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Netflix devorado por su monstruo

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Eric narra la historia de un animador de títeres, cuyo hijo desaparece en la ciudad de Nueva York. Pertenece a la programación de Netflix en verano.

La protagoniza el solvente actor Benedict Cumberbatch en uno de sus papeles de desdoblamiento, pues interpreta al padre del chico perdido al borde de una terrible crisis.

En seis capítulos, la producción busca resolver el misterio y el conflicto de la trama, siguiendo los pasos de las víctimas, los sospechosos y un grupo de actores secundarios de la escena de la Gran Manzana, alrededor de los años ochenta.

Pero el principal gancho de la serie radica en la aparición de un monstruo peludo que es alter ego del padre y fruto de la imaginación del niño.

El personaje de Benedict Cumberbatch se presenta como el creador de un programa de televisión con marionetas al estilo de Plaza Sésamo y El Show de los Muppets.

Por ende, el guion le hace guiños a la figura de Jim Henson, quien recientemente fue homenajeado por un documental de Disneyplus, titulado Idea Man.

En paralelo, Eric parece replicar un planteamiento visto en el género de la fantasía y el melodrama surrealista en una metrópolis caótica.

En consecuencia, podemos descubrir conexiones con historias como las de El pescador de ilusiones, The Beaver y Dead Note, amén de una mezcla entre realidad y ficción.

El padre sufre de una bipolaridad, a raíz del suceso de la desaparición de su hijo, quien le había recomendado antes incorporar a un nuevo personaje en el show de televisión que dirige.

En aquel momento, el progenitor recibe el consejo de mala forma y desprecia la idea del chico con un cinismo tóxico de borrachín intelectual.

Entendemos que el hombre fue tratado así por su padre, que se dedica al negocio de la construcción de inmuebles en barrios pobres.

De modo que el ciclo de gentrificación se repite y provoca otra ruptura generacional.

Tras el desaire y la desaprobación del padre, el chico sale de la casa y no vuelve, activando las alarmas de la policía.

Surge un detective honesto, con el espíritu noble de Sérpico, que conducirá la investigación del caso en el inframundo de las redes de tráfico, la trata de blancas y la corrupción de menores.

Desde entonces, el relato se abre en varios frentes y perspectivas, como en una novela coral sobre el lado oscuro del sueño americano.

No faltarán a la cita innumerables tropos, estereotipos y tópicos de la crónica negra, del thriller, de la soap ópera, de la tragedia de una familia disfuncional, afectada por un evento cismático.

Tiene la serie como virtud el hecho de componer un rompecabezas de los problemas sociales, políticos, económicos y culturales, que viene arrastrado el país del norte desde décadas atrás.

Temas de abandono y orfandad institucional

Pero la dramaturgia debe cargar con el lastre de ser complaciente con la medianía del algoritmo, simplificando la densidad del libreto, para la comprensión masticada de todo público.

En tal sentido, la fuerza de Eric se disuelve cuando los diálogos con el monstruo verbalizan y subrayan cuestiones evidentes, como que tenemos que aprender a lidiar con nuestra bestia interna, para procurar un mundo más justo y benigno.

Eric carece de la contundencia de The Bear y Ripley, por citar dos títulos que se muestran superiores en el manejo de sus conceptos creativos.

No llega a la dimensión sugerente y verista de Cruising de William Freidkin.

Tampoco se atreve a formular una crítica con el humor negro de Death to Smoochy, para satirizar al mundo adulto que explota la estética de lo “cuqui” con fines comerciales.

Eric es una serie sintomática de cómo Netflix suele quedarse entrampada en algunos proyectos que quieren abarcar tanto que al final se diluyen en un mar de correcciones políticas y sermones de alcohólicos anónimos con complejo de culpa.

Es el verdadero monstruo que la plataforma tiende a alimentar, en su carrera por el rating, para ser devorado por él.

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