Varias semanas atrás tuve una larga conversación con un querido y admirado amigo acerca del deterioro de la educación venezolana. Él me manifestaba su profunda, y más que justificada, preocupación por la perversión de los valores educativos que ahora paseaban en dicho campo. Mientras conversábamos, le dije que no tenía dudas de la certeza de sus apreciaciones, pero, también le dije que ese proceso destructivo, casi que autofágico, no era de reciente data, y que ello había venido incubándose desde hace largo tiempo.
Si, para evitar cualquier señalamiento de supuesto sesgo, nos limitamos a escarbar el significado de educación en el diccionario, encontraremos cinco definiciones de ese término; de ellas me quedo con la segunda y la quinta, la primera reza así: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.” La última asevera: “Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía.” Apegándonos a la definición inicial, bien podemos inferir que el objetivo del proceso educativo es formar ciudadanos, es decir, otorgar las herramientas necesarias para el desarrollo de los individuos en nuestro modelo societario. Ello ocurre en todas las distintas culturas, o civilizaciones, o cómo a usted se antoje de llamarlas.
Entre los distintos grupos indígenas hay infinidad de ejemplos en relación con lo que digo, para citar un caso; ni hablar de nuestro modelo “occidental” de claras raíces grecolatinas, pero con una innegable influencia africana que nos ha nutrido de manera extraordinaria. Quiero abundar en eso ultimo unas líneas, antes de que salgan los rabiosos apóstoles afrodescendientes a proclamar su victimismo por una esclavitud que, por lo visto, no terminan de superar.
Fue gracias a la presencia africana, por medio de la permanencia de los moros en España, que se nos transmitieron los pensadores griegos y latinos; puesto que fueron los musulmanes –los ilustrados, no esta pandilla alienada y fanatizada de nuestros días–, quienes rescataron la obra de los sabios de la antigüedad y fundamentalmente a través de las celebérrimas escuelas de traducción de Toledo, lo que permitió sentar los fundamentos de nuestro modelo social; pero eso es harina de otro costal del que ya abundaré en futura ocasión. Esto es algo que se oculta a todo trance en nuestros anales históricos.
Regreso al planteamiento que le hice a mi amigo. No fueron los chavistas que, cual marcianos, llegaron y con una vara diabólica trastocaron nuestra trastabillante educación, fueron polvos que se acumularon, entre complicidades y permisividad, hasta llegar a este lodazal.
El ejercicio docente se convirtió en una guarimba para que el partido de turno, con las consabidas cuotas a la izquierda caviar y así evitar que siguieran echando vainas, repartiera cargos y prebendas. A los organismos de asistencia social se les otorgaban luengas subvenciones, a las diferentes mafias sindicales se les daba su respectiva teta también para que mamaran. Y así el campo educativo se convirtió en un verdadero festín en el que cada cual buscaba la manera de conseguir su tajada. Los futuros ciudadanos cada vez fueron más permeados por la imagen del “¿Cuánto hay pá eso?”, o “Aquí le traigo esta tarjetica del compañero mengano”, cuando no fue: “Ay doctor pá que me ayude con un contratico pa´l techo de la escuela en Guardatinajas”, o “Consígame un cupo al muchacho que no hay manera de que me le salga el puesto en la universidad”.
Todo el aparato educativo se fue preparando para su derrumbe. Pese a ello, es necesario decir que tuvimos varias generaciones de técnicos y profesionales de excelente perfil; pero eran individualidades que se esmeraron en formarse y sacar el máximo provecho de la formación que se impartía. Pero, ¿era la regla general? Por supuesto que no, y eso fue lo que permitió que el chavismo llegara al poder, ya que no hubo formación de ciudadanos, con mente crítica y verdadera capacidad de análisis. Se fueron formando nutridas manadas de borregos dispuestas a seguir al primer iluminado que les llegará a encandilar, y llegó Chávez.
La consagración del acabose llevado a cabo por el héroe de Sabaneta y sus discípulos son esas deprimentes imágenes de un imbécil corpulento que patea a un compañero en el suelo, en las instalaciones del colegio Loyola de Puerto Ordaz. Y lo hace como se hace ahora todo en el país, a mansalva y sin pudor, sin que ninguno de los que merodean por ahí sea capaz de intervenir. Somos un país donde cada cual vela por sus asentaderas; a los demás que se los lleve Diosdado, o Tareck, o Cilia, o cualquiera de los setenta mil satanases que ahora conducen el país. Y eso no es obra de un día, es producto del abandono al cual fue sometida nuestra formación ciudadana.
© Alfredo Cedeño
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