La Navidad, época de paz, reconciliación, buenos deseos y muchos excesos. Temporada en la que lo que importa es derrochar alegría, amor y dinero. Período también para la reflexión sobre nuestras acciones realizadas durante el año que va a terminar y planificar nuestros próximos pasos para el nuevo que va a comenzar.
El tiempo de pascuas tiene su comienzo en Venezuela, oficialmente el 16 de diciembre, con la celebración de las misas navideñas de cada mañana, hasta el 24, con la Misa de Gallo a la medianoche, si seguimos la tradición católica. Otros afirman que inicia cuando baja “Pacheco” a Caracas, la de los techos rojos; según la tradición capitalina era un agricultor que vivía en el cerro Ávila y bajaba huyendo del frío por el Camino de los Españoles hasta llegar a la Puerta de Caracas, en La Pastora, a vender sus flores.
Otra tradición que señala el comienzo de esta época es el encendido de la Cruz del Ávila en Caracas, el 1 de diciembre. Tradición que comenzó el año 1963, cuando se iluminó por primera vez, actividad llevada a cabo por la otrora Electricidad de Caracas. Pero en el argot popular, es cuando se comienzan a oír las gaitas (género musical del estado Zulia) en las diferentes emisoras de radio.
En otros países, como en Estados Unidos, el Día de Acción de Gracias (en inglés Thanksgiving Day), que se celebra el cuarto jueves del mes de noviembre, da inicio a las festividades decembrinas. Y el día después, que se conoce como Viernes Negro (en inglés Black Friday), se inaugura el período de compras navideñas, con rebajas significativas en pequeñas y grandes tiendas.
Tradiciones ahora que se intercambian con muchos países del mundo, gracias a la globalización. Sea en lo religioso como en lo comercial, es una temporada inigualable que nos hace olvidar un poco todas las vicisitudes sufridas los once meses anteriores.
Volviendo a nuestra realidad, a pesar de la hiperinflación, el bajo poder adquisitivo de la población y la incertidumbre política de la nación, el venezolano trata de mantener sus tradiciones. En muchos hogares, se desempolvan arbolitos de navidad de los años noventa, guirnaldas que sufren calvicie prematura y luces que no encienden, pero lo que importa es adornar ese rincón de la casa que nos haga recordar que estamos en Navidad. El pesebre ahora está compuesto por la Virgen María, san José y el Niño Jesús, la mula y el buey están secuestrados y no hay dinero para pagar su rescate.
Y a pesar de la dolarización de facto, el rito más importante que se trata de llevar a cabo, es la elaboración del plato típico venezolano, la hallaca. Este consiste en una masa de harina de maíz, sazonada con caldo de gallina o de pollo y coloreada con onoto, rellena con guiso de carne de res, cerdo y gallina o pollo, aunque hay versiones que llevan pescado, al cual se le agregan aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla, envueltas de forma rectangular en hojas de plátano, para finalmente ser atada con pabilo y hervida en agua. Es un plato que, a pesar de que es típico de la temporada navideña, se puede servir en cualquier momento del año.
Para llevar a cabo dicha empresa, muchas familias acuden a la “fe”, es decir, “familiares en el exterior”, para poder costear los diferentes productos que conforman este plato navideño. Gracias a ellos que nos hicieron llegar las remesas respectivas, se pudo comprar los productos para su elaboración.
Yo debo confesar que jamás participé en la confección de la hallaca, ya que mis padres, por ser originarios de Italia, se aferraron a sus costumbres y solo se consumían cuando nos las regalaban o se compraban ya hechas.
Sin embargo, este año me tocó participar, desde la compra de las hojas de plátano, hasta acudir a los diferentes mercados para conseguir los productos para su preparación. No era de extrañar que todos los precios estuvieran en dólares, debido a que esos artículos en su mayoría son importados, y además, que nadie quisiera bolívares para comerciar.
Para poder llevar a cabo esta empresa creamos una cooperativa con 4 socios, cada uno con 25% de participación en las acciones, lo que se se tradujo en 25 hallacas y 5 bollitos por asociado.
Pero para poder realizar la repartición respectiva, tuvimos que llevar a cabo la elaboración del producto. Ante todo, el lavado de las hojas, yo logré escabullirme para llevar a cabo dicha actividad, siempre hacía algo para no participar, a pesar del acoso de los diferentes socios.
Naturalmente, no participé en la elaboración del guiso, porque no confiaban en mi toque italiano, solo me limité en darle vuelta con una cuchara de madera, para evitar que se unieran los diferentes componentes, Pero les voy a ser sincero, trataba por todos los medios de no hacer nada, lo confieso.
Patricia y Sasha se encargaron de amasar la harina de maíz; Moisés, Sophia, Aaron y Karina de limpiar las hojas, y yo, junto con Aleida, asesoraba. Pero llegó el momento en que no pude seguir huyendo de mis responsabilidades, me obligaron a ayudar a punta de amenazas y reclamos por mi inacción. En fin, me remangué la camisa, me puse el delantal más ridículo de la cocina y comenzó mi rutina. Masa, aplanarla y en ese mismo instante empezaron las críticas, “que era muy gruesa”, “que era muy delgada”, “que se va a romper”. De manera estoica, seguí con el ritual, masa, aplanada, gruesa o delgada, guiso, cebolla, pimentón, alcaparra, aceitunas, uvas pasas y almendras.
Ahora comenzaba lo más difícil para mí, envolver todo con hoja de plátano. Asumo que soy algo torpe con las manos. Claro, cada vez que lo intentaba, una lluvia de sugerencias se oía por la cocina. Traté de aislarme de las críticas y de forma mecánica, como obrero especializado, armaba cada hallaca, hasta que llegué a un punto que fallé. Coloqué el guiso y todos los ingredientes y la voz melodiosa de Patricia me despertó de mi trance: “¿Qué estás haciendo amore mío?”. Susto, ¿dónde está la masa? No pude contener la risa y toda la casa se contagió de tamaña barbaridad. Naturalmente, fui la comidilla de la familia el resto del día. Aaron, que estaba en la banca, me sustituyó para continuar la faena, claro, ahora la lluvia de críticas y sugerencias eran para él.
Sin hablar de amarrar la hallaca, de verdad soy un inútil para dicha actividad. De eso se encargaba Herman, diestro en el arte de enlazar el pabilo, para compactar las hojas de plátano.
Con esfuerzo, se lograron confeccionar más de 100 hallacas y unos 40 bollitos. Tía Julia y tía María se encargaron de cocinar todo y la tía Nexi de limpiar el desastre. Y el momento tan esperado llegó: probarlas. Naturalmente, de nuevo las críticas, que si le falta sal, que si tiene mucha sal, que si la masa es gruesa o delgada. Qué vaina con los gustos, sin embargo, lo que importa es haber compartido ese momento, que logramos unirnos a pesar de nuestras responsabilidades, donde en un solo día todos nos convertimos en uno. Entre críticas, sugerencias y risas, pasó el sábado que se empató con el domingo. No había cansancio ni quejas. Ese tiempo transcurrido fue de total evasión, todo se concentró en la familia, en estar juntos a pesar de las diferencias y compartir ese momento tan especial.
Es verdad que vivimos tiempos difíciles, no se puede negar, pero a pesar de ello quiero desearles a todos una feliz Navidad, que la paz, la prosperidad y el amor embargue todos los hogares de Venezuela y un venturoso año 2020.
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