Escritor, periodista, poeta y humorista nacido en la Caracas de los años veinte, celebramos ahora el centenario del nacimiento de Aquiles Nazoa, hombre sencillo que con su obra siempre exaltó los valores de la cultura popular. Ligado a Puerto Cabello, adonde llega, junto a su madre y hermanos, luego de la muerte de su padre, se desempeña como director del periódico local El Verbo Democrático y corresponsal para El Universal. En el puerto, además, mantiene una oficina de souvenirs, en un local situado frente al Concejo Municipal y la plaza Bolívar; vivía en la calle Lanceros, adoptando por ello el seudónimo de Lancero en sus escritos. Sus trabajos aparecen en Últimas Noticias, El Morrocoy Azul y Fantoches, los que le hacen acreedor en 1948 al Premio Nacional de Periodismo, en la especialidad de escritores humorísticos y costumbristas, y en 1967 al Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal.
Aunque escribió mucho y variados géneros, se nos antoja valorar hoy su producción a través de la relectura de su «Credo», sin duda uno de los poemas más hermosos escrito por venezolano alguno que debería ser, además, pieza de obligada lectura entre nuestros jóvenes. Se trata de una composición que lo llano y a la vez profundo de los sentimientos allí vertidos convierten en una suerte de elegía a la vida, a la sencillez de la vida, mejor diríamos.
Lo bien hilado de la prosa, lo hermosamente estructurado de los pensamientos expresados poco dicen, sin embargo, si antes no se conocen a plenitud las fábulas, leyendas y demás cuentos que dominaban el mundo del poeta, y que le permitieron dar rienda suelta a su escritura. Todo un microcosmos íntimo que bien resume los sentimientos de un hombre de gran cultura, que es capaz de creer en Pablo Picasso como el Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; y en Charlie Chaplin, como el hijo de las violetas y de los ratones que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que resucita día a día en el corazón de los hombres. Capaz de creer en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable, Nazoa también cree en cosas tan fútiles como los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales, las estrellas de oro que fabrica el amolador con su rueda maravillosa, o las monedas de chocolate que atesora secretamente debajo de la almohada de su niñez.
Pero también cree en la danza, en los mitos, en la literatura y en la poesía, cuando exalta la cualidad aérea del ser humano configurada en el recuerdo de la bailarina estadounidense Isadora Duncan, cuya trágica vida le hacen ver al poeta una purísima paloma herida abatiéndose bajo el cielo del Mediterráneo; cuando conjuga la fábula griega de Orfeo y Eurídice con el sortilegio de la música del compositor Gabriel Fauré y escribe: “Yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma”; cuando reconoce al poeta Rainer María Rilke como héroe de la lucha del hombre por la belleza, o cree en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia, la joven de la tragedia shakesperiana que se vuelve loca cuando su amado Hamlet atraviesa a su padre Polonio con una espada; o cree en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar, y en las aventuras de Lord Byron, a quien ve como capitán con la espada de los arcángeles al cinto y junto a sus sienes un resplandor de estrellas, comandando un barco esbelto y distantísimo que salió al encuentro de la aurora, quizá la misma goleta Hércules con la que zarpó desde Génova para luchar por la independencia de Grecia.
¡Sí, señor! Lo humano y lo profano en un microcosmos de íntima factura, que nos recuerda la magia de la palabra en la imaginación del poeta, del gran Aquiles Nazoa.
@PepeSabatino
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