OPINIÓN

Ni una página en blanco más

por Julio Moreno López Julio Moreno López

La literatura es siempre una expedición a la verdad” (Franz Kafka)

Tengo que decir que siempre he sido un ávido lector. Desde que, allá por los años setenta del pasado siglo, mi tío Pablo me regaló mi primer libro, El Principito, ya nunca he dejado de leer.

Es cierto que en mi opinión, El Principito, según he podido comprobar tras releerlo dos o tres veces en mi edad adulta, no es propiamente un libro para niños, no es literatura infantil, aunque así se le haya considerado, erróneamente, desde que fuera publicado el 6 de abril de 1943. Para mí, y creo no equivocarme, es una fábula que en realidad esconde una filosofía de la vida que se nos puede escapar fácilmente al leerlo en la infancia pero que trasluce, inmediatamente, al leerlo siendo adulto.

No en vano, no es la primera incursión en la filosofía de su autor, Antoine de Saint Exupéry, que ya en 1939 publicó Tierra de hombres, un libro en el que, basándose en un suceso real, un accidente aéreo que sufrió en 1935 en el desierto del Sahara y que a punto estuvo de costarle la vida, el autor aprovecha para plasmar una serie de reflexiones sobre temas tan importantes en el devenir humano como la amistad, la muerte o el sentido de la vida.

Miren, yo,  a mis 51 años, hace tiempo que comprendí que ya no puedo desperdiciar mi tiempo, sin duda el valor menos valorado y sin embargo más importante de los que atesoramos. Nuestro tiempo es finito; así que, cuando vas teniendo cierta edad, a menos que seas un necio, que los hay y muchos, te das cuenta de que el tiempo se te acaba y que, en según qué casos, queda mucho que aprender, queda mucho que vivir, no en tiempo, sino en experiencias que aún están por descubrir, en conocimientos que aún están por adquirir, en reflexiones que aún están por hacer. Es por eso que, cada vez más, trato de llenar mi tiempo con aquello que puede aportarme, huyendo de las banalidades, a ser posible.

Esto, que suena tan raro, también les pasará a ustedes. Es por eso que la paciencia se agota, a determinada edad. Ya no tenemos tiempo de ser pacientes.

Si esto lo traduzco a la literatura y a cómo han evolucionado mis gustos a lo largo de mi existencia, me doy cuenta de que han ido acordes a esta filosofía. No sé si ustedes habrán leído a Enid Blyton. Dicho así, igual no les suena, pero si tomamos en cuenta que es la autora de la serie de Los cinco, es muy probable que todavía conserven algún ejemplar suyo, aunque sea en el trastero. Este tipo de libros, entre los que también destacaría Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, nos transportaban a lugares y situaciones maravillosas, aventuras que, sin embargo, podían ocurrirnos a nosotros, por cotidianas y por tener como protagonistas a niños, preadolescentes, que era lo que los lectores de este tipo de novelas éramos entonces.

Esto sí era literatura infantil y juvenil. Pura aventura, sin profundizar en temas que, a esa edad, no correspondían. Querer que los niños comprendan y asuman asuntos que corresponden a los adultos, como ocurre actualmente, es un poco robarles la niñez, que ha de basarse en la inocencia. De igual manera que un pesimista es un optimista con experiencia, yo opino que un adulto es un niño con vivencias, que en la mayoría de los casos le han robado la inocencia. Mucho cuidado con esto. Reflexión. Hay tiempo para todo, sobre todo para soportar la condena de ser adulto, a cadena perpetua.

Decía Ricardo Piglia que “la literatura también es eso; una relación con la experiencia donde uno está al mismo tiempo viviendo y registrando”. Es verdad. Si la personalidad se va forjando a través de vivencias y recuerdos, ¿por qué no han de servirnos las vivencias y los recuerdos de otros? Por muy rica que sea una vida, siempre habrá cosas que a unos nos sean imposibles, mientras para otros sean su cotidianeidad. La única manera de introducirse, de verdad y a fondo, en el alma de otro, es la literatura. Y no me estoy refiriendo a los personajes, que a fin de cuentas, en su mayoría, son ficción. Me estoy refiriendo al autor. El autor, en un acto valiente, casi heroico, está dejando su yo, su alma, sus más profundos pensamientos y sus más oscuros sentimientos en las líneas de su obra. Hay que buscarlo; en la mayoría de los casos, no es explícito, pero está ahí.

Recuerdo mis lecturas en mi primera etapa adulta, allá por los primeros años de este caótico siglo XXI. Entonces era muy dado a los autores contemporáneos y, a poder ser, nacionales. Sin duda, el autor que más leí, en aquella época, fue Arturo Pérez-Reverte. Mirado desde el prisma de mi edad actual, entiendo que en aquella época, despojado ya de la inocencia, lo que buscaba era la heroicidad, el romanticismo que aportaban los personajes de Pérez-Reverte. El soldado, el espía, mujeriegos y canallas. Era como querer vivir algo que sabías que a ti no te iba a pasar. Literatura novelesca en estado puro.

Bueno, estuvo bien mientras duró. Luego, una vez que comprendes que no vas a esconderte por las calles de El Cairo para cortarle el cuello a nadie, en una clara y fría noche de luna llena, al menos para mí, llegó un momento en el cual empecé a buscar personajes que, de algún modo, podrían ser yo, o mi vecino, o un conocido del barrio, pero, en su mayoría con algo oculto, como ocurre muchas veces en la vida real.

Yo soy un convencido de que las personas nos dividimos en dos grupos; los que tienen algo que ocultar y los que tienen mucho que ocultar. Nada más satisfactorio, para un psicópata inofensivo, como yo, que penetrar en la mente del asesino, del conspirador, del loco.

De esta época, puedo enumerar lecturas como la trilogía de Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson;  la muy didáctica, tanto en materia de historia como de miseria humana, The Century, de Kenn Follet o los libros de Jöel Dicker, que siempre terminan en terribles dramas dentro de vidas aparentemente anodinas y felices. Desgraciadamente, todo esto cuadra más con lo que, día a día, nos escupen los telediarios, con la salvedad de que la realidad, desgraciadamente, siempre acaba siendo más dramática y más cruel que cualquier obra literaria.

Por eso, ahora que dentro de mi humildad he recabado en otro nivel de la literatura, publicando mi primer libro, lo he titulado Errores y faltas porque soy consciente de que he desgranado en él todo aquello que siempre he luchado porque permanezca oculto; mis errores, mis faltas, mi imperfecta pero feliz existencia, se encuentran entre las líneas de esta obra, sin duda.

Así, pues, el autor se muestra desnudo; aprovechen la ocasión. Lean, aprendan, disfruten. Esto se acaba y en el cielo, como decía Pabellón psiquiátrico, no hay alcohol.

«Ni una página en blanco más»Pájaros de barro”. Manolo García).

@julioml1970