Navidad es un hermoso momento para celebrar en familia. ¿Sabemos, sin embargo, lo que es la Navidad, además de los regalos, la comida y las patinatas? Es una época de recogimiento, de preparación, para acoger con amor al hijo de Dios que se ha hecho hombre. ¿Quién se aleja de un niño, de un bebé? La verdad es que todo el mundo tiende a acercarse a la cuna para contemplar con amor a un bebé. Un niño recién nacido provoca, en quienes lo ven, unas ganas enormes de cargarlo y besarlo. Imaginemos lo que suscitaría el hijo de Dios en los brazos de María y José; quién sabe si los pastores y los reyes magos lo cargaron. Eso no lo sabemos.
Un niño en pañales genera confianza, quita el miedo al juicio: antes bien, mueve a amarlo. Por eso Jesús invita tanto a confiar en Él, pues está dispuesto a perdonar hasta el infinito y a abrirnos su corazón amante para que experimentemos su misericordia. Jaques Philippe nos recuerda las palabras de San Juan de la Cruz: “Dios nos da en la medida en que esperamos de Él”, parecidas a la de San Francisco de Sales: “La medida de la Providencia Divina para nosotros es la confianza que tenemos en ella”. En el Evangelio también hay exhortaciones radicales sobre la Providencia:
“Por eso os digo: Respecto a vuestra vida, no os preocupéis acerca de qué comeréis, ni respecto a vuestro a vuestro cuerpo, acerca de qué os pondréis. ¿Acaso no es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, por mucho que se preocupe, puede añadir a su estatura un solo codo? Contemplad cómo crecen los lirios del campo: no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? (…) (Mt 6, 30)
Estas palabras no exhortan a la flojera ni a la desidia, sino a la confianza. No nos eximen de trabajar, luchar por tener un buen nivel de vida. No. Solo nos exhortan a confiar cuando hemos hecho todo lo que hemos podido y las cosas no han salido como queríamos. Las dificultades económicas y la pobreza extrema no son una contradicción, un desmentido de estas palabras. Confiando encontraremos momentos en los que reconoceremos siempre a Dios que ayuda, que aprieta pero no ahoga y que con estas “visitas” busca que mejoremos en algún punto de nuestro carácter o situación de vida. Creer, confiar en que todo lo permite para nuestro bien.
Navidad es una época para aumentar nuestra confianza en Dios, para creer que Dios se hizo hombre para acercarse con más fuerza a nosotros: para mostrarnos cuánto nos ama. Es bueno contemplar a los niños pequeños de nuestra familia para verlos tan dependientes de los adultos, tan vulnerables. Así fue Jesús: un bebé que necesitó de unos padres que lo cuidaran, que le transmitieran afecto, que estuvieran presentes cuando empezara a hablar, a aplaudir, a caminar, a reírse, a llorar por sus caídas. Un bebé, un niño pequeño. ¿Cómo desconfiar de una criatura así?
Si uno lo piensa bien, vemos que la Navidad es el cumpleaños de ese niño que nace, de ese hijo del Padre, que se hace hombre. Nosotros nos damos regalos entre nosotros y nos olvidamos muchas veces que a quien tenemos que regalarle algo es a Jesús. No tiene que ser un regalo físico; puede ser la mejora de un defecto, amar más puramente a nuestra familia y a aquellos con los que tenemos un ligero o gran roce de enemistad; puede ser también proponernos orar un poquito cada día, escondidos en nuestro cuarto, en lo secreto, como dice el Evangelio. Los regalos que podemos darle a este niño son infinitos. Si lo hacemos así le daremos un regalo grande al niño que está en el pesebre para nosotros. Adorarle a El será también adorar a Dios Padre, pues Jesús es su hijo; adoraremos también a María y José y al Espíritu Santo que nos inspira tantas cosas buenas a las que debemos estar atentos. Este ambiente santo es Navidad; este ambiente de ternura y alegría que es bueno acoger en nuestros hogares para enseñárselo a nuestros hijos y nietos. Este niño en pañales debe ser visto por todos como el centro de estas fiestas. Confiemos en los caminos de Dios, que son siempre para nuestro bien. Confiemos en ese niño que solo quiere traernos paz.