Naufragio de esperanzas
El naufragio de la precaria embarcación Mi Recuerdo, frente a las costas de Güiria, es uno de los tantos terribles hechos que han venido desvelando los aspectos más escabrosos de una doble tragedia: la inconmensurable crisis humanitaria provocada por las represivas y empobrecedoras políticas del dictatorial régimen chavista, y la injustificada xenofobia de la que son blanco los nacionales del único país de América Latina y el Caribe que, dicho sin hipérbole alguna y con base en los registros históricos e infinidad de testimonios, siempre le extendió la mano de incondicional modo a los inmigrantes de todas las procedencias, razas, credos, niveles educativos y demás condiciones que a lo largo de su vida republicana —antes de la no tan inesperada sobrevenida de la desgracia llamada, de eufemística forma, «socialismo del siglo XXI»—, y sobre todo en el período democrático de la segunda mitad del siglo XX, llegaron a él en busca de las oportunidades que no se les negaron, lo que, valga la oportuna digresión, redundó en enormes beneficios para la nación, entre otras cosas, por esa maravillosa diversidad genética que hacen patente los hermosos y —pese a todo— fuertes venezolanos de estos tiempos —razón por la que, en el anhelado contexto futuro de reconstrucción, y más allá, la política de buena acogida y total integración de los inmigrantes que quieran contribuir a la consecución del desarrollo nacional deberá ser uno de los pilares de la nueva y mejor democracia de Venezuela—.
Sea lo que fuere, lo primero no solo no debe obviarse, sino que además tiene que ser reiterado a cada instante hasta que esta pesadilla dictatorial llegue a su fin, máxime por las nauseabundas maniobras comunicacionales con las que los miembros de la nomenklatura chavista intentan atribuirle las causas de esta tragedia, y de todas las que desde hace 22 años forman parte de la cotidianidad venezolana, tanto a un inexistente bloqueo como a unas inverosímiles motivaciones que, de no tratarse de la dolorosa pérdida de vidas y de otras desgarradoras situaciones, moverían a risa, aunque sin dejar por ello de ser execrables.
Un ejemplo de estas es ese supuesto deseo de «reencontrarse con sus familias por Navidad», como si de un placentero viaje de vacaciones se hubiese tratado, que con la mayor desvergüenza señalaron las voces del régimen como el móvil de la fatal travesía de los tripulantes del Mi Recuerdo, cuando la realidad que a pocos en el mundo les es hoy ajena es que la migración venezolana de estos aciagos años de totalitarismo constituye una masiva huida del hambre, del miedo y de la imposibilidad de desarrollar un digno proyecto de vida en semejante marco de adversidad.
Esa es la inocultable realidad. Esa es la causa de la trágica muerte en las costas de Güiria de aquellos venezolanos que, como tantos otros, decidieron arriesgar sus vidas en un viaje en el que el peligro extremo era la constante. Una causa que, a su vez, tiene su génesis en el chavismo y en su vil praxis, ergo, es él el único responsable de tales muertes y del resto de la tragedia venezolana de estos dos decenios del siglo XXI, no supuestos «caprichos», ni bloqueos, ni «malvados capitalistas», ni conspiraciones mediáticas, ni iguanas, ni la «iniquidad» de Natura, ni las organizaciones no gubernamentales, ni la otrora democracia de las últimas cuatro décadas de la pasada centuria. Nada ni nadie más que ese emporio de perversidad es responsable de tal horror.
En cuanto a lo segundo, aquella asesina xenofobia, solo agregaré, a lo que ya he indicado sobre el particular tanto en este diario como en otras tribunas, que urge un accionar más firme de los sectores democráticos del país, o lo que es lo mismo, del grueso de su ciudadanía, frente a lo que para los venezolanos se ha convertido en una amenaza tan enorme como la que supone la dictadura chavista, específicamente, el emprendimiento de acciones legales en el ámbito del sistema de justicia internacional.
A los funcionarios gubernamentales y demás actores de otros países que la promueven, en detrimento de las oportunidades y de la seguridad de los migrantes venezolanos, hay que comenzar a considerarlos como lo que son, a saber, perpetradores de crímenes de lesa humanidad, y actuar en consecuencia.
No se puede permitir que tardías «disculpas» para públicos lavados de rostro se conviertan en caminos hacia la impunidad y nuevas tragedias.
