Por Jennifer Moya Gil
La música tradicional margariteña está dotada de una versatilidad rítmica y de un sinfín de melodías heredadas. No obstante, en la región oriental se han fundado sonoridades propias, con acentos sincopados y una complejidad rítmica creada en esta región. En términos de la melodía se asumió la herencia de cantos homologados provenientes de España, expresados con un registro vocal agudo, cantos de pecho y la colocación sonora del esplendor de una garganta avasallante de sonoridades que impregnaban al ser.
En tal sentido, Moya (2016) establece que: “Del trovador y sus vihuelas se heredan las armonías que flotan sonoramente entre tónicas y dominantes, sencillas pero cargadas de mucho sentir; su verso poético que engalana generado por intuición y de la mano de la improvisación, que sin un culto ferviente a la gramática, daban muestras de grandeza e intelectualidad. Desde lo instrumental, la música tradicional también ha engendrado una evolución palpable (…) la aparición en el siglo XIX de la mandolina o bandolín, hasta la incorporación del cuatro, la guitarra, el tambor y en los últimos años, gracias al auge tecnológico, se le incorpora el bajo eléctrico para lograr mayor profundidad sonora” (p.78).
Es la música margariteña, entonces, una fuente inagotable de conocimientos y de una posibilidad estructural de contenidos lógicos que deben necesariamente ser transmitidos de generación en generación. Hay una gama de géneros denominados “cantos tradicionales” que sumados a los cantos homologados españoles conforman la plataforma de saberes musicales que definen el canto popular margariteño. Los cantos homologados o también conocidos como estilos homónimos que vinieron de España para quedarse, son: el polo, la jota y la malagueña. Estos cantos se desarrollan en poesía y coplas, estructuradas en estrofas de cuatro versos con su particularidad de rima y de melodía; sin embargo, éstos cantos han sido recreados por el margariteño en sus formas melódicas y de composición, es decir, se han diversificado sus formas poéticas y de interpretación, no quedando intactos como a su llegada hace más de 500 años.
Posterior a ellos, se fueron creando cantos propios, ya del nuevo ser margariteño mestizo. el galerón es el canto más representativo, y se efectúa con décimas o espinelas que en contrapunto e improvisación, amenizan los llamados velorios de Cruz de Mayo y otras celebraciones. La gaita margariteña con su diversidad de estilos, también cantada con décima o espinela, es otro canto creado que nos identifica. Dice Chelías Villarroel (1997) que tenemos una gaita natural y autónoma de Margarita, o sea, una gaita antillana y caribeña.
Asimismo, el propio Chelías Villarroel (ob. cit), nos habla de la creación de la Jota Margariteña la cual tiene cuatro estilos de cantarse: “A los muchachos les está llegando ya con una autonomía margariteña, que ya no es navegado, ya no es venido de allá” (p.188). Ante esta reflexión de un patrimonio cultural y humano del estado Nueva Esparta, cantautor de música margariteña, compositor y versador destacado del galerón, hubo una voluntad perenne en el margariteño de crear, de ir configurando su música de manera autónoma con el paso del tiempo. En efecto, eso hizo, a tal punto de que hoy yace un legado musical bastante nutrido y que tradicionalmente nos pertenece a todos los margariteños y venezolanos.
Hablar entonces de otros cantos tradicionales margariteños creados, es hablar de la zumba que zumba y el estribillo oriental, géneros para composiciones o estrofas de cuatro versos, todos dotados de una estructura rítmica y melódica base, que ha de ser conocida a plenitud, para luego poderle mirar desde otro ángulo.
Seguimos con otros cantos que al igual que la gaita y el galerón se efectúan con décimas o estrofas de diez versos que siguen una estructura de rima, estos son: el punto y llanto o punto del navegante, el punto cruzao y el gaitón; estos géneros incipientes a capella, acompañaron al margariteño en su quehacer cotidiano. Finalmente, como parte integral del acervo de géneros tradicionales margariteños tenemos: el golpe, el corrío y el aguinaldo oriental, fieles juglares de nuestra tradición musical. Este trasegar, es apenas diminuto crisol, de lo que mágica y verdaderamente encierra la tradición musical margariteña.
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Referencias
Moya, J. (2016). La pedagogía musical: Un crisol de ontología, identidad e interculturalidad. Tesis doctoral no publicada. Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Maturín, Venezuela.
Villarroel, J. (1997). José Villarroel “Chelías”. En el canto popular margariteño. Volumen I. (Comp.). Consejo Nacional de la Cultura. Gobernación del Estado Nueva Esparta. Caracas. Venezuela. (pp. 183-220).