Siempre es atrapante la interacción entre la imagen en movimiento y la historia, en especial cuando de tensiones prebélicas se trata. Es cierto que leer un clima cultural en la perspectiva del tiempo tiene algo de lectura el lunes por la mañana del partido del domingo. Y sin embargo la lista de monstruos, adivinos y golems que prefiguraban a Hitler están ahí en el cine alemán de 1919 en adelante. Para no hablar de las intrigas de espías que le sirvieron a Hitchcock para su magnífico período inglés antes de emigrar a Estados Unidos. No deja de ser significativa la obsesión del cine británico con esa década clave, signada por la puja con Alemania por un lado y su contracara interna, la pugna entre quienes querían ingenuamente apaciguar a Hitler, y la figura, al principio solitaria de Churchill que advertía desde hora temprana, que convenía quitarse los guantes y pelear duro. “Se necesitaba un monstruo para derrotar a Hitler”, le hará decir en la miniserie The Crown el libretista Peter Morgan a Churchill. Una autodefinición si no verdadera, al menos verosímil. En todo caso, ese tira y encoge entre pacifistas y guerreros ha vuelto al cine con inusual frecuencia en los últimos años. Tormenta en ciernes (Richard Loncraine, 2002) muestra a un solitario Churchill maniobrando para hacerse con el poder y enfrentar a Alemania. El discurso del rey (Tom Hooper, 2010) ve el problema desde el tartamudeo del rey que debe pronunciar un discurso de guerra, Las horas más oscuras (Joe Wright, 2017) describe el comienzo de la guerra. En todas ellas, la figura central o definitoria es el hombre del habano, la galera y el brandy. Poca o ninguna relevancia tiene su antecesor, un caballero de innegable flema británica llamado Neville Chamberlain.
No puede ser de otra manera por dos motivos. En el campo histórico Chamberlain quedó siempre como el pendejo que se dejó embaucar y ningunear por Hitler hasta firmar el denostado acuerdo de Munich por el cual Alemania tuvo el campo libre para fagocitarse primero los Sudetes y después el resto de Europa. En el campo cinematográfico porque, en general, los pendejos cumplen una función secundaria frente a los villanos y los héroes. Que son los que la escriben. Los pendejos manejan diligencias, o son el ayudante del sheriff. A veces llegan a presidente o primer ministro y la historia los revuelca, como en este caso.
Robert Harris es un tipo interesante. Ha sido un escritor de no ficción eligiendo temas espinosos como la guerra de las Malvinas y los medios, o el affaire de los diarios de Hitler (que resultaron apócrifos), antes de pasar a la ficción histórica. Para el cine fue colaborador de Polanski en un proyecto abortado (Pompeya), un thriller político (El escritor fantasma, 2010) y un filme electrizante que no podemos ver (cortesía de esa forma de censura que ahora se llama cultura de la cancelación), llamado Un oficial y un espía o Yo acuso, en 2019, sobre el affaire Dreyfuss.
Munich sigue su estilo de entretejer historia con ficción. La historia es la de Chamberlain, un caballero tratando de razonar con un matón. La ficción es la de dos amigos, uno inglés, otro alemán, maniobrando de lado y lado para evitar lo inevitable. El resultado es ambiguo porque el caballero está encarnado por un actor mayor llamado Jeremy Irons, que por sí solo vale la película, el personaje y la época. La parte de ficción frente a ese monumento a la historia, ese respeto por una figura trágica y ese intento de rescatarlo pierde mucho y, lo que es peor, se pierde en intrigas largas y conversadas. Queda una ambigüedad en pie, sin embargo, que no conviene pasar por alto por discutible que sea. Tal vez (en una relectura benévola e interesada) el juego insensato y mil veces criticado de Chamberlain haya servido para ganar tiempo. Nada indica que este fuera el plan secreto que el ingenuote de Neville estuviera ejecutando. Pero la película hace alusión a él en una última línea explicativa. Esta línea no alcanza para rescatarlo pero, junto al juego actoral de Irons, lo eleva al rango de peón trágico que pocos están dispuestos a darle. Tal vez por la regla antes citada sobre las memorias. El destino no le dio tiempo a escribir su versión de los hechos. Entregó el poder en mayo de 1940 y murió de cáncer en noviembre del mismo año.
A big, nice, good hearted pendejo.
Munich, en vísperas de una guerra. (Munich, The Edge of War). Inglaterra, Alemania.2021. Director Christian Schwochow. Con Jeremy Irons, George Mc Kay, Janis Niewohner.
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