Calificar la liberación de Alex Saab como una traición de Biden y una gran victoria de Maduro peca de simplista, desproporcionado y ausente del realismo y pragmatismo necesario en la difícil, compleja e incierta lucha por la liberación del país del régimen chavista.
Es comprensible la molestia y el desagrado, pero esas emociones no pueden ser las que guíen la respuesta y la acción política del campo democrático ante el hecho. Durante todos estos años de lucha se ha abusado de acercarse y reaccionar de forma emotiva y poco racional ante los hechos políticos sean positivos o negativos acompañados los adversos de descalificaciones y censuras desproporcionadas e injustas de efectos negativos en términos de cohesión y confianza en el seno de la oposición democrática.
Lo acertado en el caso que nos ocupa es entender que se está en presencia de un acto más de la construcción –siempre en riesgo- de un proceso de negociación cuyo objetivo central es sentar las bases para una transición hacia un nuevo régimen mediante elecciones libres. Por tanto, no hay que evaluar los sucesos referentes de manera aislada sino la secuencia de la que forman parte.
El camino elegido por la oposición democrática y sus aliados no es derrocar al régimen vigente como sucedió el 23 de enero de 1958, es llevar al chavismo a negociar la realización de unas elecciones presidenciales medianamente competitivas y si pierden, aceptar el resultado. Camino que no es infalible per se, pero es el viable por los momentos.
En consecuencia, en una negociación las partes deben ceder para alcanzar sus objetivos. Es el contexto en el cual debe considerarse y valorar lo ocurrido en el caso en cuestión. Si la liberación de Saab contribuye a lo planteado, es un trago amargo y más nada. Sus problemas por los mismos delitos en el terreno judicial continúan en otras latitudes.
Ni Biden es un traidor ni Maduro se agenció una gran victoria. Maduro ha tenido un final de año fatal: la primaria opositora resultó exitosa, la jugada del referéndum devino en derrota por la ausencia de ciudadanos en los centros de votación, la reunión con el presidente de Guyana una celada de algunos de sus amigos que lo obligaron a morigerar sus amenazas bélicas, convirtió en papel mojado la creación del estado Guayana Esequiba y la Corte Internacional de Justicia continúa tratando el tema. Tales derrotas no son amortizadas por la liberación de Saab.
La liberación del testaferro y el alto perfil dado al hecho por el régimen puede terminar siendo un bumerán porque retrata y afirma la condición delictiva, corrupta de quienes gobiernan y se sabe que dentro de sus filas hay desconfianza justificada hacia el personaje por vínculos anteriores (no desmentidos) con la DEA y por lo que pueda haber cantado durante su prisión en Estados Unidos.
Biden es entre los jefes de Estado democráticos el principal aliado nuestro, pero es el presidente de Estados Unidos, no el jefe de la oposición venezolana; por lo tanto, no siempre compartiremos miradas e intereses; pero esas diferencias eventuales son secundarias con relación al objetivo central compartido. Tampoco es que la administración Biden sea infalible, solo que en esta ocasión no creo se haya equivocado porque, aparte de satisfacer intereses propios en el canje de presos, se liberaron luchadores democráticos venezolanos, y esa operación forma parte del esfuerzo para pavimentar la ruta hacia una negociación sostenible con Maduro cuyo objetivo es la realización de un proceso electoral presidencial libre y competitivo. En todo caso, puede considerarse un error de Biden, no una traición.
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