La consulta
La pregunta clave, al analizarse la consulta ciudadana que culminó este 12 de diciembre, es si existirá disposición en el seno del «liderazgo» de la oposición, y en otros importantes sectores de esta, para extraer de ella algunas lecciones de provecho.
Albergo serias dudas al respecto.
A primera vista luce como un logro el que, una vez más, se haya demostrado que somos muchos más los que rechazamos al régimen y a sus políticas de opresión y muerte que los que, ora por genuina afinidad —la verdadera excepción en esta historia—, ora por miedo, lo «respaldan» —y que, en todo caso, no suman lo que sus jerarcas y agentes pretenden que se tome por una creíble cifra de participación en el fraude «electoral» del 6 de diciembre—, pero si se contrasta la capacidad de convocatoria de ese «liderazgo» opositor actual con, verbigracia, la que existía en 2017, es claro que aquello sobre lo que tanto se ha tratado de llamar la atención es un hecho, o en otras palabras, una grave crisis dentro de la descomunal crisis nacional.
Más allá de los obstáculos que se tuvieron que sortear para participar en esta consulta, no mayores que esos con los que el régimen trató de impedir la participación en la consulta opositora del 16 de julio de 2017, en esta última fuimos más de 7 millones los que a la sazón decidimos manifestar nuestro acuerdo con la agenda planteada como ruta de la lucha por la libertad y la democracia, mientras que en esta de 2020 sumamos menos los que ratificamos tal compromiso.
Claro que ello no implica que quienes, por una razón u otra, no participaron en la que culminó este 12 de diciembre, no deseen del mismo modo la recuperación de la libertad y la democracia en Venezuela. No obstante, hay una evidente pérdida de la credibilidad de quienes en los últimos dos años no supieron ser comedidos en la generación de colosales expectativas sobre lo inmediato cuya materialización no podían ni pueden aún garantizar.
El populista «¡ahora sí!» que con tanta facilidad se repite, por ejemplo, no solo se ha convertido en un inoportuno lugar común después de 22 años de fallidos intentos emancipadores, sino también en una contraproducente arma retórica que suscita más incredulidad que esperanza, y como esto, muchos «pequeños» detalles —por no decir «errores»— han hecho que una buena parte de la población haya terminado por asumir como «soluciones» a sus «particulares» problemas la huida del país y el «rebusque» antes que la lucha orientada al cese de la usurpación.
De esos errores, quizá es la falta de claridad en los planteamientos y de transparencia en las actuaciones de aquel «liderazgo» lo que más daño le ha hecho a la causa emancipadora. Aquello que deriva de la creencia de que el ciudadano de a pie «no entiende» o que a este hay que decirle lo que supuestamente —según las interpretaciones de brillantes asesores (!)— quiere escuchar, para que así «colabore aunque no entienda».
¿Acaso no entiende el venezolano que la «reserva moral» dentro de las fuerzas armadas, que en la «cosmovisión» de algunos podría erigirse en el factor que las llevaría a apoyar a la ciudadanía o, al menos, a apartarse en un escenario de derrocamiento de la dictadura protagonizado por esta, fue reducida a su mínima expresión luego de años de persecuciones internas? ¿No entiende el venezolano que, sin esa «moral reserva» militar, se encuentra totalmente inerme frente a un conglomerado armado y dispuesto a usar su poder bélico en contra del pueblo, y ante la mirada del mundo, todas las veces que lo requiera, como de hecho ya lo ha utilizado? ¿No entiende tal ciudadano que solo una fuerza de paz internacional podrá reponerle a la sociedad venezolana ese músculo sin el que resultarán infructuosas las acciones que emprenda para tratar de ponerle fin a la usurpación?
Sí lo entiende, porque las personas, salvo que medie una alteración estructural que dificulte el buen desarrollo de los procesos cognitivos, lo hacen, pero, paradójicamente, esto no lo ha querido comprender aquel «liderazgo» y el costo de ello está ahora a la vista.
Los demás entendemos también que, frente a las tropelías del régimen, cabe la pública celebración del resultado de la consulta del 12. Sin embargo, ¿no cabe de la misma manera la honesta reflexión y el cambio en actitudes y actuaciones que solo han servido para restar?
Y para evitar malentendidos, no huelga puntualizar que me estoy refiriendo con claridad a eso, al cambio de actitudes y actuaciones, no al inconveniente cambio del «interinato» actual por uno que no cuente con el reconocimiento del mundo democrático.
@MiguelCardozoM
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