El desgaste del poder ha traído el descrédito del oficio político. De ese oficio que D’Alembert llamó «el arte de engañar a los hombres»; que Kant definió como «la habilidad para adaptarse a todas las circunstancias». Y que la Unesco ha identificado como «ciencia de la convivencia humana». Para el escritor norteamericano Mark Twain los políticos «son la única clase delictiva por naturaleza».
El desgaste del poder es un suceso que vale la pena examinar para extraer el secreto del porque los gobernantes padecen una inexplicable bajada en apoyo popular al principio de la mitad de su mandato. Sin embargo, no es una regla concreta pero que los ciudadanos asumen con acuciosidad ante los excesos del poder y los desaciertos de quienes se encargan de la toma de decisiones en los tres contextos: nacional, regional y municipal. También, señalan los estudiosos del fenómeno político que el poder desgasta, y cuando se ejerce mal el desgaste es mayor y muchas veces no hay vuelta atrás para recuperar la credibilidad perdida.
Después de 25 años en el poder la revolución bolivariana se revelo en concreción su el desgaste, los errores se pagaron el pasado 28 de julio en Venezuela, ese día se marcó un nuevo rumbo político para el país. El desgaste del movimiento chavista-madurista junto al cambio de estrategia de la oposición política al gobierno, que concurre en esta ocasión desde una plataforma de unidad y consenso de cambio a través de la vía electoral, sin grandes fracturas entre sus actores, son los factores fundamentales que inauguran un nuevo escenario político.
La Venezuela del siglo XXI, 85% de los ciudadanos desean un cambio de gobierno nacional. No obstante, Maduro teniendo como su gran desafío el de tomar una nueva postura ante la miseria del populismo como estrategia pragmática de captar votos o respaldos estratégicos, tal es el caso del carnet de la patria y los diversos bonos, instrumentos de control social. Lo grave, el concepto de populismo es tan complejo, el gobierno lo transforma como una especie de nacionalismo cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente. El nacionalismo inducido por el gobierno revolucionario agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos o invisibles, es decir, en nombre de este colectivo es que Nicolás se erige como el defensor de los intereses nacionales frente a la supuesta inminente invasión del imperio norteamericano.
Las transformaciones y las evoluciones políticas no son lineales. El chavismo, pese a su permanencia en el poder y los más de 30 procesos electorales transitados, ha apelado a la confrontación y la represión política directa como mecanismo de control del poder en medio de coyunturas desfavorables. Ello ha implicado un costo y un desgaste frente a la ciudadanía, junto con los fenómenos de corrupción de algunos de sus liderazgos, la implementación burocrática de los procesos de conducción política y el alejamiento de las bases sociales del proceso.
Es irrefutable, la amenaza política que se establece a través del poder. Foucault dice que “todo poder es un modo de acción de unos sobre otros. Se ejerce el poder cuando unos individuos son capaces de gobernar y dirigir conductas. Conducir conductas implica gobernar, y gobernar constituye la forma más acabada del poder”.
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