A mi querido Emeterio Gómez, por su inteligente y valiente aporte al denunciar el disparate de la plusvalía y de esta como sinónimo de robo de parte de los empresarios.
La aberración totalitaria del socialismo del siglo XXI ha sumido a los ciudadanos en la indigencia y ha dejado, además, muchas heridas y cicatrices en la sociedad venezolana que será necesario atender. El modelo militar-cívico pretendió crear un tejido de odios entre los ciudadanos y cual boomerang se ha revertido en su contra tras dos largas décadas de saqueo, represión, muerte y la arrogante imposición del pensamiento único, a través del proyecto de hegemonía comunicacional y la conversión de la educación en adoctrinamiento.
Creerse poseedores de la verdad o del pensamiento único los incapacita para comprender el significado de la libertad, la democracia y la libre expresión de las ideas. Se desvelan calcando el modelo cubano: un solo periódico, una sola idea en el espacio radioeléctrico, en los canales de televisión y en los portales de Internet. Se asemejan a Omar, a quien se atribuye la destrucción de la biblioteca de Alejandría: si los libros favorecen al Corán son superfluos e inútiles y si lo combaten son innecesarios. Antes quemaban y hoy además bloquean los portales de Internet, invaden, confiscan y expropian medios de comunicación insumisos.
Su rechazo a la libertad es congénito. Carlos Alberto Montaner y Antonio Escohotado citan una pregunta formulada por el español Fernando de los Ríos a Lenin: ¿Para cuándo la libertad?, a la cual este respondió ¿libertad para qué?, y reiteró, nosotros nunca hemos propuesto la libertad. Fue sincero, no mintió y con ello aventaja al despotismo. La animadversión del régimen por la libertad contrasta con su admiración por figuras dictatoriales y siniestras, como del recién fallecido Robert Mugabe, plusmarquista en dictadura y en destrucción y muerte, a quien condecoró otorgándole la espada de Bolívar.
El pensamiento único ha permeado el mundo académico y universitario, cuyo desinterés por el éxodo venezolano no se compadece con su abrumadora magnitud: más de cinco millones y medio de migrantes, número cercano al de la migración siria. La indiferencia alcanza a localidades, ciudades y países y al enorme esfuerzo que hacen para cobijar y atender el mayor desplazamiento humano de la región. Muy probablemente, esa indiferencia obedezca al hecho de que la diáspora es la prueba irrefutable, aplastante, del fracaso del socialismo del siglo XXI.
Echamos en falta las reacciones, los comunicados y pronunciamientos, la recolección de firmas, los encuentros, eventos, protestas y reacciones enérgicas como aquellas en contra de Bolsonaro, Videla o Pinochet. Más bien hemos visto, no sin estupor, comunicados de asociaciones de ciencias sociales a favor de los responsables de la mayor tragedia humanitaria de la región. Exhiben una conducta similar a la de los franquiciados y amigos del régimen, cuyo ejemplo encontramos en las declaraciones de Íñigo Errejón, en un periódico argentino, junto a las declaraciones de otros, que conforman una exhibición impúdica, frívola y cruel.
Un “pequeño olvido”, un inmenso desierto en el cual las voces de quienes hablan adquieren una extraordinaria fuerza, presencia y significación. Así ha ocurrido con el informe de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Allí se desnuda, de una manera contundente, la maltrecha y precaria realidad de los derechos humanos en Venezuela: la barbarie. La contundencia del informe debería llamar a la reflexión a quienes han guardado silencio o se han colocado de perfil y, además, debería ser objeto de un debate más dinámico, amplio y diverso en universidades, instituciones y gremios de las ciencias sociales en Latinoamérica; nos desconcierta su silencio. Esta situación nos recuerda el texto de Aurelio Arteta, Mal consentido.
La incomprensión e indisposición a comprender, debido a acendradas creencias, pueden ocasionar ceguera. En un evento sobre Latinoamérica convocado por una universidad europea presenté los datos oficiales del BCV, otro demoledor informe del “fracaso del socialismo del siglo XXI”, frase con la cual encabecé las láminas. Una participante preguntaba, no por los datos del “horror”, sino por el espacio geográfico del ponente. Demostraba con ello su desdén por la situación de los venezolanos. Otro, para intentar salvar al socialismo, decía: en Venezuela lo que hay es “un arroz con mango”.
