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Nalgadas, Macondo y más República

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Foto Leo RAMIREZ / AFP

Emprendo esta aventura escritural cuando sucumbe el miércoles y comparece el jueves, es decir, mientras palma agosto y germina setiembre. En fecha como la del último de los augustos días, pero en 1988 y viernes, Jack the Ripper, quizá el más famoso de los asesinos seriales —aunque no el más eficaz si se le compara con los destripadores de la DGCIM, el Sebin, las UBCH (unidades de batalla Bolívar-Chávez) y de otros órganos parapoliciales y paramilitares, cuya impunidad debemos a la vista gorda del ministerio púbico, corrijo, público—, dejó constancia de su debut en la historia criminal londinense al descubrirse, en Whitechapel, el cadáver de Mary Ann Nichols, la primera de sus víctimas; y, si de recuerdos vamos, procede enmendarle  la plana a Wikipedia, enciclopedia de los despropósitos llamada Whiskypedia por Laureano Márquez. Data el disparatorio de marras la investidura dictatorial de Simón Bolívar en Perú, el 1° de setiembre de 1823. El majadero caraqueño arribó a la tierra de los incas por esa fecha, pero su «dictadura comisaria» se hizo efectiva el 10 de febrero de 1824; no obstante, la vocación dictatorial le venía de atrás. En la Convención Constituyente de Angostura (1819), Bolívar propuso un sistema político con presidente vitalicio y una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia. La fórmula fue rechazada, pero algo de ella y del talante autoritario del Libertador debió alojarse en la mal amoblada azotea del futuro comandante eterno. De allí, conjeturo, la bolivarianización de la re(in)volución bonita. ¿De casta le viene al galgo ser rabilargo? No sé si le calce el refrán, en razón de la ancestral y abismal diferencias de clases. Evoco estos hitos pues, aunque cada día es bueno para lamentar o festejar la caída de un imperio, la fundación de una ciudad, el aniversario de alguna batalla, el natalicio de un héroe o la ejecución de un villano, este domingo, cuarto día del mes noveno, no muchos acaecimientos reclaman, a mi entender, particular atención. No así el mes.

Debería setiembre (o septiembre) ser mes de paz, armonía y convivencia, porque es cuando comienza a sesionar la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas; mas, de ordinario, es rememorado por lo contrario. El primer día de setiembre de 1939, tropas de la Alemania Nazi (Wehrmacht) cruzaron la frontera con Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, la devastadora conflagración concluyó definitivamente el segundo día del mismo mes, pero en 1945, con la rendición de Japón. En el marco del conflicto, la noche del 11 al 12 setiembre de 1944, la Royal Air Force británica bombardeó y destruyó la ciudad germana de Darmstadt, con saldo de 12.000 muertos, civiles en su mayoría. Revenge is a dish best served cold, habría musitado Sir Winston Churchill, echándose al coleto un buen trago de Johnny Walker Black Label y exhalando aros de humo tras inhalar su inseparable Romeo y Julieta. En 1973, otro 11 del fatídico mes, en Santiago, militares chilenos atacaron el palacio presidencial de La Moneda. Salvador Allende fue derrocado y se suicidó. Comenzó, así, el férreo y cruel gorilato de Augusto Pinochet. En fecha similar del año uno del siglo XXI, ocurrieron, en Estados Unidos, 4 atentados suicidas perpetrados por Al Qaeda. A partir de entonces, el referente en el imaginario colectivo del terrorismo lo constituyen las Torres Gemelas en llamas del siniestrado World Trade Center neoyorquino. Setiembre negro se llamó una facción de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) responsable del secuestro y asesinato de 11 atletas israelís durante los juegos olímpicos de Múnich (setiembre de 1972) ―el nombre de la organización terrorista fue pretendido homenaje a los palestinos fallecidos y detenidos en Jordania a consecuencia de la ley marcial promulgada por el rey Hussein I el 6 de setiembre de 1970—.

