Estamos saturados y hemos saturado a la prensa mundial de información muy válida y veraz sobre el caos que aqueja a Venezuela. Abundan- sobran más bien- casos para demostrar el desgobierno que se expresa a través de la violencia desatada, aupada y protagonizada por la administración Maduro y sus colaboradores, la corrupción rampante en el manejo de los negocios y recursos públicos, la violación constante de derechos humanos, la colonización del país instrumentada desde La Habana, el uso del presupuesto nacional y de nuestros recursos para el beneficio de la causa totalitaria y comunista, nacional e internacional, propugnada desde Miraflores y quien sabe cuántos otros crímenes y delitos con los que hoy es corriente convivir.
Estas pasadas semanas los titulares de la prensa libre del país y de algunos países ribereños del Caribe han puesto de relieve un caso de barbarie ecológica que está a punto de producirse dentro de nuestras aguas territoriales y al cual el régimen no le presta la atención adecuada y minimiza su importancia, con el fin de evadir la responsabilidad que le atañe. Me refiero al caso del buque Nabarima, que desde este fin de semana pasado ya ha sido puesto en el tapete de lo internacional por el gobierno de Trinidad y Tobago, llamando la atención y haciendo un reclamo formal sobre el peligro del hundimiento del buque en el Golfo de Venezuela y el derrame de su carga petrolera superior a 1 millón de barriles. Resulta imposible anticipar cuáles medidas tomarán la autoridades y entes responsables para prevenir tan horrendo daño, pero a juzgar por el historial de negligencia que ha caracterizado a la administración chavista y madurista, lo que vemos venir no es bueno.
Es que hay toda una vertiente muy elocuente del destrozo y de la depauperación venezolana protagonizada por las instituciones, entes y empresas estatales y regionales, de la cual es también necesario llevar buena cuenta.
Me refiero a las muchísimas otras catástrofes que a lo largo de dos décadas han golpeado el patrimonio de los venezolanos y que son solo el producto de la más absoluta incapacidad gerencial del equipo que ha manejado empresas y recursos de la nación. Dentro de estas catástrofes caen los derrames de crudo de las refinerías, la contaminación del lago de Maracaibo y del lago de Valencia, la quema y el venteo de gas asociado que se pierde constantemente en la atmósfera. Caen en esta categoría de impericia, pésima gestión, desconocimiento craso e indolencia mayúscula el manejo de nuestra industria de la generación, transmisión y distribución eléctrica, el sector petroquímico, la producción de gasolina, gas doméstico y otros derivados petroleros, el colapso de las empresas agroindustriales en producción que fueron expoliadas por el gobierno.
El país se ha venido al suelo no solo por el robo orquestado desde cada frente productivo y empresa en manos del Estado. El colapso del manejo de todos los servicios que se le deben a los ciudadanos es una constante: ¿no es de un dramatismo feroz la manera en que sobrevive la población de a pie por la falta de luz, agua, telecomunicaciones, servicios sanitarios, transporte, mantenimiento de las vías públicas, servicio de aseo urbano? ¿Cómo es posible explicar la colosal pérdida de valor del bolívar que ha redundado en su cuasi desaparición? ¿Qué viene quedando de la hotelería heredada de épocas pretéritas, la que llegó a ser factor de orgullo para el país?
Este recuento puede ser infinito porque dentro de él se inscribe todo aquello que durante más de veinte años ha sido gerenciado por el sector público revolucionario. ¿Es que alguno de estos destrozos puede ser atribuible a las sanciones implementadas por Estados Unidos en contra del régimen de Miraflores?
El caso del Nabarima no es sino un ejemplo más de la irresponsable dejadez y del abandono estatal, de su incapacidad para dotarse de talento y su indiferencia frente a la obligación de
Campañas y covidianidad: del antifaz al tapabocas
Por Pablo Andrés Quintero M
El ejercicio de la política es atemporal, variable y constante. No se detiene por nada del mundo. A pesar de la crisis social del coronavirus y de la paralización global por la pandemia, la actividad política continúa su curso por desgracia o por fortuna. El confinamiento preventivo y el clima de anormalidad son circunstancias con las que hay que convivir de ahora en adelante. La nueva realidad llegó para quedarse.
