En el fondo de todo está El fantasma de Canterville de Oscar Wilde, aquel delicioso cuento sobre un fantasma que veía su castillo invadido por una familia americana. En 1988, salió Beetlejuice dirigida por un director inquieto, pero aún no tan conocido, llamado Tim Burton. La película le daba un giro al fantasma de Wilde cuando una típica familia americana moría y contrataba al fantasma del título (una deformación de Betelgeuse, la estrella condenada a morir pero aun viva) para expulsar a los nuevos ocupantes de su morada. Fue un éxito de critica y taquilla y el gran impulsor de la carrera de Burton. Por cierto, ha envejecido mal.
La secuela, afortunadamente patea la escalera por la cual ha subido la trama y presenta, en un comienzo particularmente confuso una galería de personajes disfuncionales. Eventualmente irán ensamblando una historia que gana intensidad a medida que los disparates se acumulan, muy al estilo de Tim Burton. La premisa es borrar la línea que separa a los vivos de los muertos. El mundo, en la cosmología Burtoniana es uno solo, imaginario y la realidad tangible forma parte de ese imaginario en el cual en este caso los muertos entran y salen con relativa comodidad. Por supuesto que es un mundo oscuro, incomodo y particularmente irritante visualmente hablando. Burton procede por acumulación. La protagonista es una médium falsa, que sin embargo conduce un programa de televisión de éxito con la ayuda de su pretendiente y productor un tonto new age y arribista. Su madre es una escultora de poco talento y los tres junto con el fantasma del título son afortunadamente la herencia de la primera entrega. Porque a diferencia de 1988, cuando la pelea era por un espacio, 36 años después la trama es más compleja y plural. Beetlejuice tiene una exesposa cuyos pedazos despiertan y se juntan para torturarlo, la médium descubre que tal vez los fantasmas sí existen y un detective del más allá toma cartas en el asunto cuando los vivos irrumpen en el mundo de los que ya no están. Conviene recordar algo sobre el mundo de Burton. Estrictamente hablando no existe el mal, existe la disfuncionalidad respecto a unas normas que alguna vez existieron y que infructuosamente los protagonistas intentan revivir. El caso más extremo es Batman, cuyos villanos tienen una historia que hace que el espectador los entienda, aunque tal vez no se permita el lujo de perdonarlos. En este caso los villanos más que perversos son traviesos, tal vez con una excepción juvenil y bella, tal vez por ello inexcusable. Habitan un universo que imita al mundo cotidiano pero es un mundo bizarro que adapta para sí las funcionalidades del mundo de los vivos. Hay “call centers”, subterráneos del alma (el “soultrain) donde se canta y se baila y golpes y porrazos. El centro de todo es el mismo Beetlejuice, más esclavo de su tendencia a la chanza que fantasma que asusta.
El punto no es menor. El horror tiene su piedra angular en lo totalmente otro y no hay nada más totalmente otro que la muerte. Si hubiera, como lo hay en la película uno o varios pasadizos que comuniquen los dos mundos, el marco del horror se hace añicos y lo que tenemos es una comedia donde campea el humor negro Esencialmente porque de lo que se trata es de adaptar las prácticas, los tics y las instituciones del mundo de los vivos a un mundo arbitrario pero no mucho menos que el de su contraparte. Por eso el mundo de los muertos tiene su burocracia y sus burócratas descuidados y antipáticos, sus códigos que deben respetarse y sus detectives y policías que más que elementos represores son seres que posan para la televisión. No son personas ni fantasmas, en realidad lo que son es personajes.
Beetlejuice, Beetlejuice, la repetición sirve para confirmar que hay dos mundos aunque ambos quepan en la misma pantalla , como termina por admitir la protagonista. Pero no hay una superioridad moral o legal de uno sobre otro. Mas bien ambos tienen las mismas mezquindades, pequeñeces y alegrías mínimas que conocemos. El mundo de Burton es así, con claroscuros que se deslizan siempre sin pena hacia el segundo de los términos pero sin abrir un juicio tajante sobre la alteridad. Una buena secuela, que el tiempo vuelve muy superior a la primera entrega.
Beetlejuice, Beetlejuice. EE UU, 2024. Director Tim Burton. Con Winona Ryder, Michael Keaton, Danny de Vito, Willem Dafoe