Comentaré hoy el radiográfico y patético espectáculo que tuvo lugar el pasado 4 de febrero en el Palacio Federal Legislativo, donde hasta el mes de enero funcionó la legítima Asamblea Nacional. Hoy, como sabemos, se ha convertido en el centro operativo de la ilegal, fraudulenta, ilegítima y grotesca montonera surgida del proceso electoral del 6 de diciembre, también ilegal, fraudulento, ilegítimo y grotesco.
Durante la sesión de aquel día, bajo el tutelaje del capataz Jorge Rodríguez, se produjo un episodio, que solo podría ocurrir en medio de una montonera: Rodríguez, en una escena de evidente cariz paranoico, acusó a Oscar Figuera de ser parte de una campaña que tiene como objetivo la destrucción de la República, que habría propuesto Elliot Abrams, en una declaración del 2019. Precisaré: Oscar Figuera es dirigente sindical y secretario general del Partido Comunista de Venezuela, mientras que Elliott Abrams, veterano diplomático estadounidense, fue designado por la administración Trump en enero de 2019, como emisario especial para la gestión de la crisis venezolana. En otras palabras, lo que el capataz dijo es que el jefe del Partido Comunista de Venezuela sigue los supuestos lineamientos de un funcionario de un gobierno republicano que ya no existe, el de Donald Trump. De risa.
Hay que detenerse en esta jugosa escena, porque ella está cargada de reveladores significados, más allá del enorme disparate que implica. Comenzaré por lo más llamativo: la ferocidad de la reacción del capataz con el desacuerdo parcial de Figuera (que consiste en advertir que la “revolución” va por rumbo equivocado). Días antes, el 31 de enero, Maduro había atacado al PCV, por segunda vez, ¡¡¡acusándolo de ser parte de la derecha!!!
Esto, no solo habla del objetivo de alcanzar la absoluta unanimidad alrededor del gobierno, unanimidad alrededor de Maduro y de Rodríguez (no olvidemos que Rodríguez pretende suceder a Maduro en la jefatura del régimen, y está dedicado a ese objetivo), también expresa el extendido malestar que hay entre los que públicamente se comportan como aliados del régimen: entre los partidos “aliados” y en amplias capas del PSUV hay toda una corriente que reconoce la inviabilidad del madurismo. La humillación que el capataz le propinó a Figuera es una advertencia dirigida a muchos: la disidencia no será tolerada y para ello, serán capaces de inventar las más estrambóticas conspiraciones.
Se apalea a Figuera en público, entre otras cosas, porque no tiene mayor costo político: cuentan con solo un diputado en la montonera, concedido por quienes diseñaron la estafa electoral. Es una fuerza más simbólica que real. Electoralmente insignificante. La exhibición de fuerza contra Figuera iba dirigida, sobre todo, a Cabello, El Aissami, los gobernadores y alcaldes militares: o se está con ellos, o serán acusados, aunque sea una payasada, de ser parte de la derecha, del imperio o de cualquiera de los enemigos que el régimen se inventa para mantenerse en poder (como Duque, el más reciente destinatario de los odios de Maduro y su régimen).
La otra cuestión, es el contenido de las propias palabras de Oscar Figuera, o de una parte de ellas: afirmó que la revolución está cada vez más lejos del socialismo. Que hay un retroceso. Hay que tomar nota de esto: en una montonera anterior, la del 7 de enero, Figuera denunció el deterioro salarial de los trabajadores, tanto del sector público como del privado. Y fue más allá: dijo que la caída se debía a las sanciones económicas, pero también, y esto es lo fundamental, como resultado de las políticas implantadas por Nicolás Maduro.
Los señalamientos de Figuera constituyen un peligro político potencial: provienen de un aliado histórico, de una organización que dice defender los intereses de los trabajadores. Cuando dice que el régimen empobrece, se acerca demasiado a otras cuestiones extremadamente álgidas: lo próximo sería denunciar la vastedad de la corrupción, las violaciones de los Derechos Humanos, las torturas y asesinatos, la destrucción de los servicios públicos y más.
De continuar Oscar Figuera y el Partido Comunista de Venezuela presionando a Maduro con sus declaraciones; de insistir en irritar al capataz y provocar su descontrol como ocurrió el 4 de febrero; de volver con algún planteamiento que reitere lo que los venezolanos y el resto del planeta sabe, que el país ha sido desvalijado; si el capataz, tal como lo dijo, sintiese que ha sido provocado -no olvidar que se trata de un sujeto en estado permanente de resentimiento- el destino de Figuera bien podría ser el secuestro y la prisión, tal como pasó con el también dirigente sindical Rubén González. Los lectores pueden estar seguros de esto: en alguna parte los esbirros ya deben estar preparados para capturar a Figuera, bajo una orden, no de Cabello, sino del capataz: el mismo que aparece amenazante, hostil y prepotente, para dejar en claro que el escenario para los amigos del régimen, ya no es el de patria o muerte, sino el de Maduro/Rodríguez o muerte. Que tomen nota los Cabello, los El-Aissami, los Figuera y tantos otros: la dictadura ha avisado que también puede ir en contra de ellos.