Una variación del mismo tema lo hallamos en el encuentro sobre migraciones realizado hace año y poco, en medio del explosivo crecimiento del éxodo venezolano. El primero de los cinco temas de la convocatoria fue: “El impacto del capitalismo neoliberal en las migraciones”, ni una sola mención, ni siquiera marginal o tangencial, a las producidas bajo regímenes socialistas. La cita agregaba la necesidad de evaluar “el impacto del capitalismo neoliberal en las migraciones en la región centroamericana”. Desaparecieron del contexto quienes intentaron imponer por la fuerza su modelo: Videla y las FARC, Pinochet y el sandinismo, Castro y Sendero Luminoso. La omisión no es casual. Podría considerarse como una evidencia más de la entronización del pensamiento único.
Otros autores adjudican al neoliberalismo, preferiblemente adjetivado como salvaje, la explicación, tanto del éxodo como del origen, en los países receptores, de las ideologías racistas y xenófobas, de la violencia y de las políticas antiinmigratorias, aunque la realidad del éxodo venezolano desmienta ambos argumentos. El “malo” de esa película es el capitalista; cuando habla y cuando calla, simplemente es malo por existir y empeora cuanto mayor desarrollo relativo exhibe el país de acogida. Es el paradigma responsable de restar movilidad a los ciudadanos y restringir el acceso al bienestar. A los neoliberales les encanta apropiarse de los “cerebros” de los migrantes y despreciar a los de menor calificación. La otra cara de esa moneda es el de la fuga de cerebros. Afirmaciones sin respaldos y en contra de las evidencias.
Esta ideología está muy extendida en los espacios académicos e intelectuales. Julien Brenda afirma que un intelectual traiciona su vocación cuando pone en peligro su compromiso con los valores universalistas; los derechos humanos fundamentales. Por su parte, Paul Berman identifica un rasgo común en su definición de la huida de los intelectuales: el cuestionamiento de los valores liberales de Occidente. ¿Se podrán quitar de encima la responsabilidad de haber callado quienes se han colocado de perfil en el espacio de la violación de los derechos humanos?
La exclusión del socialismo en el análisis de las migraciones, por ejemplo, la nicaragüense y la venezolana, revela la incapacidad de esas perspectivas para identificar los problemas y realidades migratorias. Pensaba en Jean-Paul Sartre y Frantz Fanon, y en quienes propagan la idea de que Stalin, Mao y Castro son símbolos de “progresismo”. Afortunadamente el pensamiento dominante en el tema de las migraciones no se ha convertido en pensamiento único.
La diáspora se enfrenta a diario a esas creencias y resistencias, promovidas por partidos y organizaciones en distintos espacios y foros, como el de Sao Paulo. Reconocer y comprender esa realidad es un paso necesario para poder contrarrestarla defendiendo la democracia, la pluralidad y las libertades de quienes las socavan todos los días. Adquieren pleno sentido las palabras de Enrique Krauze: la libertad –como el aire– solo se vuelve tangible, se palpa, cuando falta.
Las asociaciones diaspóricas, conscientes de ello, están tejiendo una red democrática global promotora de democracia y libertad, creando un espacio para el intercambio de ideas y conocimientos. Avanzan articulando centros universitarios y de investigación, fundaciones e instituciones, una especie de “Think Tank” en red y global, para el estudio, comprensión y desarrollo de perspectivas y enfoques novedosos y actualizados. Hace falta eso y más para superar el pensamiento herrumbroso de una secta capaz de hacer una hoguera con los libros de Carlos Rangel, o pedirle a nuestro querido Emeterio Gómez que lo leyera, con la instrucción explícita de un dirigente político: “Destrózalo”.
Sobre la importancia de la cultura y las ideas para el desarrollo ha insistido mucho, entre otros, Vargas Llosa. Ha reiterado que la libertad y la democracia no se resuelven solo en el ámbito económico. Las ideas y la cultura constituyen la diferencia entre barbarie y civilización. Agrega: “La cultura, antes que la economía (esta por sí sola), no da sentido a la vida de las gentes, ni les ofrece razones para resistir la adversidad y sentirse solidarios y compasivos, ni las hace vivir en un entorno impregnado de humanidad”.
La barbarie del régimen venezolano, una inmensa plaga que ha engullido al país, no ha podido destruir el compromiso de la inmensa mayoría de los venezolanos con la libertad y la democracia: empresarios, gremios, partidos políticos, docentes y estudiantes, profesionales y trabajadores, dispuestos además a reconstruir el país y, por ello, hay muchos motivos para la esperanza.
@tomaspaez
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