Somos duchos en enunciar y reclamar derechos, pero tardos en recordar y cumplir deberes. Los populistas encuentran así tierra abonada y el egoísmo excusas.
Refiriéndose a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789, como carta magna de la democracia moderna, Hans Kung dice: “En el Parlamento revolucionario, junto a la declaración de los derechos (droits), el clero y casi la mitad de los delegados pidieron que fuese aprobada también una declaración de los deberes (devoirs). Una cosa todavía hoy deseable” (La chiessa cattolica, Rizzoli 2001, 206).
El Decálogo que encontramos en el Antiguo Testamento es una tabla de deberes, los primeros en sentido positivo y los restantes en forma negativa de prohibición. Ahora bien, si se voltea la tabla encontramos los derechos correspondientes. Así, el “no matar” tiene su contrapartida en el derecho a la vida. Juan XXIII en su famosa encíclica sobre la paz mundial –Pacem in Terris– dice lo siguiente: “Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y uno y otros tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible” (PT 28). Es así como “a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo” (Ib. 30). Alguien me ha traído a la memoria hace pocos días un dicho de Gandhi “Los derechos fluyen de los deberes y no al revés. Si cada quien cumpliera con sus deberes, no haría falta invocar derechos”.
El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz” (2005) en su índice analítico, junto a la palabra derecho con amplia cobertura, tiene la de deber, que comprende dos abultadas páginas. Y en el texto encontramos lo siguiente: “Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los deberes del hombre (…) la recíproca complementariedad entre derechos y deberes, indisolublemente unidos”. Y cita allí algo bien importante de san Juan Pablo II: “Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemeja a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen” (Compendio...,156).
A los deberes se los puede clasificar entre los que corresponden a la persona, a la familia, a las comunidades menores y al Estado. Y se diversifican según correspondan a profesiones, categorías sociales, etc.
Invito al lector a que juntos reflexionemos en torno a lo que todo esto significa en la realidad actual del país. Anteriormente he escrito sobre la necesidad de que los ciudadanos leamos detenidamente el texto de la Constitución acerca de los derechos que allí se formulan, los cuales no son regalos del Estado, por cuanto la persona y la comunidad política los tienen como propios. Ello es necesario para que no nos amoldemos al deseo de gobiernos y nomenklaturas,de convertirnos en una masa subordinada, pasiva. Todo eso queda firme. Ahora, sin embargo, interesa insistir aquí en la otra cara de los derechos, como es la de los deberes individuales y grupales.
El régimen actual de tipo totalitario, no se impuso a la nación simplemente desde afuera; emergió desde el interior de esta, y no, por cierto, como obra solo de un puñado de “revolucionarios”. Los venezolanos hemos de asumir nuestra corresponsabilidad en el actual desastre. Por inercia, o por amaestramiento calculado o no, se llegó a dejar lo político en manos de lo que en los noventa se denominaban “cogollos” partidistas, en cúpulas autosuficientes y privilegiadas. No asumimos la suerte del país como propia, ni educamos para vivir en democracia. No se formó a pensar con la propia cabeza y a tejer juntos lo social. A la Iglesia la corresponde también su parte de culpa.
“Ese no es mi problema”, decíamos ligeramente para eludir responsabilidades, deberes. Y nos conformamos con exigir mucho derecho y exigirnos poco deber. Pero, como seres libres, podemos y tenemos ahora que convertirnos.