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Negociación y sistema político

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Firma del Pacto de Puntofijo

Las sociedades, en su permanente búsqueda por obtener la estabilidad y la paz, realizar negociaciones entre sus principales actores para instaurar un sistema político que les garantice alcanzar esos objetivos. Esos acuerdos se manifiestan, normalmente, a través del marco constitucional del Estado y, a veces, mediante acciones políticas pautadas por la costumbre. En Venezuela, durante el siglo XX, existieron dos sistemas políticos caracterizados por un prolongado período de estabilidad y paz: el andinismo y el puntofijismo. El primero tuvo dos expresiones políticas: las dictaduras de los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez y la transición hacia la democracia de los gobiernos de los generales Eleazar López Contreras e  Isaías Medina Angarita. Este período tuvo una vigencia de 45 años y culminó el 18 de octubre de 1945, un golpe de Estado ejecutado  por oficiales jóvenes  y dirigentes de Acción Democrática, dando inicio a los gobiernos de la Junta Revolucionaria, presidida por Rómulo Betancourt, la presidencia de Rómulo Gallegos, la Junta Militar, presidida por Carlos Delgado Chalbaud y  la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, quien fue derrocado el 23 de enero de 1958. Estos gobiernos no lograron crear las condiciones necesarias para establecer un sistema político que garantizara, por largo tiempo, la estabilidad y la paz.

El segundo sistema político, conocido popularmente como el puntofijismo, surgió con la firma de un acuerdo entre los principales partidos políticos, AD, Copei y URD, a fin de constituir un gobierno de unidad nacional después de las elecciones de diciembre de 1958. Su objetivo era preservar el régimen democrático amenazado por la derecha pérezjimenista y la tradición militarista venezolana. Al triunfar Acción Democrática, el presidente Rómulo Betancourt formó un gobierno con los partidos Copei y URD. Esta unidad evolucionó hacia un bipartidismo entre AD y Copei, alternándose, en la presidencia de la República, por cuarenta años: cuatro gobiernos de Acción Democrática y dos de Copei, aunque el último, la segunda presidencia de Rafael Caldera, lo formo sin el respaldo de Copei y tuvo como aliado al Movimiento al Socialismo. Este largo período permitió una gran estabilidad política y un importante crecimiento económico. Lamentablemente, la caída del precio del petróleo, en la década de los ochenta,  produjo un creciente descontento que se expresó, socialmente, con el estallido popular del 27 de febrero de 1989, el cual fue aviesamente aprovechado por dos logias  militares activos, una de izquierda y otra de derecha,  para atentar contra la democracia mediante dos intentos de golpe de Estado: el  4 de febrero de 1992, liderado por el T.C. Hugo Chávez Frías y el 27 de noviembre del mismo año, dirigido por el Contraalmirante Hernán Grüber Odremán. El T. C Chávez logró triunfar en las elecciones de 1998, poniendo punto final a este importante período histórico.

Finalmente, la democracia fue reemplazada por la Revolución Bolivariana, la cual no ha sido capaz de crear un verdadero sistema político  que garantice la estabilidad y la paz. Sus gobiernos han estado signados por un marcado personalismo, primero Hugo Chávez, ahora  Nicolás Maduro, que han controlado férreamente todos los poderes públicos e instituciones del Estado mediante el permanente irrespeto de las normas constitucionales. Además, a través de un marcado proceso de ideologización, penetraron  la Fuerza Armada Nacional y los organismos de seguridad del Estado para ponerlos al servicio de sus intereses políticos. Esa es la situación actual. La sociedad venezolana se encuentra azotada por la hambruna, el desempleo, la pobreza extrema, la delincuencia, el narcotráfico, la minería ilegal, y tantos otros problemas. Mientras tanto, Nicolás Maduro y su corrupta camarilla, indiferentes ante esta gran tragedia, no toman las necesarias medidas para enfrentarla. Lamentablemente, su conducta está regida por una incontrolable ambición de poder y la subordinación a intereses foráneos, fundamentalmente, cubanos. En consecuencia, la única solución a este cuadro de cosas es un importante cambio político que permita enfrentar con éxito los grandes problemas nacionales.

Sin resolver la actual crisis política es imposible encontrar una verdadera solución a las complejas circunstancias económicas y sociales que enfrenta nuestra sociedad y aún sería  mucho más difícil lograr una alternativa que permitiera negociar el problema internacional que significa las sanciones norteamericanas. El nuevo gobierno de Joe Biden es una gran oportunidad, pero para aprovecharla, Nicolás Maduro y el chavismo deben tener suficiente flexibilidad y conocer, hay que insistir en eso, que la única posibilidad existente es aceptar la realización de varios procesos electorales con las garantías democráticas requeridas y una amplia observación internacional. Se habla mucho de una posible negociación ante la cercanía de las próximas elecciones. Antes que esto ocurra, estoy convencido de esta realidad, es necesario que se alcance  una indispensable unidad opositora que le permita transformarse en un interlocutor con la requerida fortaleza y el necesario reconocimiento, nacional e internacional, para lograr el apoyo requerido a fin de alcanzar sus objetivos. Lamentablemente, su inconveniente división no lo permite. Pareciera que los intereses personales de algunos dirigentes lo impiden totalmente.

Este año corresponde constitucionalmente realizar elecciones de gobernadores y consejos legislativos. Es una extraordinaria posibilidad si se logra, mediante una inteligente negociación entre el chavismo y la oposición democrática, establecer las normas electorales, entre ellas la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral, la elección interna de la dirección de todos los partidos políticos y la escogencia de la organización internacional que legitimará dicho proceso  político, para que dichas elecciones sean reconocidas nacional e internacionalmente. De antemano, hay que decirlo, no es fácil lograr ese acuerdo, pero tengo la impresión que los intereses del chavismo y de la oposición democrática pueden estar empezando a coincidir. Los dos sectores deben de haberse convencido que de continuar la crisis nacional podría surgir una violencia fuera de control que comprometería la estabilidad y la paz, complicando, aún más, la ya muy compleja situación venezolana. Una oposición realmente unida, con claridad de criterios y de objetivos, podría iniciar una prudente negociación para abrir un camino cierto que permita la solución de la crisis nacional. Reflexionen, es el momento de hacerlo. El tiempo, que siempre interviene en la política, empieza a ser inmanejable.

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