Los admiradores decididos de Trump se burlan desus detractores furiosos, con una frase sarcástica: “Hombre naranja malo” (Orange man bad). El título de este artículo también evoca a la famosa película inglesa donde una banda de cuatro desadaptados son sometidos a técnicas pavlovianas para disuadirlos de reincidir en sus actividades delictivas, fracasando estrepitosamente en el intento. No sostengo que Trump sea un criminal comparable a los de la película, para nada, pero si sugiero que las técnicas empleadas para doblegarlo podrían conducir a un desenlace contrario al esperado.
La superioridad de la democracia como sistema de gobierno y del estado republicano de derecho descansa en el acuerdo de todos los actores políticos para morigerar su conducta, respetar las minorías y adversarios circunstancialmente derrotados, porque el paso por el poder es transitorio. Este entendimiento permite la paz social, pues cualquier derrota es sólo un escollo en un camino largo de lucha por el poder. Esto modera la política y favorece estabilidad.
Para que todo esto funcione se necesitan elecciones creíbles, administradas por autoridades intachables y una prensa con un mínimo de independencia y deseo de verdad. También requiere que los actores políticos no se aferren al poder, no se resistan a bajar al llano cuando les toque y que no persigan judicialmente a sus adversarios.
Por todo el mundo democrático vemos el resquebrajamiento de este principio. En el Perú toma la forma de la instrumentalización del Ministerio Público para que, con la ayuda de una prensa afín, librarse de adversarios más populares. En Estados Unidos observamos algo parecido con la persecución judicial del ex presidente Trump, apodado el Hombre Naranja, imputándosele todo tipo de maldades.
Es la primera vez que un expresidente es procesado y condenado por un delito, algo que en otras y más normales circunstancias habría liquidado al imputado y dejado fuera de combate a su partido por mucho tiempo.
Eso no ha ocurrido por varias razones. La primera y fundamental es que una persona razonable esperaría que un ex presidente sólo sería sometido al oprobio de una acusación fiscal frente a pruebas abrumadoras de gravísimas inconductas y abusos de poder.Este no es el caso de ninguno de los casos contra Trump, siendo el más absurdo de todos el que ha originado el veredicto adverso de esta semana.
En este caso, el Estado de Nueva York, por medio de su fiscal general, aduce que Trump habría falseado los libros contables de su organización empresarial, registrando como gastos legales los pagos a una actriz porno apodada “Stormy Daniels” para que guarde confidencialidad sobre sus encuentros presuntamente amorosos. Sostiene que en realidad son gastos de su campaña electoral.
Para criminalizar esta conducta, después del hecho, el Estado de Nueva York modificó los plazos de prescripción de los hechos imputados, transformándolos de una simple falta (Misdemeanor) a un delito (Felony). Como cualquier estudiante de Derecho reconocerá, aquí tenemos un primer e importantísimo problema, porque no hay crimen sin ley previa ni aplicación retroactiva de la ley penal.
Pero no es el único problema. Para que la alteración de los registros contables tenga carácter penal, esta debe haberse cometido como parte de un esquema para delinquir, es decir, para cometer otro delito. ¿Cuál sería ese delito? No lo sabemos. El señor Fiscal General de Nueva York juzgó que no era necesario señalar cual era este y el Juez del caso estuvo de acuerdo.
Por último, todo se relacionaría a un presunto incumplimiento de la normativa electoral federal. Sin embargo, las autoridades federales de Estados Unidos sobre elecciones, la FEC (Comisión Federal Electoral) investigó estos mismos hechos y decidió no interponer denuncia. La defensa de Trump incluso ofreció el testimonio de un ex miembro de la FEC sobre este tema, pero el Juez lo rechazó.
Una acusación de este tipo de extremadamente inusual: Un fiscal estatal acusa ante un juez estatal conductas que en todo caso se relacionarían a presuntos ilícitos federales, que, la autoridad competente para ellos, decidió no perseguir.
Trump ciertamente se ha empeñado en destruir su credibilidad con enormes sectores de la población, con sus pésimos modales e inadecuadas expresiones. Pero un expresidente no puede ser procesado sobre bases tan endebles.
La razón de ser de todos estos procesos es que sucesivos veredictos de culpabilidad serían abrumadores para él y facilitarían la victoria improbable de la moribunda campaña de Biden.
Hasta hora, lo único que han logrado es neutralizar a los rivales internos de Trump en el Partido Republicano. Los demócratas fervientes están felices pero los independientes observan todo esto con preocupación, pues incluso siéndoles Trump muy antipático, perciben un evidente doble rasero en su contra.
Por ello no debería sorprendernos que estas maniobras judiciales y fiscales por inmoderadas, acaben generando una enorme molestia en el electorado y que la campaña de Trump consista en cumplir la condena que se le imponga y que de esa simple manera, gane la elección.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú
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