Tal como lo vimos en República Dominicana y en algunos países de Europa, los ciudadanos siguen eligiendo a sus próximos gobernantes a través del voto pese a las dificultades de movilización por el riesgo de contagio por COVID-19. Otros continúan en campaña permanente como en Bolivia, Chile y Estados Unidos, mientras que en Venezuela el conflicto por el poder y la búsqueda de un cambio político sigue dominando la agenda y la opinión pública.
La nueva realidad obliga a los ciudadanos a adaptarse y a sobrevivir a la megacrisis. El ser humano es experto en este proceso, todos buscan su propia supervivencia y la protección de su metro cuadrado, sin importar lo que muchos hagan y otros digan. El mundo que hoy conocemos ya no es ni será el mismo, la comunicación política se ha vuelto más dependiente de la tecnología y las relaciones sociales ahora se construyen desde un botón y una pantalla. La virtualidad ya es parte de nuestras vidas.
En lo político, las campañas electorales son más digitales y multidimensionales. Las pantallas son las nuevas ventanas de comunicación y los escenarios están marcados por la incertidumbre, la desinformación, las Fake News y las cifras de contagio por coronavirus. Los desafíos actuales contemplan un óptimo manejo de la crisis por parte de los políticos y funcionarios de gobierno, un entendimiento de las nuevas necesidades sociales y una comprensión más clara de la vida con tapabocas.
La movilización política en tiempos de cuarentena requiere de la inyección de nuevas emociones, es necesario un lenguaje responsable, sensato y moderado. La nueva conducción social necesita de humanidad, reciprocidad y estrategia para poder superar el colapso emocional que nos trajo el coronavirus. Hay que reconectar con la normalidad sin olvidar que el miedo y la nostalgia son sentimientos que muchos albergan. Hoy en día, pocos atienden y entienden a los políticos, muchos, por no decir todos, están sumergidos en su propia dinámica de supervivencia.
El nuevo liderazgo debe comprender en detalle no solo las carencias sociales sino también el estado mental de una ciudadanía cansada de problemas políticos que no brindan solución. La sociedad actual necesita discursos inteligentes, alejados del populismo, que respeten el tiempo ajeno y que no subestimen la inteligencia y el sentido común. La ciudadanía quiere percibir una voz profunda que trascienda las ideologías, que conecte con cada burbuja social sin caer en confrontaciones estériles o discursos de polarización. El político durante el COVID-19 necesita de nuevas herramientas de gestión y de comunicación.
La covidianidad y la nueva fragilidad social requieren sustituir de forma temporal el contacto directo entre los políticos y los ciudadanos, por lo que nuevos ingredientes deben estar presentes en la política de estos tiempos. El resguardo y la prevención debe ser lo ejemplar, así como el respeto por las medidas de seguridad y la distancia social sin que esto signifique distanciamiento emocional. Las redes sociales hoy desempeñan un papel fundamental en la comunicación, ya sea en campañas electorales o en gestión, la interconexión y difusión de información en tiempo real es vital para la política on-line así como también hacer de la interacción entre pantallas un ejercicio lo más humano posible.
Los ciudadanos aspiran una conducción política responsable y eficiente, una gestión que a pesar de las dificultades transmita confianza, seguridad y perseverancia. El rechazo hacia el radicalismo visceral crece, hacia la narrativa oscura llena de demagogia y populismo tercermundista. Mientras no se pongan sobre la mesa verdaderas soluciones la desconexión seguirá y la antipatía crecerá. La gente quiere hablar más de medicinas que de cualquier tipo de enfermedad política, ya es suficiente con el coronavirus y las dificultades de la pandemia. Quienes no entiendan esta realidad están a tiempo de pasar del antifaz al tapabocas. de rendir cuentas sobre lo administrado.
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