La crisis venezolana es estructural, profunda, multifactorial e hipercompleja. No tiene soluciones instantáneas ni de corto plazo, siquiera. Restablecer una democracia cuesta mucho. Las dictaduras modernas, sean neocomunistas o neofascistas, han aprendido mucho y manipulan más y mejor que antes. Eso obliga a los demócratas a ser más inteligentes y contundentes. La unión es la base de lo demás. Desunidos serán vencidos.
La emergencia humanitaria que vive Venezuela, creada de forma artificial y de mala fe, costará mucho dinero y tiempo para enderezar los entuertos y transitar hacia la democracia con paso firme y sustentable. Eso es indispensable para hacer justicia, restituir el Estado de Derecho, hacer preeminentes los derechos humanos, recuperar los activos robados, reconstruir la infraestructura destruida y convertida en chatarra, reconstituir la moral y la identidad nacional y, como meta final, echar las bases para el desarrollo humano pleno y el renacimiento de Venezuela.
La crisis venezolana se debe a problemas estructurales de fondo, con raíces en la criminalidad organizada, ambiciones desmedidas nacidas del rentismo petrolero y la Gran Corrupción impune, que obstaculizan las soluciones. Pero, celebro que haya gente preparada entre los demócratas, quienes están dando la cara y poniendo el pecho por la civilidad, los derechos humanos y el Estado de Derecho. El riesgo vale todo. La justicia es alcanzable de forma pacífica, pero requiere mano firme y apoyo unánime. Los grandes factores democráticos internacionales están a favor de esto.
Cualquier proceso de negociación es difícil, casi imposible, cuando hay un Estado conducido por una cleptocracia capaz de cualquier felonía que le permita realimentar, nunca saciar, su adicción al poder, a la violencia y a la riqueza súbita. Hay suficientes expedientes penales y sentencias firmes en el exterior que evidencian el expolio al tesoro de los últimos 22 años. También son varias las investigaciones en curso, tras las fortunas mal habidas del sistema de botín.
La cleptocracia que se apoderó del Estado venezolano y sus recursos padece de una adicción insaciable al poder y sus riquezas. Dijo Lord Acton: “Todo poder tiende a corromper y todo poder absoluto corrompe absolutamente”. Nada más cierto y preciso para entender la tragedia que se ha vivido en el país. Los ataques sistemáticos y generalizados a la población civil indefensa desde el Estado, como medios de mantenerse en el poder, lo confirman.
Que unos individuos poderosos y arrogantes se sienten a negociar con sus adversarios para resolver los problemas que aquellos han creado es un logro importante de sus oponentes y un triunfo técnico de los mediadores. Como observador de este proceso no me hago grandes expectativas en el corto plazo. Pero creo que se están echando las bases para una transición sustentable hacia la democracia y la justicia en el mediano plazo.
Otros temas de interés que no son fáciles de relajar y que no están en juego en las negociaciones de México son las acciones penales ante los tribunales de varios países en los que el Poder Judicial es independiente y no se presta a presiones ni a transacciones. Tampoco las investigaciones en marcha y sentencias firmes se pueden anular ni relajar. Menos aún la investigación en ciernes ante la Corte Penal Internacional. Se deben cumplir sus fases y plazos. Punto.
Es difícil, pero posible, transitar el camino de la negociación para poner fin a la crisis venezolana. Difícil pero preferible a la invasión de otros países, a la guerra civil y a los constantes ataques a la población civil indefensa. Las negociaciones son el camino de lo posible, frente a vías violentas indeseables y mucho peores.
Que dos archienemigos se sienten en una mesa de trabajo según reglas establecidas por Noruega y supervisados por varios países a negociar cómo salir de esta crisis catastrófica y creada artificialmente, señala que no hay ganadores en un conflicto de poder laberíntico e interminable. Celebro que se sienten a dialogar civilizada y ordenadamente y aplaudo el apoyo internacional que tiene este proceso.
Negociar no significa claudicar. Se trata de llegar a un punto intermedio, entre lo deseado y lo verdaderamente posible. En las negociaciones se debe jerarquizar lo que va de primero y lo subsiguiente. Nada se consigue al 100% desde el inicio. Poco a poco se avanzará y se verán algunos resultados. Se requiere paciencia, tino y resistencia frente a un adversario indómito que, hasta ahora, no ha aceptado las reglas de la razón, la decencia la diplomacia y el Derecho.
Por algo hay que comenzar. El documento de entendimiento que ha trascendido es un inicio en el que ambas posturas han establecido sus aspiraciones de forma general. La práctica de una negociación empieza por ponerse de acuerdo en las comas y puntos del documento que se redacta. La generalidad tiene muchas lecturas. En el camino se empezarán a verse las arrugas, pero, también, el sendero correcto de la transición hacia la democracia, la preeminencia de los derechos humanos y el imperio de la justicia.
Para que un gobierno que ha abusado ad nauseam del concepto de soberanía y de autodeterminación se siente a negociar con su archienemigo, bajo la tutela internacional quiere decir que es un logro de la civilidad en beneficio de los ciudadanos, de los derechos humanos y de la paz. Es una victoria de la democracia sobre la arrogancia, el autoritarismo, la corrupción y la grosería.
Las sanciones internacionales de Estados Unidos, de Europa y otros países solo cesarán cuando cesen las conductas que las originaron. Nunca han cesado antes, ni con promesas ni ofertas de cambio a futuro. Siempre se han levantado después del cambio de comportamiento. Las sanciones se imponen cuando hay graves violaciones del derecho internacional, especialmente derechos humanos. Son por eso, legítimas, válidas y necesarias para evitar que gobiernos despóticos ataquen y roben a sus ciudadanos.
Si la exigencia de los sancionadores es que haya un cronograma comicial que conduzca a las elecciones presidenciales libres, universales y bajo verificación internacional, pues así será; luego de que ocurra, efectivamente, los países sancionadores podrán levantar dichas medidas.
Si otra de la exigencias de las sanciones es que se liberen a los presos políticos, las sanciones relacionadas podrán levantarse luego de tal liberación. No antes, de seguro. Siempre ha sido así. No conozco que haya razones para que se haga una excepción a este caso.
Una cosa es clara: las sanciones internacionales no se imponen a solicitud de nadie. Tampoco se levantan porque alguien lo exija. Dependen de reportes de actividades sospechosas de graves delitos internacionales que han sido documentados y verificados. Solo se cancelan cuando cesan esas felonías; nunca han ocurrido antes de que haya cambios verdaderos y verificables.
De paso, las sanciones no tienen la culpa de la crisis que vive Venezuela. Las causas son anteriores y, por ser estructurales y de fondo; mientras no cambien las causas, tampoco cambiarán los efectos. Si cesaran las sanciones hoy mismo, ¿recuperaríamos los niveles de 1998? No. La tragedia que vivimos es el efecto de la siembra de la destrucción deliberada de la democracia. Mientras este proceso no se detenga, el deterioro seguirá.
¿Escéptico? Si. Pero también realista: la negociación de México es la única esperanza de la justicia y la transición. Es lo que hay. ¡P’alante pues!
@FM_Fernandez