Están de moda la segunda vuelta y el partido de Dante Delgado, por razones completamente separadas, pero que en realidad debieran juntarse. En víspera de las elecciones en seis estados el domingo, ha renacido la discusión sobre lo que hubiera ocurrido si la alianza Va por México incluyera a Movimiento Ciudadano. Y se intensifica el debate sobre lo que sucederá -o no- el año próximo en el Estado de México, y, sobre todo, en 2024, a raíz de la decisión que tomen los dirigentes de MC.
Por otro lado, ante la aberración morenista de presentar una iniciativa de reforma electoral, el PRI y el PAN han presentado -equivocadamente, en mi opinión- sendas propuestas propias. Ambas incluyen la segunda vuelta para la elección presidencial -y se entiende que para las gubernaturas de los estados. Para el PAN no encierra mayor novedad la idea; el PRI en cambio se había opuesto a la medida desde hace años, en particular y para la desgracia de los mexicanos, bajo el mando de Peña Nieto en 2014. Huelga decir que a pesar de los inconvenientes innegables que puede revestir en ocasiones la segunda vuelta, como en el caso de Perú el año pasado, solo se puede oponer alguien en sus cinco sentidos al principio de dos vueltas por interés propio: con una vuelta gano, con dos quien sabe. Es, lógica y cínicamente, la postura de Morena.
El vínculo entre el dilema hamletiano de Dante y la segunda vuelta es evidente. En las elecciones del 5 de junio, de haber dos vueltas y si creemos en los datos que ofrecen la mayoría de las encuestas, es probable que nadie ganaría en la primera. Sobre todo si recordamos que ese sistema suele castigar el voto útil en la primera elección (aunque no siempre: ver la votación de Jean-Luc Mélenchon en Francia hace un par de meses). Por ende, habría una segunda vuelta en varios de los seis estados, si no es que en todos. Por lo tanto, y de nuevo, si damos por buenos los datos demoscópicos, se enfrentarían por los menos en cuatro entidades Va por México y Morena. En una -Quintana Roo- tal vez el partido de Dante pasaría de panzazo a la segunda vuelta, y en Oaxaca, el candidato de Murat y de Morena podría alzarse con el triunfo desde la primera vuelta.
De modo que, en cinco o seis estados, Movimiento Ciudadano se vería obligado a definirse ante la siguiente votación. Dispondría de tres opciones. Primera: apoyar a la alianza opositora. Segunda: apoyar a Morena. Tercera: no apoyar a nadie, guardando silencio o llamando públicamente a la abstención. Sus electores le harían caso o no, pero Movimiento Ciudadano tendría en sus manos varios desenlaces. También tendría en sus manos la obligación y la responsabilidad de definirse. Ya no podría sostener – de manera un poco infantil- que puede ganar, ya que no habría ganado. Si no toma partido, obviamente resultaría responsable a ojos de muchos votantes de la victoria de una u otra de las coaliciones. Si dicha victoria desemboca en un gobierno desastroso, como casi siempre sucede con Morena y en muchas ocasiones con el PRI o el PAN, el culpable sería MC, por no haber apoyado al perdedor.
Todo esto se antoja más trascendente y pertinente en 2023 y en 2024. Como casi seguramente no habrá reforma electoral, ni mucho menos segunda vuelta, MC no se verá obligado a tomar partido. Lo hará si sus dirigentes buenamente así lo deciden. Pero conviene recordar que desde 1988 y la declinación de Heberto Castillo a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, las encuestas constituyen una especie de primera vuelta; la elección propiamente tal se convierte en la segunda. Así ganó Fox en 2000, y así ganó Calderón en 2006. Si Movimiento Ciudadano va solo en 2024, y si un par de meses antes de los comicios presidenciales de 2024 las encuestas muestran una contienda en la que Morena aventaja a Va por México por un margen menor al porcentaje asignado a MC, será una elección de dos vueltas. Habrá que tomar partido. Mejor tomarlo antes.
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