¿Nos deparará alguna sorpresa setiembre de 2022, no vinculada a la viruela del mono, ni a la vuelta al colegio (las clases comenzarán en octubre)? La autoproclamada candidatura presidencial de Rafael Ramírez («Una opción bolivariana en la calle», El Nacional, 29/08/22), a pesar del tufo a impostura es impugnada, con ánimo de ser abortada, por Tareck el Aissami con gruesas imputaciones de peculado, enriquecimiento ilícito y otras enormidades de igual calado. Este torpedeo podría ser una simulación —hay el antecedente de Arias Cárdenas—. Aunque la prédica de este caballo de Troya no encontraría receptividad en la oposición democrática, sí podría pescar a quienes la oigan en el revuelto mar rojo-rojito, y complicar los planes de la coalición FANB-PSUV. Tal posibilidad es inadmisible para quienes apuestan y pujan, Padrino a la cabeza, por la continuidad de Maduro como fachada principal del régimen castrense. Otro gallo canta con las aspiraciones del abanderado de una tal Victoria Ciudadana, Julián Lárez (en su casa lo conocen), autodefinido como capitalista, minarquista, cristiano y demócrata —el minarquismo, invención teórica de Ferdinand Lasalle, propone reducir al mínimo la influencia del Estado en la sociedad. ¿Cómo? Chi può saperlo?—, y cuenta con no más de 150 seguidores en Twitter. En esas estamos: el país vuelto cerete y componedores a granel.

Debí tal vez urdir la trama de mis especulaciones valiéndome de una noticia originada en Cassville, localidad ubicada a un centenar de kilómetros de Springfield, Missouri, ciudad homónima de la imaginada por Matt Groening a fin de ubicar a Los Simpson, según la cual, en sus escuelas, se restablecieron las nalgadas como castigo corporal a la indisciplina y escasa aplicación, medida aplaudida por maestros, padres y representantes. Gracias a la curiosa información ya una relectura de Cien años de soledad, motivada acaso por el olvido, fabulé un correctivo similar dirigido a penalizar a quienes en el país no cumplen con sus obligaciones o no hacen bien sus tareas. Contaría semejante escarmiento con el beneplácito nacional. Y en un país donde, en virtud de los errores y falencias productos de la temeridad, impaciencia e ignorancia de los dirigentes opositores, la política si no aburre, molesta, entre otras cosas porque ese ya no tan joven ni tan emergente liderazgo obvia, olvida o desconoce su concomitancia con la res publica, contribuiría a reanimar la participación del individuo en la forja una plataforma unitaria y un proyecto país capaces de imponer su voluntad a al fraude y arrollara la usurpación.

Aureliano Buendía solía jugar dominó con su suegro, Apolinar Moscote, jefe civil de Macondo. Se trataba de una «autoridad decorativa»: las decisiones de importancia las tomaba un capitán del ejército, quien «todas las mañanas recaudaba una manlieva extraordinaria para la defensa del orden público». En este párrafo, García Márquez pone pies en tierra: imaginar una democracia en el asentamiento fundado por José Arcadio Buendía habría hecho de su novela un cuento de hadas, tal como el contado acá en torno al ejercicio del poder por parte de quien, enjaulado por una fuerza armada presunta y constitucionalmente comandada por él, soñó y habló con el pájaro redentor. «El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos». De sus fracasos nunca culpó a sus hombres. Es ficción, claro; pero, la realidad siempre la supera y enriquece. La oposición venezolana ha librado, sin coherencia estratégica, un sinnúmero de asimétricas batallas procurando un cambio y el dinosaurio sigue ahí, como en el minicuento de Augusto Monterroso. Ahora le ha dado por responsabilizar a la ciudadanía de los disparates y desatinos del gobierno de facto, y hasta de sus propios fiascos. Para enfrentar a esta novedosa faceta, convoco a Elías Pino Iturrieta, quien aprovecha «los sucesos relacionados con los derechos de los gremios docentes, vulnerados de manera grosera por el régimen», para aproximarse a una explicación orientada a recordarles a «los dirigentes más brutos o más bisoños de la oposición que en ocasiones estelares hubo república en Venezuela y que el reto de la actualidad consiste en restablecerla de acuerdo con las solicitudes del tiempo («El instructivo Onapre y la desaparición de la República», La Gran Aldea, 28/08/22). Eso es: ¡Nalgadas y más República!

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