernos democráticos de la región y al propio Grupo de Trabajo sobre Nicaragua del Consejo Permanente de la OEA, creado desde 2018, para que actuasen al efecto, en especial dadas las privaciones de libertad de los candidatos presidenciales opositores, el encarcelamiento de periodistas y el cierre de medios de comunicación social”.
Seguidamente, “habiendo señalado, a tiempo, que sumaban veintinueve (29) las personas opositoras que habían sido detenidas y con ello inhabilitadas por la dictadura para participar en las elecciones previstas, mediando el gravoso antecedente de las 328 víctimas fatales de la represión desatada por los Ortega-Murillo contra la población manifestante de 2018, reiteramos entonces que los gobiernos democráticos mal podían permanecer indiferentes ante la muy grave situación que atraviesa la señalada república centroamericana”.
Así las cosas, la declaración citada no deja de apuntar al meollo del asunto en otro considerando y en su conclusión, para prevenir sobre lo colateral: “Habiendo hecho presentes los mecanismos de defensa de la democracia que legítimamente provee el Derecho internacional, a nivel universal, y en lo regional la Carta Democrática Interamericana”… “los gobiernos democráticos y los organismos multilaterales, llamados a adoptar las decisiones y realizar las acciones necesarias y efectivas para el sostenimiento de la seguridad democrática en la región, han de hacer un severo análisis de lo ocurrido, prevenir la repetición de dicha experiencia, tal como se aprecia, en otros Estados, como en el caso de Venezuela”, que cristalizará el venidero 21 de noviembre.
Qué culpa tiene la estaca, si el sapo salta y se estaca… y nunca deja de saltar, dice la popular estrofa.
El caso es que los gobiernos de la región no aprenden de sus errores. Viven presas de sus mitos ideológicos, de donde mal ha podido construir utopías realistas que alejen a sus pueblos del complejo colonial que cargan a cuestas. La Nicaragua de ayer, bajo Somoza y en su relación con Estados Unidos y la OEA, es hoy como el cuento del sapo.
Reunida esta a instancias del secretario de Estado norteamericano, Cyrus Vance, en 1978 propone para resolver sobre la salida de la dictadura, textualmente, (1) el cese del régimen, (2) un gobierno democrático plural entre los opositores, y (3) la realización de elección libres a la mayor brevedad. Eso sí, con la coletilla de “la No intervención”.
Si embargo, en el esfuerzo por avanzar y lograr su cometido, pues el sandinismo, apoyado por Panamá busca quedarse con el poder total, opta la OEA por encomendarle a una delegación mediar, negociar, transar el abandono del gobierno por los Somoza, y entenderse con los sandinistas y los demás grupos opositores para armonizarlos bajo una exigencia: mantener el somocismo, sin Somoza. Jimmy Carter auspicia la negociación entre las partes.
Esta historia, que olvidan algunos venezolanos en su amnesia mexicana, termina en tiempos de Somoza en las manos de los nicaragüenses. Es en lo que insiste la resolución de la OEA, cuidadosa de no darle tregua a algún acto de prepotencia “imperial”.
Así las cosas, el marxista FSLN al que tanto temía Estados Unidos, una de cuyas caras visibles era Daniel Ortega, tras secuestrar a ministros del régimen, sobrevenir el asesinato del editor Pedro Joaquín Chamorro, toma con las armas el Palacio Nacional y derroca a Somoza, quien huye al extranjero donde es asesinado.
Hace 42 años la comunidad internacional celebró el nacimiento de este clon cubano en el hemisferio occidental. Lo viví como diplomático, no me lo contaron. Lo grave es que, tras la caída del muro de Berlín, el modelo comentado trasmutó. Las dictaduras «progresistas» ahora corrompen y en primera instancia inundan con sus lodos crematísticos a los amigos de la economía «libre» que poca estima tienen por la libertad y por la política; luego, los maridan con el narcotráfico y el terrorismo, con el crimen organizado transnacional, dentro de Estados que han transformado en verdaderas entidades criminales. Otro es el ecosistema del siglo que avanza.
Videla, Pinochet, al cabo se fueron del poder, pero eran militares de carrera. En algo les importaba el juego de la política.
Pasadas cuatro décadas, el desafío o el imposible es otro, a saber, negociar “políticamente” con exguerrilleros y secuestradores que operan con el negocio de las drogas, sin códigos de honor, acostumbrados a bregar con policías y sin importarles los costos en vidas.
¡La culpa no es de la estaca!
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