Se trata de un fenómeno con abundante evidencia empírica, descrito por primera vez en una revista académica, Annals of Improbable Research (AIR), en la edición de Educación Especial de noviembre/diciembre de 1999, en un trabajo titulado “El síndrome del examen y la abuelita fallecida” (The Dead Grandmother/Exam Syndrome) de Mike Adams, en ese entonces en el Departamento de Biología de la Eastern Connecticut State University.
El síndrome tiene el siguiente enunciado: “Es mucho más probable que la abuela de un estudiante fallezca repentinamente justo antes de que el estudiante presente un examen que en cualquier otro momento del año”.
Aunque uno pueda sonreír leyendo el trabajo de Adam en una publicación que, precisamente, está destinada a hacer reír primero y luego pensar, también es probable que sea porque uno lo reconoce por experiencia personal. A medida que se acerca el final del trimestre y/o semestre y se deben entregar los trabajos y/o presentar los exámenes, los estudiantes que no cumplieron con sus deberes pueden recurrir a excusas para obtener extensiones de plazo o fechas de recuperación. Si es el caso y el programa de la materia deja en claro que “no hay excepciones”, entonces se materializa –mágicamente- el fallecimiento de una abuelita querida o de un familiar.
En términos generales y en palabras más llanas, el llamado síndrome de la abuelita fallecida es un término que se utiliza para describir una situación en la que alguien (estudiante o no) utiliza la muerte de un ser querido, generalmente un abuelo, como excusa para evitar una responsabilidad o compromiso.
De hecho, el portal de wikiHow tiene un artículo titulado «12 excusas relacionadas con una emergencia familiar para cuando necesitas tiempo libre», que ustedes pueden consultar aquí. Si bien el portal de wikiHow no llega al extremo de matar al familiar, si lo enferma.
En el caso de estudiantes, mientras que algunos profesores adoptan una postura firme frente a estas excusas, otros han aprendido por experiencia personal que, a veces, las abuelas de los estudiantes fallecen de verdad. Un curso de 40 alumnos puede tener hasta 160 abuelos biológicos vivos y las probabilidades subjetivas de que todos estos abuelos sobrevivan son bajas.
El portal del Instituto Nacional de Estadísticas de España tiene una herramienta que suministra la tasa de mortalidad proyectada por sexo (hombres y mujeres) de cualquier edad (entre 0 y 100 años) y en cualquier año (2016-2065). La tasa de mortalidad (denominada también la tasa bruta de mortalidad) es el número de muertes por cada 1.000 habitantes durante un año determinado. Por ejemplo, los hombres de 80 años, en 2024 y allá en España, tienen una tasa de mortalidad de 43,76% mientras que a la misma edad, año y lugar, las mujeres la tienen en 25,1%. Es decir, la tasa anteriormente mencionada es 1,73 veces mayor en hombres que en mujeres.
Aun así los estudiantes se empecinan en “dar de baja” a la abuelita, ello quizá porque al utilizar una conducta evidentemente utilitaria, persiguen optimización en este caso, de impacto emocional. Por tal razón, y con el solo fin de documentar mi propia evidencia empirica, cuando me dicen que su abuelita murió y por eso no entregaron el trabajo, siempre les pregunto: Y su abuelito, ¿vive todavía?
Según Adams en 1999 y a causa del síndrome, la tasa de mortalidad familiar por cada 100 estudiantes (FDR, por sus siglas en inglés) estaba aumentando tan aceleradamente que extrapolándola, en 100 años (en 2.099), los Estados Unidos estarían prácticamente despoblados.
Adams propuso entonces tres soluciones para evitar la mortalidad familiar. Una es dejar de hacer exámenes lo cual, y por una serie de relaciones causa-efecto mencionadas en su trabajo, ocasionarían que la economía se desplomara.
Otra es que sólo los huérfanos se matriculen en las universidades y/o en las escuelas de gerencia. Adam argumenta que “es una idea atractiva”, salvo por la escasez de huérfanos.
Finalmente, la tercera es hacer que los estudiantes mientan a sus familias. La familia nunca debe saber que el estudiante está inscrito en una universidad o en un curso de posgrado. Los estudiantes deben explicar sus largas ausencias fingiendo que se han unido a algún culto religioso o han sido secuestrados por extraterrestres. Todas estas explicaciones alternativas mantendrán a la familia ignorante del hecho verdadero y peligroso: morir en las cercanías de un examen o de una entrega de trabajo.
Aunque se podría argumentar que esos engaños -a gran escala- no se pueden mantener durante largos períodos de tiempo, lo cierto del caso es que “el éxito” de muchos políticos venezolanos de hoy en día sugiere –totalmente- lo contrario.
El caso es que en nuestra sociedad global y digital, aquellos tiempos en que “los perritos de la casa se comían las tareas” quedaron atrás y, a medida que las matrículas aumentan y el mercado laboral se vuelve más difícil, los estudiantes que no cumplen -o los multiatareados- arriesgan demasiado.
Aquí en Venezuela y más allá (o más acá) de utilizar a las abuelitas como un medio para alcanzar un fin, aparecen situaciones ya no tan novedosas, aprovechadas por nuestros estudiantes, que hacen una excusa mucho más “ultrarecontra” verosímil. Ese es el caso de aquella que suelo ver con altísima frecuencia en la hora límite para la entrega de exámenes virtuales o trabajos: “Justo cuando estaba subiendo el examen al portal se fue la luz en mi casa y me quede sin internet”.
Lo anterior hace que el denominado síndrome de la abuelita fallecida tenga un enunciado alterno aquí en Venezuela: “Es mucho más probable que la electricidad se vaya repentinamente justo antes de que el estudiante suba su examen o trabajo al portal que en cualquier otro momento del lapso de tiempo otorgado”.
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