Para escándalo de los inmaculados de Venezuela, el gobierno de España en funciones negocia sin ocultamiento su investidura con Unidas Podemos y con los partidos nacionalistas que necesita para mantenerse en el poder. Seguramente estarán a punto de rasgar sus vestiduras las vestales criollas que solo quieren hablar con su espejo libre de máculas, y los guerreros del Twitter que abren trincheras contra todo los que no se les parezca, contra todos los que se atreven a opinar con autonomía de criterio. La escena española no solo los introduce en el mundo real de la política, sino también en escenas que se dan o se deben dar en todas las democracias para beneficio del bien común.
Cuando describe el ir y el venir de las conversaciones entre el PSOE y las ofertas que se hacen para formar gobierno, la prensa española habla de un espectáculo parecido a las series de televisión que se han puesto de moda para alegría de la legión de sus espectadores, pero no lo hace en términos despectivos, sino para destacar los detalles de un pugilato que parece interminable, pero que es absolutamente necesario como parte de una convivencia solicitada por la mayoría de la sociedad. Por eso los periodistas pescan los detalles de las reuniones y persiguen los rumores que se filtran de unos cenáculos que deben ser herméticos para reflexionar sin aprietos, pero que terminan formando parte de las tertulias de los cafés como asunto de rutina.
Aunque tal vez se trate de un esfuerzo baldío de los comunicadores, porque los tratos de los políticos terminan debatiéndose en la tribuna del Congreso de los Diputados sin que nadie se ruborice. No solo se cantan las verdades y se arrojan a la recíproca lanzas envenenadas, sino que, por si fuera poco, hablan de los ministerios que la oposición necesita para votar por la investidura y de los que el gobierno está dispuesto a conceder para lograr que lo envistan. Pecado mortal, dirán tal vez las vírgenes nacionales que se alejan de la palabra diálogo como del mismo Satanás. Horror de horrores, traición ignominiosa, seguramente sentenciarán los críticos de nuestros discretos conversadores de Barbados, pero los españoles están haciendo justamente lo que se necesita para salir de una vacilación perjudicial para su destino.
La lección de esos diálogos que presenciamos desde la lejanía no solo nos advierte sobre lo aconsejable de su rumbo, sino también sobre la dificultad de terminar en una meta feliz. Han cumplido un capítulo que, pese a las expectativas, no ha llegado a nada. Los dimes y los diretes quedaron en el limbo, como si no hubieran sucedido; las posiciones burocráticas que se ventilaban permanecieron sin propietario, frías como el hielo, cuando se pensaba que pronto las calentarían unos flamantes detentadores. De lo cual se deduce que el control del poder no depende de salidas milagrosas, ni de fórmulas exprés como reclaman los voceros extremistas de la oposición venezolana.
Pero no ha terminado la española historia, por supuesto. Como sigue el problema, continúa el negocio de las búsquedas. Como aumenta un entuerto de inestabilidad que nadie en sano juicio quiere, una nueva tanda de acercamientos ha empezado, una nueva obligación de concertarse tirios y troyanos para evitar los peligros del abismo. En consecuencia, esperamos nuevas lecciones de lo que afirmen y nieguen allá los políticos, de lo que logren en definitiva mirándose las caras, no solo porque será fundamental para la marcha de su pueblo, sino también por el ejemplo que ofrece para el arreglo de las troneras de nuestro techo.
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