Venezuela –y por cierto, una buena parte de América y del mundo– vive «tiempos de banderas» y aunque sabemos que el conflicto es normal en las relaciones humanas y sociales y no una situación que se debe evitar, en la actualidad tanto en el ámbito personal como socio-económico y político, experimentamos el conflicto como un momento en el que algo rompe con el curso «natural» de nuestras vidas.
Como la comunicación se vuelve más difícil, encontramos cada vez más complicado expresar nuestras ideas, percepciones y sentimientos.
También encontramos más difícil entender lo que los demás hacen y dicen, y quizás desarrollamos sentimientos de inquietud, ansiedad o rechazo.
Esto, frecuentemente, llega acompañado de una cierta urgencia y frustración a medida que el conflicto avanza y sobre todo si no se vislumbra con claridad un final feliz, como está ocurriendo ahora en Venezuela, frente al reto de las elecciones presidenciales de julio.
Ahora bien, cuando apelamos a la negociación o al diálogo como método para enfrentar los conflictos, ¿qué tenemos en mente?
El dilema principal es si nos proponemos, simplemente, resolver un conflicto o aspiramos a avanzar hacia un horizonte deseado en el cual se logre construir nuevas formas de relación.
Si optamos por «resolver el conflicto» solo seremos capaces de abordar lo inmediato, con lo cual los asuntos de fondo seguirán ocultos.
Y aunque logremos algo por esta vía, solo estaremos sentando las bases para el próximo conflicto.
En esta visión, el foco se centra en los contenidos inmediatos, las causas visibles, y su propósito, frecuentemente único, es desmontar sus causas y llegar a un acuerdo.
El proceso se circunscribe, pues, a las inmediaciones de la relación donde surge el problema y tiene, por tanto, un horizonte de corto plazo.
Si en cambio, optamos por «avanzar hacia un horizonte deseado», el conflicto deviene en oportunidad de transformación personal y social, pues modifica las relaciones humanas, impulsa la cooperación mutuamente beneficiosa, promueve el reconocimiento y el respeto, y funda la necesidad de revisión permanente de los comportamientos y de las reglas, normas, leyes e instituciones.
El conflicto, entonces, permite crear procesos de cambio constructivo que reducen la violencia, incrementan la justicia en la interacción directa y en las estructuras sociales, y responden a los problemas reales en las relaciones humanas.
Este marco transformativo tiene tres componentes, cada uno de los cuales representa ámbitos de indagación en el desarrollo de una respuesta al conflicto: La situación actual; el horizonte del futuro deseado; el desarrollo de procesos de cambio que vinculen a todas las partes.
Respecto a «la situación actual», caracterizada hoy por un gobierno autoritario, fallido y amenazado que se enfrenta a una oposición aguerrida y triunfante, una mirada transformativa se hace dos preguntas importantes: ¿Cuáles son los problemas inmediatos que necesitan ser resueltos? y ¿Cuál es el contexto general que debe ser tenido en cuenta para poder cambiar los patrones destructivos?
Se trata aquí de mirar los problemas existentes como una expresión de un sistema más grande de patrones relacionales en los que el conflicto se enraíza.
El potencial de cambio se encuentra en nuestra habilidad para reconocer, entender y redefinir lo que ha pasado y para crear nuevas estructuras y modos de interacción.
En cuanto al «horizonte del futuro», es necesario considerar lo que nosotros idealmente queremos ver realizado. Mientras los problemas presentes actúan como un ímpetu hacia el cambio, el horizonte del futuro nos muestra las posibilidades de lo que podría construirse.
De modo que la flecha apunta no solo hacia delante, hacia el futuro, sino también hacia atrás, pero también hacia la situación actual y la variedad de procesos de cambio que pudieran emerger.
Finalmente, el «desarrollo de procesos de cambio», requiere que pensemos en la respuesta al conflicto como un desarrollo de procesos que atienden a la red de necesidades, relaciones y patrones interconectados.
Dado que los procesos de cambio deben atender tanto a los problemas inmediatos como a los patrones relacionales y estructurales más amplios, necesitamos reflejar múltiples niveles y tipos de cambio más que enfocarnos en una sola solución operativa.
Los procesos de cambio deben promover tanto soluciones de corto plazo como construir plataformas capaces de promover cambios socioeconómicos y políticos de largo plazo.
Antes que aceptar un marco de referencia que nos obligaba a elegir entre dos objetivos importantes, debemos re-encuadrar la pregunta en términos de objetivos interdependientes.
En el ámbito sociopolítico, ¿cómo podemos construir capacidades para garantizar la gobernabilidad amenazada y la paz en este contexto y, al mismo tiempo, generar mecanismos de respuesta de largo aliento?
Así pues, un desafío central para la transformación reside en cómo crear espacios y procesos para alentar a las personas a detectar y articular un sentido de identidad positivo en su relación con otros y no en reacción contra ellos.
Una vez logrados estos requisitos se comienza a transitar el camino de la construcción de la gobernabilidad y la paz, a través del cumplimiento de las siguientes etapas, propias de la negociación:
Exploración: adecuada evaluación de la situación y del «otro».
Identificación de intereses: ¿Qué espera cada quién? ¿Hay intereses comunes?
Identificación de opciones: ¿Qué podría hacerse para lograr la satisfacción de los intereses comunes, o de las partes?
Presentación de soluciones: Desarrollo del proceso de cambio e identificación de posibles objetivos y metas para un proceso vinculante.
Acuerdos: Construcción de un contexto de gobernabilidad y de paz.
Establecimiento de los objetivos, metas y acciones.
Establecimiento del plan de seguimiento del cumplimiento de los acuerdos.
Parece claro que en Venezuela no hemos podido avanzar más allá de la etapa de exploración. Así, todo el camino está por delante para ser recorrido.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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