OPINIÓN

Ni pérdida de valores ni descomposición moral

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

Siempre es clarificador leer, aunque sea a posteriori, las reflexiones de aquellos que algún día tuvieron un poder capaz de cambiar el estado de las cosas. Al respecto, la carta de Elliot Abrams, quien coloca entre las causas más poderosas para la continuación del despotismo en Venezuela una que debe preocuparnos altamente: «La oposición venezolana nunca pudo demostrar a los ciudadanos que la eliminación del régimen conduciría a una mayor prosperidad para el país». Indica que la gente pensaba que Maduro era el responsable del colapso económico del país. «(…) pero eso no significa que creyeran que la oposición podría traer mejores días».

Sería muy injusto descargar el peso de casi todas las culpas en el liderazgo venezolano, cuando el desconocimiento de la superioridad moral de la democracia y el capitalismo constituye un gran reto para los más importantes países occidentales y muy presente en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética. Anna Applebaum lo reconoce en su magnífico libro El ocaso de la democracia: “Las democracias liberales de Occidente están bajo el asedio y el auge del autoritarismo es una cuestión que debe preocuparnos a todos”.

En estos tiempos, creo firmemente que la oposición no cumplió este propósito porque le costó mucho entender contra quien luchaba. Chávez y su gente en un principio eran imagen de vengadores, seres encargados de hacer justicia en nombre de los desfavorecidos, de allí la popularidad de su amenaza: “Freiré la cabeza en aceite a todos esos lideres de la cuarta República”.

Chávez cumplió su promesa, prácticamente derrumbó todo lo que se oponía a su oculto propósito de edificar un símil del comunismo cubano. Lideró la destrucción masiva de propiedades y empresas, arrasó sindicatos, personalidades democráticas fueron injuriadas, ejecutó campañas de descalificación de los líderes opositores, cerró la mayoría de los medios de comunicación independientes, expulsó y persiguió a periodistas mientras que, paradójicamente, hundía a los más pobres en situación de completa orfandad. Un proceso destructivo que avanzaba al igual que todas las propuestas comunistas, devastando todo, sin aportar nada de valor, incitando el odio entre los ciudadanos y sobre todo hacia aquellos que alguna vez tuvieron una actuación destacada en la economía, política, en el arte, en los medios de comunicación.

Estas expresiones eran, en un principio, aclamadas, vitoreadas por un público, hasta por trabajadores, que ignoraba totalmente que estaba abriendo la caja de Pandora que traería todos los males a Venezuela, no imaginaron que acabar con la propiedad privada era destruir las posibilidades de vivir en libertad. Cerrar Radio Caracas fue una de las expresiones más claras de esta política de odio, privar a los hogares más humildes en el territorio de su conexión con el mundo, tal como señaló un trabajador de una fábrica en los alrededores de Barquisimeto. “Ustedes no saben lo que eso significa para mi familia, era la única estación que llegaba a mi casa”.

En resumen, una de las mayores fallas de la oposición, según Abrams, fue no haber explicado al pueblo que la democracia era el mejor sistema posible y que el problema no era sustituirlo por un socialismo a la cubana como reptilmente proponía Chávez. No fue sino hasta 2009 que Chávez declaró su adhesión al comunismo: “Soy socialista, bolivariano, cristiano y también marxista». Una confesión donde hábilmente mezclaba la fe religiosa del pueblo con los implacables designios del comunismo. Un reconocimiento tardío cuando el proceso destructivo estaba en plena efervescencia y aún el país permanencia ciego ante el futuro.

Lo que no agrega Abrams en su carta era que el liderazgo tenía que demostrar que el reto verdadero era mejorar las fallas de la democracia, que eran muchas, con fuerza mostrar que  este era el único camino posible.

El fracaso en los esfuerzos por sacar a Maduro tiene muchas causas, pero repito, entre ellas hay una muy importante, no saber quién era el enemigo, si eran solo una banda de delincuentes con disfraz moralista, ignorando sus intenciones y sin reconocer públicamente que la única manera de corregir entuertos era posible solo desde la democracia, como mostraba la historia del mundo. No era acabar con la propiedad privada, apoderarse de empresas y entregarlas a un Estado incapaz de manejarlas. Tampoco liquidar el Estado de Derecho, desconociendo la importancia de fundar el gobierno de la ley; arremeter contra el capitalismo en lugar de entrar en la senda de su humanización como muchos pueblos ya habían comprendido. No era imponer un Estado fuerte, opresor, sino una institución al servicio del ciudadano como existen en muchas sociedades donde imperan democracias liberales humanitarias.

Como resultado de esta imposibilidad de desterrar el chavismo se buscan nuevas explicaciones, algunas relacionadas con un supuesto daño antropológico, una especie de recomposición de la estructura moral que han experimentado los venezolanos y que según autores citados por “Pensar Educativo” puede resumirse de la siguiente manera: “ 1-tendencia a conducta servil 2- miedo a la represión; 3- miedo al cambio; 4- falta de voluntad política y de responsabilidad cívica; 5- desesperanza, desarraigo, el insilio”. Respuestas subjetivas al daño moral infligido por el chavismo a los venezolanos, quienes no han encontrado un asidero, una explicación de lo que ha ocurrido y sobre todo poder aferrarse a algo distinto en que creer. Argumento en el cual sí tiene razón Abrams.

Ángel Oropeza plantea algo diferente: Lo que vivimos en Venezuela no es un asunto de “pérdida de valores” de los ciudadanos, ni de ninguna “descomposición moral” del pueblo. Es, por encima de todo, la consecuencia trágica e inevitable de un modelo fracasado que solo sirve para enriquecer a unos pocos a costa del dolor y desdicha de la mayoría”. Esto es una experiencia universal, ningún socialismo o lo que se parezca ha traído felicidad a los pueblos donde se ha impuesto. Agregaría humildemente, reconocer que sin propiedad no hay libertad, no hay proyecto de vida, ni un minuto de felicidad posible. Pensemos en estos conflictos morales y no perdamos la oportunidad de rechazar el intento de oprimirnos por la banda criminal que hoy ejerce el poder en Venezuela. Sigamos a Karim Khan, saludemos al enemigo, negociemos, votemos y luchemos en todos los planos, ahora que sabemos con certeza quiénes son los que concentran el poder en nuestro país y cuál es el valor de la democracia.